martes, 1 de marzo de 2011

Manuel Vilas

Estaba enamorado de sus semejantes. / Nunca vimos a nadie tan enamorado.
(Manuel Vilas)

"Eso está queriendo decir la poesía que he escrito durante estos últimos quince años: que el amor vale la pena y que ser libre, también. / Ama mucho, hermano. / Quémalo todo mucho, hermano. / Me voy a comer el mundo". Con esas significativas palabras resume Manuel Vilas una poesía reunida -ya que no completa- bajo el también significativo título de Amor (Visor Libros, 2010). Amor es un libro que demuestra, volviendo a ellos, la poca variedad de los temas a los que la poesía puede acercarse. El amor, sea a las camareras o a las navajas, tanto las compradas en Lourdes como a las comidas en el barrio de Las Fuentes, sea a un viejo coche o las manos de las cajeras, a América o a la incierta gloria de un miembro de segunda de la Velvet Underground, es lo único, o, al menos, lo primordial, que le interesa al autor, a ese Manuel “Vilas que quería ser una santo”, que “tenía esa marcha” y que quedó en una de las voces más distintivas (y distintas) de la poesía española actual.

La escritura de Manuel Vilas propone, si no un nuevo modo, sí otro acercamiento, uno que supera, consciente o inconscientemente, esas áridas batallas entre conocimiento o experiencia, entre lo pedestre y lo estético. Poesía es todo siempre y cuando nazca de una conciencia poética –y de un quehacer en la escritura omnipresente pero de esos que no se nota- y de una sinceridad personal, entendiendo por personal no la del autor mismo (¿cuánto será biografía aquí?) sino la de la persona que rehace la voz poética. “Vilas, heroico, deberíais besarlo todos hasta la consumación” propone alguien, ¿él mismo autor?, en el poema inédito que cierra el libro y explica en el verso siguiente las razones: “es un rey, el ídolo regresado, el gran brujo, el amor”. Y, en esos dos versos, desprovistos ya de la ironía que varias veces a lo largo del poemario, se jura que no existe, donde puede explicarse la poética final, la que subyace a cualquiera de las “anécdotas” que componen Amor. Vilas ha vuelto, renacido tras unos poemas juveniles que aquí omite salvo unos dieciocho, para transfigurar la escritura en realidad compartida y que cumple esos versos en los que ya el primer Vilas se proponía “custodiar el catillo de mi independencia / ganada en gran batalla /a los hombres, los demonios y los dioses”.

Al lector que se acerca por primera vez a la poesía reunida en Amor le conviene hacer suyas las palabras del autor cuando explica, en un hermoso y directo poema en prosa, “El Inmaduro”, que propone que “siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma” para después explicar en “Manuel Oliveira y otros” la raíz última, la razón, de esas personalizaciones, de las que una, la principal, la más repetida, se llama como el autor: “Toda esa gente que me espera. / Toda esa gente en que me convierto para no morir, / para resucitar y reír y amar”. Y volver siempre al amor: “Mucho amor, amor, amor, amor. Eh, estoy enamorado, eso es todo. / He sido muy feliz y os lego la vida. Mañana resucitaré y me daré una vuelta por ahí. / Eh, mira, mira, ¿qué es esto? La vida. Es la vida”.

La poesía de Manuel Vilas, leída en conjunto, con la perspectiva que da tener El Cielo, Resurrección y Calor en un solo volumen, es la constatación de una voluntad poética, de una voluntad, según el autor tardía, pero que se mantiene constante en temas y en modos de acercamiento: versos largos, poemas dialogados, interlocuciones hacia el poema y hacia el lector, lugares conocidos bajo otros ojos. Vilas en Amor, y en la promesa de los poemas inéditos que cierran el libro, mantiene esa constante que hace de la poesía no algo vitalista, término desinflado ya por el abuso de él, sino de constatación, a veces brutal, a veces nostálgica, de todo lo que puede decirse y que resume en un rotundo “Lo queremos todo. Estamos preparados para la felicidad”. Una felicidad tan plena que es capaz de transmutar uno de los poemas más amargos del siglo veinte, “Fuga de la Muerte” de Celan, en versos de amor exaltado: “Luz de la ciudad, te bebemos de noche. // Luz de la ciudad sobre tu cabello de ceniza Sulamita. // Tengo muchas ganas de esta noche. / Te mataré. Te lo daré. Te daré eso. / nos casaremos. Te lo dare, lo juro. // Te quiero”.

Banda sonora
I saw her today at a reception / A glass of wine in her hand / I knew she would meet her connection / At her feet was her footloose man // No, you can't always get what you want / You can't always get what you want / And if you try sometime you find / You get what you need ("You can’t always get what you want to", The Rolling Stones).

No hay comentarios: