A mí, que soy judío, me resulta difícil permanecer en el momento. Sin pasado, ¿dónde está la culpa? Y, sin futuro, ¿dónde está el temor? Sin culpa ni temor, ¿quién soy?
(Christopher Moore)
(Christopher Moore)
A Christopher Moore los reseñistas laudatorios que llenan las solapas y las contraportadas de los libros lo han comparado con Jonathan Swift, Kurt Vonnegut, Terry Pratchet o Mark Haddon. Y, aunque no llega a la altura literaria de ninguno de ellos, comparte respectivamente, la risa dentro de las situaciones más duras o el sinsentido de lo que se considera a primera vista lógico. Y en Cordero (La Factoría de Ideas, 2010) vuelve a la carga con un libro que, aunque pudiera parecer polémico por el tema, por el protagonista, es una de las obras más divertidas que se hayan publicado últimamente.
“Creéis que sabéis cómo termina esta historia, pero no lo sabéis. Hacedme caso. Yo estuve allí. Yo sí lo sé”.
El punto de partida es muy sencillo. Desesperados en el cielo porque la gente ya no cree en los cuatro evangelios envían a un ángel, bastante torpe y adicto a las series de televisión y a las luchas, a que resucite a Leví, uno de los amigos de infancia de Jesucristo, y le obligue, encerrado en un hotel de cinco estrellas en Nueva York, a escribir un nuevo evangelio. Pero, con semejante planteamiento, y en manos de un autor nada políticamente correcto, nada sale según la teología más ortodoxa. Y más visto el modo en que Levi conoce a Joshua, así lo llama durante toda la novela, cuando teniendo ambos seis años lo ve resucitando lagartijas para que su hermanastro las pueda volver a matar.
Como Joshua tiene miles de problemas con su propio destino ya que sabe que el elegido, el mesías, pero Dios parece empeñado en no hablarle, decide partir en busca de las tres únicas personas que pueden ayudarle, los tres reyes magos, viaje que le lleva a Oriente Próximo (donde aprende el arte de dominar a los demonios), al Tibet (donde aprende meditación y concentración y compasión) y la India (donde aprende el siempre útil truco de multiplicar la comida). Mientras tanto, José, su padrastro, muere sin poder despedirse de él mientras pronuncia sus últimas palabras: “Decidle al bastardo que lo quiero”.
“-No puedo creer que no haya podido esperar a que yo emergiese. ¿Estás seguro de que era mi padre? / -Parecía él, sí. –El nuevo me miró y se encogió de hombros. En realidad, se parecía a James Earl Jones, aunque eso yo no lo sabía por entonces.”
Levi, el narrador de todo el libro, tiene, además de una obsesión por el bacón (“Si puedes anunciar la buena nueva a los gentiles, ¿no podrías levantar esas prohibiciones alimentarias?” le pregunta a su amigo), la habilidad de mezclar metáforas y comparaciones de lo más contemporáneo. Y una vez que vuelven a Judea, con Joshua ya más consciente de su misión, se encuentran con el primo Juan que está empeñado en bautizar a todos y que, en una escena bastante parecida a la del evangelio, bautiza a Joshua salvo que este está hundido cuando aparece la paloma.
“-Joshua, no tienes que sacrificarte para demostrar lo que quieres demostrar. Llevo toda la noche pensando en ello. Puedes negociar”.
Todas las aventuras de este libro, excepto el triangulo amoroso formado entre Levi enamorado de Maria Magdalena a la que siempre llaman Magda que a su vez está enamorada resignadamente del casto Joshua, son conocidas: la llamada a los doce apóstoles, entre los que se encuentra un cínico griego, curaciones, multiplicación de los panes y los peces y los últimos días de Joshua que para sacrificarse, como está escrito, tiene que luchar contra sus doce apostoles que se niegan a que vaya montando escándalos por ahí y lo encierran tras la última cena.
“Alguien tenía que hacerlo. Si no, habría seguido recordándonos lo que nosotros nunca seremos”.
Por supuesto que Cordero puede leerse como una burla de los momentos fundacionales de la religión católica, pero quedarse ahí sería quedarse bastante corto. Cordero puede leerse, en primer lugar, como una novela, es decir, una historia inventada que dándole la vuelta a situaciones conocidas propone aligerarlas, un poco al modo de “La Vida de Brian” de los Monty Python. Y, en un sentido más profundo, en una relectura quizá, también puede ser una novela que habla de cosas que suceden hoy y que apenas han cambiado desde aquellos tiempos: las conductas farisaicas, el verdadero valor de la amistad y el amor, ejemplificado aquí por Magda, que todo lo puede y que todo lo sacrifica.
