Más bien, busco algo como esto.
(L. S.)
1. Estos tiempos, tiempos de rapidez, sangre y despersonalización, son tan malos para la lírica como lo eran en la época en la que Bertold Bretch acuño la frase hoy ya tópica. Estos tiempos, como todos, como los pasados y los por venir, son tiempos complicados para la poesía.
2. Obviando a griegos y romanos, desde Sir Philip Sydney hasta los encargos anuales del Festival de La Haya, pasando por las hermosamente difíciles apologías barrocas, cada época y cada lengua, a su manera, han tenido, en mayor o menor medida, “defensores” de la poesía con argumentos inteligentes y acertados pero que, en el fondo, no sirven de nada.
3. Sólo un gran poema, uno de esos que permanece indeleble en la memoria, basta para defender a toda la poesía. Basta para detener ese ritmo acelerado de los trabajos y la cibernética, basta para recordar que la sangre más cierta es la de los pulsos, basta para recordar que siempre hay un hombre, o una mujer, que tienen algo que decirle a otro hombre, o a otra mujer.
4. En esencia, la poesía se parece a aquel espectáculo de Daniele Finzi, “Ícaro”, previsto para un solo espectador. No sólo es un encuentro único sino que resulta, a pesar de lo ensayado, a pesar de lo definitivo, nuevo a cada re-actuación. Y, por continuar con el símil, aun para el mismo espectador, otra función sería diferente. Eternamente nuevo cumpliendo el poundiano precepto.
5. Y, aún así, las lecturas de poesía son necesarias. En parte para descubrir algo, en parte para sentiré de un modo diferente, para saber, o compartir como siente aquel o aquella que está a nuestro lado, o adelante, o al otro lado del pasillo. Necesarias, pero en nada sustitutas de la experiencia última: una hoja de papel o, ¿por qué no?, una pantalla.
6. Nada más triste que las mesas donde se venden libros durante y después de la lectura. Esas mesas que siguen llenas cuando ya todos se han ido y que saben que los aplausos eran no para la poesía sino para el encuentro social, para felicitar la importancia de ser parte de algo.
7. Hay pocos poetas que logren con una lectura cambiar el modo en que se les lee. Gonzalo Rojas y Ezra Pound podrían ser ejemplos. El uno, por su enfermedad respiratoria; el otro por la violenta pasión que imprime, espejo de la violenta pasión en todo cuanto escribió, en llegar a quien le escuche.
8. Llama la atención que cuando un poeta mayor, en ambos sentidos, en edad, en maestría, comenta los temas de su poesía, enuncie los mismos que casi todos los poetas. El amor, la muerte y, extrañamente, el silencio. Como si justo a aquellos que “no pueden sino cantar” les preocupase no tener nada que decir, un silencio vacío, o no tener las palabras verdaderas y exactas para decirlo, un silencio de impotencia.
9. Un silencio que convierte a toda la poesía en una especie de nota a pie de página de Wittgenstein: “sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar”. Aunque muchas veces se olvida la primera parte de la frase: "Lo que se deja expresar, debe ser dicho de forma clara”. Y eso es la poesía, una expresión clara, no siempre diáfana, de lo expresable; es decir, de todo.
10. Un silencio que, como el dolor ante la muerte, solo ocurre verdaderamente cuando desaparece.
11. ¿Alentar o desalentar los primerizos intentos fallidos de aquellos que buscan su vocación poética? es, y ha sido siempre, una pregunta de difícil respuesta. ¿Cómo alentar la vocación sin alentar unos versos que aún no son ni borradores? Cuando lo intentó Rilke, escribió las cartas que más vocaciones han despertado, y no sólo poéticas sino en todas las artes, aunque de Kappus ya no supiéramos nada. Cuando Pound desalentó a James Laughlin (“no escribas poesía; funda una editorial”), nació una de las más importantes del siglo XX, New Directions.
13. Y siempre Shakespeare. “No perderás la gracia, ni la Muerte / se jactará de ensombrecer tus pasos / cuando crezcas en versos inmortales. // Vivirás mientras alguien vea y sienta / y esto pueda vivir y te dé vida”. Sea quien o lo que sea ese tú.
14. La poesía como un deseo de eternidad, como un deseo de perpetuar en el tiempo, luchando contra él, venciéndolo, para que aquello que amamos, que odiamos, aquello que descubrimos y para lo que descubrimos la palabra exacta, viva, como dicen los ingleses, forever and a day.
14 bis. Aunque a veces esa eternidad se venda por un brillo instantáneo y falso.
15. “No hace falta que salvemos a la poesía; la poesía se salva sola”. Palabras de verdad y belleza, que desde Keats son ya equivalentes, para cerrar estas ochocientas. Ni una más.
Banda sonora
No puedo decir que voy a estar allí / cuando más me necesites, / pero puedo intentarlo si lo pides. ("Canción para ligar (o para que no me dejes)", Los Planetas).