sábado, 8 de mayo de 2010

Hélène Rioux

No comprendo que la gente tenga ganas de leer historias feas. No hay que traducirlas. Un libro bonito podría consolarle.

(Hélène Rioux)


 

Si Traductora de Sentimientos de Hélène Rioux (Jus, 2009) hubiera sido publicada Anagrama, Alfaguara o Planeta, sería uno de los libros más vendidos del año y uno de los más comentados. Una novela narrada en primera persona y en presente que es, a su vez, tres novelas, cada una radicalmente diferente pero que embonan perfectamente unidas ambas en la peripecia vital y, sobre todo, mental de la protagonista, Eleonore.

Una frase resume el espíritu del libro anunciando, es apenas la página cuarenta y tres, lo que se avecina. "Decidí entrar en la muerte y su verdad. Quería hacer esto completamente sola, cerca del mar y consolada por él. Desnuda entre las rocas, respiro infinitamente el aire salino. Como si el yodo pudiera cicatrizar el corazón". Pero Eleonore para llegar a la muerte, a entender la muerte, tendrá que traducir algo muy diferente a lo que ha hecho hasta entonces, novelas rosa para la colección "Sentimientos" (de ahí el título del libro). Una de las novelas es, pues, el acercamiento intelectual, traduciendo la biografía de Leonard Ming, asesino serial, y sentimental, los carteles de las niñas desaparecidas en Almuñecar, la muerte de la hija, a la muerte.

Entrelazada con esa extraña relación con el hecho de morir, y lo que conlleva, sobre todo en el caso de la muerte violenta, que puede doler físicamente hasta con sólo pensarla, se mezcla una historia de amor, "el amor no es menos verdadero que la muerte. Ni más verdadero tampoco", de reflexión sobre el amor y sus verdades, las físicas, que acontecerán en ese mismo espacio entre las rocas donde la protagonista se desnuda solitaria, y las de las complejas relaciones entre individuos. "¿Y dónde está el peligro? / Usted y yo. / Pero usted no quería una aventura. / Y usted sí quería una. / No en realidad."

Punteando las dos, aflorando casi a cada momento, está lo que podría ser esa tercera novela, ese eterno monólogo interior de la traductora que va de la crueldad humana a cómo traducir, de los diferentes sentidos que puede tener el mar depende de cómo se mire a la monotonía de la cotidianidad, un monólogo que reflexiona, una vez y otra, como el movimiento de ese mediterráneo omnipresente en la novela, sobre el valor de lo humano.

Y, como pequeños cuentos dentro de la historia de Eleanore, de su traducción y de la historia de amor con Lukas, aparecen, para desaparecer apenas termina el capítulo, los personajes secundarios. La cuarentona del avión, posiblemente lectora de la misma colección que la protagonista traduce, la rusa, antes soviética, un poco loca y ahora alcohólica, el perro adoptado que un día se marcha con un extranjero, el jubilado madrileño que no ha vivido, personajes todos que contrastan, sobre todo en su resignación ante la vida con las miles de preguntas, siempre sin respuesta o, peor, con una respuesta siempre doble y ambigua, que Eleanore se hace.

Tal vez en una relectura, haya otra novela, escondida, casi construida en aforismos, que resulta de todos los epígrafes de la obra que abren cada uno de los catorce capítulos, pertenecientes al mismo autor, el bailarín Nijinski, y a la misma obra, Cuadernos, y que van desde "Ella no piensa en la muerte, pues no quiere morir. Yo pienso en la muerte, pues no quiero morir", exquisito resumen de la obra, hasta el final "Lloro porque amo la vida".

Y, como sólo ocurre con ciertas novelas, Traductora de Sentimientos se resume, o se lee a sí misma, en sus casi últimas palabras: "La vida clemente. También la muerte. Poco importa que me vaya o que me quede. Siempre estará la vida, siempre estará la muerte. Poco importa dónde estará la ciudad, siempre descampados habrá. Y por más esfuerzos que haga traduciendo todas las historias de amor del mundo, vendrán asesinos para escribir su historia con la sangre de los niños":


 

A modo de consejo

"Lo más difícil es escribir en 'yo'". Así comienza Hélène Rioux uno de los capítulos centrales de la novela, el octavo, que, nada casualmente tiene como epígrafe "Quiero escribir la verdad, por eso miento".


 

De la bandeja de entrada

Llega al correo un poema de una autora, Irene Sánchez Carrón, a la que vale la pena buscar y leer. "La costumbre me trae hasta tu cuerpo / o la necesidad de los planetas. / Esa costumbre ciega de semilla, / la que hace descender por las gargantas / el agua ciegamente, / la que guía a las aves migratorias / año tras año por la misma ruta, / la que impulsa en algún lugar remoto / esta brisa que ahora desordena / tu pelo. Y sonríes, / con costumbres de sol en su sistema". ("El agua ciegamente").

Banda sonora

"¿Son conscientes de que Los Planetas es una banda que genera cierta controversia entre el público? / J: Bueno, realmente ésa es la finalidad del arte: generar una reacción entre la gente. Aquellos que no comulgan con nuestra postura se revuelven en sus asientos cuando ven que algo tiene mucha fuerza".

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