Te lo explicaré, si quieres. Algunas palabras concuerdan. Algunas de las palabras que te salen de la boca concuerdan con algo que conozco. Otras, en cambio, no casan con nada.
(Doris Lessing)
(Doris Lessing)
Cuando la Academia Sueca decidió que el premio Nobel de literatura de 2007fuera para Doris Lessing señaló en el breve comentario que anuncia la elección que la escritora destacaba por su “capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria”, explicación en la que no cabían otras obras suyas, no por más desconocidas menores, como, por ejemplo Instrucciones para un Descenso al Infierno, colocada por David Pringle entre las cien mejores obras de fantasía, y que la propia Lessing menciona en la breve entrevista telefónica que concedió a la página de la Fundación Nobel al afirmar “creo que a la gente del Nobel no les gusta lo que se llama ‘ciencia ficción’. Creo que es una etiqueta equivocada y que tendrían problemas con (…)Instrucciones para un Descenso al Infierno. Obras así son difíciles de clasificar”.
Instrucciones para un descenso al infierno se centra en un hombre al tarda el lector en identificar con Charles Watkins (que se llama a si mismo Simbad o Ulises), que aparece un día, desmemoriado y lleno de recuerdos (¿fantasías?) sobre sus viajes marinos, en una clínica psiquiátrica de Londres, presa de algo que podría ser un caso muy particular de esquizofrenia o de delirio. O, quizá, de otra forma de ver la realidad como afirma la propia autora en una brevísima nota aclaratoria al fin del tomo.
“Mantener una amistad larga y estrecha con una persona que lo vive todo de forma distinta que la gente ‘normal’ me ha llevado a hacerme esa misma pregunta”. La pregunta a la que se refiere es una de Blake “¿Cómo sabes que toda ave que surca el aire / no es un mundo inmenso de placer, / confinado por tus cinco sentidos?”. De aquel primer cuestionamiento surgió un guión de cine que no llegó a concretarse y que Lessing, intrigada, envió a dos doctores pidiéndoles que trataran al protagonista como un paciente y le enviaran su diagnostico. “Así lo hicieron. (…) Sin embargo, sus diagnósticos, aunque compasivos y razonados, diferían el uno del otro. De hecho, no coincidían en un solo punto”. Esa frase es la que alienta, y explica, el modo de lectura de estas enmarañadas Instrucciones.
Lessing siempre ha definido este libro como una especie de “ficción del espacio interior”, como un viaje a lugares extraños pero que no están colocados en ningún planeta extraño ¿, ni en un futuro lejano, sino en el aquí y el ahora, pero un aquí y una hora que ocurren en la mente del paciente que en la primera parte del libro mantiene una conversación coherente dentro de su incoherencia con los doctores X e Y (letra que en inglés se pronuncia exactamente igual que “por qué”) y una enfermera y en la que relata, a ellos o a sí mismo, un viaje por mar que siempre consiste en “vueltas y vueltas y vueltas y vueltas”, sonsonete que aparece en casi todas sus intervenciones. Es en esta parte donde aparecen, perfectamente mezclados, elementos de la ciencia ficción, esos vigilantes del espacio que aparecen en un disco de luz, y referencias más clásicas, encubiertas, a Hesiodo y Platón.
Y, entonces, en un giro en que lo interior entra en conflicto con lo exterior, los encargados de su cuidado y ¿curación?, descubren que su verdadero nombre es Charles Watkins, catedrático de literatura clásica, lo que explica la lógica de las múltiples intertextualidades de su relato. Y, al modo del coro clásico, el paciente es juzgado por sus cercanos, por su esposa, por una de sus amantes, por una admiradora, por un compañero de batalla en Yugoslavia, de tal modo que el lector complementa la realidad de las visiones interiores de Watkins con las “verdaderas” ofrecidas por todos aquellos que participan en esa nueva escritura.
Instrucciones para un descenso al infierno, que reivindica de un modo magistral y “literario” lo que, acaso, podría ser un subgénero, no es un libro fácil, dentro de la obra de una escritura que nunca se ha distinguido por la facilidad, pero cumple perfectamente con ese adagio que define el arte como el único lugar en el que se debe sacar tanto o más placer como el esfuerzo invertido en conseguirlo.
Instrucciones para un descenso al infierno se centra en un hombre al tarda el lector en identificar con Charles Watkins (que se llama a si mismo Simbad o Ulises), que aparece un día, desmemoriado y lleno de recuerdos (¿fantasías?) sobre sus viajes marinos, en una clínica psiquiátrica de Londres, presa de algo que podría ser un caso muy particular de esquizofrenia o de delirio. O, quizá, de otra forma de ver la realidad como afirma la propia autora en una brevísima nota aclaratoria al fin del tomo.
