Fame is a bee. It has a song—. It has a sting—. Ah, too, it has a wing.
(Emily Dickinson)
(Emily Dickinson)
“Las cosas simples. / Las prácticas ordinarias. Como abrir una puerta. / Como besar unos labios pintados. / Como echar raíces azules en la cama. / O quitarse la fruta seca del día que concluye”.
Cuenta Regresiva (Era, 2011) de A. E. Quintero es un poemario que se explicita a sí mismo desde el principio en cinco versos. La voz de Quintero es una voz que se entrelaza con lo cotidiano, sea material, un refrigerador, un teléfono celular, o intangible, la vejez o el destino de la moneda ofrecida al mendigo, para ofrecer una visión diferente sobre aquello que cualquier lector también conoce. El gran mérito de este libro no es tanto la elección de los temas, o los interrogantes o afirmaciones que estos pueden desatar, sino la habilidad de fijarlos a una sensibilidad convirtiendolos, sí, en la cosa pero, también, en algo más.
“Qué mejor lugar para reunir zumbidos / que en un librero. Ahí / donde el hombre –supongo- / respeta la existencia laboriosa / de un insecto así, y no lo aplasta”.
Esa abeja que aparece, de repente, en dos poemas del libro debe, puede, ser la abeja de Emily Dickinson (“para hacer una pradera bastan un trebol y una abeja”). Esos dos poemas, extraños dentro del libro, como si fueran una serie aparte, otorgan al lector otra de las posibles claves con la que leer a Quintero, gran lector él mismo. Es el mundo natural, el habitual, el que se cuela en la biblioteca, entre los libros y el poeta, antes que preguntarse por la combinación de ambos, manifiesta su extrañeza. La abeja llega a los libros como los libros al lector por accidente parece ser la idea del primer poema que, a continuación, se niega en el segundo al proponer Quintero que “la abeja / es sólo una abeja”. Hay, pues, algo de misterioso en la combinación, en las combinaciones que ofrece este libro pero, puede que sí, puede que no, quizá bajo ellas no hay mayor misterio que el de su propio encuentro, el del lector con el libro.
“Las cosas sin importancia / buscan su turno, se dan su importancia / así, no sirviendo, / dejándonos incompletos, ausentándose en el justo momento”.
Frente a una primera lectura, rápida y superficial, que podría llevar al lector a confundir Cuenta Regresiva con un poemario mundano, en el sentido más amplio de la palabra, hay otra, de nostalgia, de pérdida, de ausencia, que va, subliminalmente casi, recorriendo todos los poemas. El mundo está ahí, podría decir el poeta, pero perfectamente podría no estarlo. De esa posibilidad van surgiendo los destellos, un verso o dos en ciertos poemas, que se atienen sobre todo a la fragilidad de lo visto, a la posibilidad de que se sea y no se sea. Porque el refrán popular “uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde” podría aplicarse perfectamente a estos poemas convirtiendolos ya no en meras descripciones o metáforas de algo sino en una constatación necesaria para que quede, si debe quedar algo, al menos memoria.
“No hay muebles hablando. Y decir noche / a estas alturas del verso / es decir sólo eso: / noche”.
Y es ya pasada la mitad de la, literal, Cuenta Regresiva, ya más cerca del final, cuando, como diría Gil de Biedma, “la verdad desnuda asoma”. Donde el poeta había platicado con las cosas, hermanandose, incluso con ellas, ya no queda nada y las palabras ya son “sólo eso” palabras. Como una triste constatación del poder de la poesía que se ve, como siempre, entre dos fuegos, entre la necesidad de decir y la inutilidad de hacerlo. Y Quintero, como mil poetas antes de él, como otros mil detrás de él, se une a esa constatación con una voz personalísima y bastante más profunda, en ritmo y en ideas, de lo que a primera vista pudiera parecer.
“Pero éste es un poema de amor / y tú / eres esa parte del poema que no se entiende, / que nunca queda clara”.
Y, aunque el libro termine con el citadísimo “vivir merece / decir cosas mejores”, es apenas un par de páginas antes, ya en pleno final del conteo regresivo cuando se ofrece la última pista para otra lectura de este libro. El ganador del premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2011 ha estado, a escondidas del lector, y quizá de sí mismo y hasta el final se percata, escribiendo un largo poema de amor, de un amor que busca, cernudianamente, decir su nombre. Y es entonces cuando los vacíos y las presencias, las conversaciones y los descubrimientos, del libro se convierten, de repente, en algo nuevo, en otro modo de mirar al mundo en una relectura a la que Cuenta Regresiva obliga.
