la Ciudad dorada el lento limo de la gracia ninguna acumulación de la intemperie bautismada en el dolor acrisolado el crisma decristaliza la cristálida.
(Claudia Posadas)
(Claudia Posadas)
“Amurar”, un neologismo acuñado por Claudia Posadas en “Era el invierno”, resume perfectamente el espíritu del libro, y en consecuencia de la poética, de Liber Scivias (CONECULTA, 2010). Es decir, el libro como una ciudad, más cercana a las imaginadas por Santa Teresa o a los hortus conclusus de la poesía amorosa que a una contemporánea. El libro, este libro, como una doble dimensión, la esotérica y la exotérica, compatibles ambas. El Libro, así con mayúscula semi intencional, de Claudia Posadas es, antes que nada, uno de doble lectura.
“Yo reconozco a tientas mi morada” escribe Posadas que escribe Valente, ambos en obvio homenaje a la monja castellana, en el epígrafe del primer poema del libro, ofreciendo al lector atento, al que quiera, al que sepa, una de las claves. Frente a la poesía confesional o la simplemente experiencial, la autora ofrece un nuevo, viejo en realidad pero no muy practicado, modo de escritura y, por ende, de lectura. Liber Scivias habla en niveles diferentes, ninguno negador del otro, ninguno más verdadero que el otro. Diferentes y compatibles, abiertos todos y todos complementarios porque “ser y estar [es] como una índole que al final es consanguínea”, pero de una consaguineidad que pertenece al lector y no a la autora que, la mayor parte de las veces, ejercerá de medium, en el sentido más etimológico que de poseedora de la verdad, verdad que, incansablemente van buscando ambos, lector y poeta, a lo largo de estas páginas.
Y, como los verdaderos poetas, la mano que escribe, la de Posadas, esa que sigue el dictado de algo ajeno y apropiado al mismo tiempo, no tiene más remedio, apenas pasadas cincuenta páginas del libro, la util inutilidad de su misión: “Me es ajeno cuanto habría de decir. / No distingo las palabras, / y ni siquiera las comprendería si alguien las nombrase por mí”. La poesía, al menos cierto tipo de poesía, es ese decir sin decir diciendo, es, por usar un título de Posadas, un tratado “de las tortuosas maquinarias”, un lugar en el que habita “la obsesión, / su trastocamiento irreversible”, esas “venas como un orden invasor que va tomando el templo y tus campos fértiles / hasta concentrar su lenguaje”.
Y avanzando las páginas, el lector, cualquier lector, no puede evitar sino preguntarse cuál es el tema del Liber Scivias, de qué trata, a dónde, a que jardín o espacio abierto, a qué fortaleza o morada o castillo, quiere la autora llevarlo. Y en “Phosphorus”, el elemento que brilla, que da luz, que se enciende, casi puede encontrarse una respuesta, negada al instante ya que “nadie encendía su rotación. A veces un rumor que tal vez fuera el vuelo de la Cauda, / pero sólo un vórtice de ramas girando en la hondura de un pozo vacío”. O quizá todo no sea más que un misterio, un acertijo, unas palabras en clave, y cursivas, al final del poema: “las cinco en ámbar de la tarde”.
“Al segundo y al tercero. Al cuarto y al quinto. Al sexto y al séptimo” son las, crípticas o demasiado claras, palabras de Angelina Muñiz-Huberman que abren, en una de las citas, la última parte del libro, la definitiva, “Unio”. Esas palabras son, literalmente, una invitación a los diferentes círculos de lectura, pero también a una relectura. Como si la autora, por persona interpuesta, avisara al lector de la necesidad de volver una vez y otra a repetir los poemas que, ahora sí, comenzarán a iluminarse, a iluminar al lector, aunque con esa dificultad que recorre todo Liber Scivias. Convencido ya quien ha llegado hasta aquí de que la unión es inminente y necesaria se encuentra con un miniaturista sentado en su scriptorium, ¿la autora misma?, que afirma “no saber a dónde Tú, mi Vigilancia, / mi evocado ser de lutz”.
Y, de repente, en los cinco últimos poemas, parte del libro pero al mismo tiempo luminosamente aparte, estalla la claridad, una que aunque no entendida sino bajo el velo del misterio y la palabra reconcilia, y recompensa, al lector con, por usar al místico castellano, un algo que queda balbuciendo y claro al mismo tiempo. ¿Qué importa que quiera decir realmente “de mi sangre brota la crisálida de luz, // y estalla para siempre el corazón del miedo” si la verdad es que en cualquier sangre hay luz y en cualquier corazón miedo? Como en los tratados antiguos de alquimia a los que Claudia Posadas es tan afecta, no es la letra lo importante sino lo que la letra desata en cada lector y su nuevo tratado Liber Scivias lo logra y con creces, tanto que, apenas tres páginas antes deel final, no puede evitar el libro sino describirse, antes de la revelación final, describirse a sí mismo y la relación con su lector: “y entonces irradió nuestra costumbre con sabiduría invisible: / en la noche fue ovillando la red entre su reino”.
Banda sonora
Mientras iba de tu mano hacia la montaña, / unos días eran fuego y otros eran llamas. / Dentro del espejo donde no me reflejaba, / la promesa que en la cima nos aguardaba. (“San Juan de la Cruz”, Los Planetas).
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