“Mantener una amistad larga y estrecha con una persona que lo vive todo de forma distinta que la gente ‘normal’ me ha llevado a hacerme esa misma pregunta”. La pregunta a la que se refiere es una de Blake “¿Cómo sabes que toda ave que surca el aire / no es un mundo inmenso de placer, / confinado por tus cinco sentidos?”. De aquel primer cuestionamiento surgió un guión de cine que no llegó a concretarse y que Lessing, intrigada, envió a dos doctores pidiéndoles que trataran al protagonista como un paciente y le enviaran su diagnostico. “Así lo hicieron. (…) Sin embargo, sus diagnósticos, aunque compasivos y razonados, diferían el uno del otro. De hecho, no coincidían en un solo punto”. Esa frase es la que alienta, y explica, el modo de lectura de estas enmarañadas Instrucciones.
Lessing siempre ha definido este libro como una especie de “ficción del espacio interior”, como un viaje a lugares extraños pero que no están colocados en ningún planeta extraño ¿, ni en un futuro lejano, sino en el aquí y el ahora, pero un aquí y una hora que ocurren en la mente del paciente que en la primera parte del libro mantiene una conversación coherente dentro de su incoherencia con los doctores X e Y (letra que en inglés se pronuncia exactamente igual que “por qué”) y una enfermera y en la que relata, a ellos o a sí mismo, un viaje por mar que siempre consiste en “vueltas y vueltas y vueltas y vueltas”, sonsonete que aparece en casi todas sus intervenciones. Es en esta parte donde aparecen, perfectamente mezclados, elementos de la ciencia ficción, esos vigilantes del espacio que aparecen en un disco de luz, y referencias más clásicas, encubiertas, a Hesiodo y Platón.
Y, entonces, en un giro en que lo interior entra en conflicto con lo exterior, los encargados de su cuidado y ¿curación?, descubren que su verdadero nombre es Charles Watkins, catedrático de literatura clásica, lo que explica la lógica de las múltiples intertextualidades de su relato. Y, al modo del coro clásico, el paciente es juzgado por sus cercanos, por su esposa, por una de sus amantes, por una admiradora, por un compañero de batalla en Yugoslavia, de tal modo que el lector complementa la realidad de las visiones interiores de Watkins con las “verdaderas” ofrecidas por todos aquellos que participan en esa nueva escritura.
Instrucciones para un descenso al infierno, que reivindica de un modo magistral y “literario” lo que, acaso, podría ser un subgénero, no es un libro fácil, dentro de la obra de una escritura que nunca se ha distinguido por la facilidad, pero cumple perfectamente con ese adagio que define el arte como el único lugar en el que se debe sacar tanto o más placer como el esfuerzo invertido en conseguirlo.
Banda sonora
“No siento en la vida nada más / Que estar hecho de un solo metal / Y que tú estés hecha de tantos metales / No lamento nada más / Que no poder estar contigo / Qué es donde querría estar // Y ahora quiero / Perderte y no encontrarte nunca más / Si volvemos a vernos / Algún día por casualidad / No podrás decir que yo no lo intenté / Que me dejé la piel y la cabeza / Intentando resolver / El enigma / Que impide que te pueda comprender / Qué se interpone / Entre nosotros como una pared” (“Si me diste la espalda”, Los Planetas).
“No siento en la vida nada más / Que estar hecho de un solo metal / Y que tú estés hecha de tantos metales / No lamento nada más / Que no poder estar contigo / Qué es donde querría estar // Y ahora quiero / Perderte y no encontrarte nunca más / Si volvemos a vernos / Algún día por casualidad / No podrás decir que yo no lo intenté / Que me dejé la piel y la cabeza / Intentando resolver / El enigma / Que impide que te pueda comprender / Qué se interpone / Entre nosotros como una pared” (“Si me diste la espalda”, Los Planetas).
1 comentario:
Pues cuando recibí mis clases de literatura (básicas, de prepa), sólo recuerdo los temas que tienen que ver con lo "fantástico" de la literatura, no se si mi profesor por eso quería usar el significado que hace referencia a que la literatura es "hermosa, deseable, placentera, agradable" o si en realidad, como lo creí y creo, hacía referencia a la "imaginación, mundos posibles, fantasía", de cualquier forma, lo básico de los cursos, sólo me desarrollo el gusto, o mejor dicho, me apuntaló hacia los textos fantasiosos, imaginativos, en el término en que comentas aquí. Definitivo que me gusta más, lo que según dices, difícilmente valorará la academia y la verdad es que no me importa...la fantasía es ya de por sí una experiencia narcótica.
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