Banda sonora
En las copas y en las mesas / refrescos bendecidos por Alá / y manjares deliciosos. / Los espíritus del bosque / que van a descubrirte la verdad, / lo que estabas esperando. (“El espíritu de la navidad”, Los Planetas).
Cuenta Regresiva (Era, 2011) de A. E. Quintero es un poemario que se explicita a sí mismo desde el principio en cinco versos. La voz de Quintero es una voz que se entrelaza con lo cotidiano, sea material, un refrigerador, un teléfono celular, o intangible, la vejez o el destino de la moneda ofrecida al mendigo, para ofrecer una visión diferente sobre aquello que cualquier lector también conoce. El gran mérito de este libro no es tanto la elección de los temas, o los interrogantes o afirmaciones que estos pueden desatar, sino la habilidad de fijarlos a una sensibilidad convirtiendolos, sí, en la cosa pero, también, en algo más.
“Qué mejor lugar para reunir zumbidos / que en un librero. Ahí / donde el hombre –supongo- / respeta la existencia laboriosa / de un insecto así, y no lo aplasta”.
Esa abeja que aparece, de repente, en dos poemas del libro debe, puede, ser la abeja de Emily Dickinson (“para hacer una pradera bastan un trebol y una abeja”). Esos dos poemas, extraños dentro del libro, como si fueran una serie aparte, otorgan al lector otra de las posibles claves con la que leer a Quintero, gran lector él mismo. Es el mundo natural, el habitual, el que se cuela en la biblioteca, entre los libros y el poeta, antes que preguntarse por la combinación de ambos, manifiesta su extrañeza. La abeja llega a los libros como los libros al lector por accidente parece ser la idea del primer poema que, a continuación, se niega en el segundo al proponer Quintero que “la abeja / es sólo una abeja”. Hay, pues, algo de misterioso en la combinación, en las combinaciones que ofrece este libro pero, puede que sí, puede que no, quizá bajo ellas no hay mayor misterio que el de su propio encuentro, el del lector con el libro.
“Las cosas sin importancia / buscan su turno, se dan su importancia / así, no sirviendo, / dejándonos incompletos, ausentándose en el justo momento”.
Frente a una primera lectura, rápida y superficial, que podría llevar al lector a confundir Cuenta Regresiva con un poemario mundano, en el sentido más amplio de la palabra, hay otra, de nostalgia, de pérdida, de ausencia, que va, subliminalmente casi, recorriendo todos los poemas. El mundo está ahí, podría decir el poeta, pero perfectamente podría no estarlo. De esa posibilidad van surgiendo los destellos, un verso o dos en ciertos poemas, que se atienen sobre todo a la fragilidad de lo visto, a la posibilidad de que se sea y no se sea. Porque el refrán popular “uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde” podría aplicarse perfectamente a estos poemas convirtiendolos ya no en meras descripciones o metáforas de algo sino en una constatación necesaria para que quede, si debe quedar algo, al menos memoria.
“No hay muebles hablando. Y decir noche / a estas alturas del verso / es decir sólo eso: / noche”.
Y es ya pasada la mitad de la, literal, Cuenta Regresiva, ya más cerca del final, cuando, como diría Gil de Biedma, “la verdad desnuda asoma”. Donde el poeta había platicado con las cosas, hermanandose, incluso con ellas, ya no queda nada y las palabras ya son “sólo eso” palabras. Como una triste constatación del poder de la poesía que se ve, como siempre, entre dos fuegos, entre la necesidad de decir y la inutilidad de hacerlo. Y Quintero, como mil poetas antes de él, como otros mil detrás de él, se une a esa constatación con una voz personalísima y bastante más profunda, en ritmo y en ideas, de lo que a primera vista pudiera parecer.
“Pero éste es un poema de amor / y tú / eres esa parte del poema que no se entiende, / que nunca queda clara”.
Y, aunque el libro termine con el citadísimo “vivir merece / decir cosas mejores”, es apenas un par de páginas antes, ya en pleno final del conteo regresivo cuando se ofrece la última pista para otra lectura de este libro. El ganador del premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2011 ha estado, a escondidas del lector, y quizá de sí mismo y hasta el final se percata, escribiendo un largo poema de amor, de un amor que busca, cernudianamente, decir su nombre. Y es entonces cuando los vacíos y las presencias, las conversaciones y los descubrimientos, del libro se convierten, de repente, en algo nuevo, en otro modo de mirar al mundo en una relectura a la que Cuenta Regresiva obliga.
Banda sonora
En las copas y en las mesas / refrescos bendecidos por Alá / y manjares deliciosos. / Los espíritus del bosque / que van a descubrirte la verdad, / lo que estabas esperando. (“El espíritu de la navidad”, Los Planetas).
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