Banda sonora
No voy a ningún lado, / me quedo por aquí. / Y esto que me ha pasado, / lo pienso repetir. / Un batallón armado / y cuatro jueces espontáneos. / Quiero decir que por fin / digo lo que me viene en gana, / hago lo que me da la gana. (La Bien Querida, “Me quedo por aquí”).
“Creéis que sabéis cómo termina esta historia, pero no lo sabéis. Hacedme caso. Yo estuve allí. Yo sí lo sé”.
El punto de partida es muy sencillo. Desesperados en el cielo porque la gente ya no cree en los cuatro evangelios envían a un ángel, bastante torpe y adicto a las series de televisión y a las luchas, a que resucite a Leví, uno de los amigos de infancia de Jesucristo, y le obligue, encerrado en un hotel de cinco estrellas en Nueva York, a escribir un nuevo evangelio. Pero, con semejante planteamiento, y en manos de un autor nada políticamente correcto, nada sale según la teología más ortodoxa. Y más visto el modo en que Levi conoce a Joshua, así lo llama durante toda la novela, cuando teniendo ambos seis años lo ve resucitando lagartijas para que su hermanastro las pueda volver a matar.
Como Joshua tiene miles de problemas con su propio destino ya que sabe que el elegido, el mesías, pero Dios parece empeñado en no hablarle, decide partir en busca de las tres únicas personas que pueden ayudarle, los tres reyes magos, viaje que le lleva a Oriente Próximo (donde aprende el arte de dominar a los demonios), al Tibet (donde aprende meditación y concentración y compasión) y la India (donde aprende el siempre útil truco de multiplicar la comida). Mientras tanto, José, su padrastro, muere sin poder despedirse de él mientras pronuncia sus últimas palabras: “Decidle al bastardo que lo quiero”.
“-No puedo creer que no haya podido esperar a que yo emergiese. ¿Estás seguro de que era mi padre? / -Parecía él, sí. –El nuevo me miró y se encogió de hombros. En realidad, se parecía a James Earl Jones, aunque eso yo no lo sabía por entonces.”
Levi, el narrador de todo el libro, tiene, además de una obsesión por el bacón (“Si puedes anunciar la buena nueva a los gentiles, ¿no podrías levantar esas prohibiciones alimentarias?” le pregunta a su amigo), la habilidad de mezclar metáforas y comparaciones de lo más contemporáneo. Y una vez que vuelven a Judea, con Joshua ya más consciente de su misión, se encuentran con el primo Juan que está empeñado en bautizar a todos y que, en una escena bastante parecida a la del evangelio, bautiza a Joshua salvo que este está hundido cuando aparece la paloma.
“-Joshua, no tienes que sacrificarte para demostrar lo que quieres demostrar. Llevo toda la noche pensando en ello. Puedes negociar”.
Todas las aventuras de este libro, excepto el triangulo amoroso formado entre Levi enamorado de Maria Magdalena a la que siempre llaman Magda que a su vez está enamorada resignadamente del casto Joshua, son conocidas: la llamada a los doce apóstoles, entre los que se encuentra un cínico griego, curaciones, multiplicación de los panes y los peces y los últimos días de Joshua que para sacrificarse, como está escrito, tiene que luchar contra sus doce apostoles que se niegan a que vaya montando escándalos por ahí y lo encierran tras la última cena.
“Alguien tenía que hacerlo. Si no, habría seguido recordándonos lo que nosotros nunca seremos”.
Por supuesto que Cordero puede leerse como una burla de los momentos fundacionales de la religión católica, pero quedarse ahí sería quedarse bastante corto. Cordero puede leerse, en primer lugar, como una novela, es decir, una historia inventada que dándole la vuelta a situaciones conocidas propone aligerarlas, un poco al modo de “La Vida de Brian” de los Monty Python. Y, en un sentido más profundo, en una relectura quizá, también puede ser una novela que habla de cosas que suceden hoy y que apenas han cambiado desde aquellos tiempos: las conductas farisaicas, el verdadero valor de la amistad y el amor, ejemplificado aquí por Magda, que todo lo puede y que todo lo sacrifica.
Banda sonora
No voy a ningún lado, / me quedo por aquí. / Y esto que me ha pasado, / lo pienso repetir. / Un batallón armado / y cuatro jueces espontáneos. / Quiero decir que por fin / digo lo que me viene en gana, / hago lo que me da la gana. (La Bien Querida, “Me quedo por aquí”).
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