lunes, 28 de febrero de 2011

Michel Deverge (traducción de CR)

el puente

la lluvia tachonaba el paisaje
oblicuamente
sobre el puente arqueado
como el amor
la borrasca empujaba
los paraguas ansiosos
que manchaban los colores
del río gris
lluvia obstinada
en separar las dos orillas
vago, mojar
por qué crear
su lámpara
ya apagada


le pont

la pluie rayait le paysage

à l'oblique

sur le pont arqué

comme l'amour

la bourrasque bousculait

les parapluies empressés

qui tachaient les couleurs

de la rivière grise

pluie obstinée

à séparer les deux rives

paresseux, se mouiller

pourquoi faire

sa lampe

déjà éteinte

martes, 22 de febrero de 2011

Luis Alberto de Cuenca: "Lo que somos II"

Somos tiempo y espacio,
aunque nuestra presencia
en uno y otro sea,
cuantitativa y, sobre todo,
cualitativamente hablando,
mera expresión de ausencia,
mueca de despedida.

lunes, 21 de febrero de 2011

Las Tumbas

Me robaron tu libro pero recuerdo
esas páginas primeras, esa aventura
de hallar en Venecia la tumba del ruso.
Y recuerdo también que me dijeron
que eras guapa o, al menos,
del tipo que me gusta.
Y recordé a Juan Luis diciéndome
volverás a Venecia un día
con una mujer para ser feliz,
verdaderamente feliz
.

Busco en Internet boletos de avión
y el alojamiento más caro que se pueda
-vista a la plaza de San Marcos- y nos imagino
recién bañados tras el desayuno en la cama,
tras una noche de amor y de lecturas,
de citas mejoradas por la memoria.
Y te tomo entonces de la mano y salimos,
y tomamos el vaporetto que lleva al cementerio.

Despierto y aun en Sant Michele estoy solo.
No me interesa esa lápida que tú buscaste sino otra,
una aún más fácil de encontrar. Y me arrodillo
frente a la piedra que marca el descanso del viejo Pound
-yo que he intentado escribir el Paraíso-
y susurro a la altura de su nombre que todo es una mierda
y que la vida es una mierda y que nadie se salva.
Que intentar escribir el Paraíso es inútil, loco anciano,
pero aún más querer vivirlo. Y le recito unos versos
que él ya sabe de memoria: que los dioses olviden
lo que hice. / Que aquellos a quienes amo,
perdonen lo que hice
. Y lloro imperdonable
por la locura y por nosotros,
por las tumbas que seremos.

Y despierto y estoy solo y tu libro,
triste consuelo,
tampoco está.

jueves, 17 de febrero de 2011

Friedrich Dürrenmatt

Suiza tiene algo grotesco en su carácter sus intentos de constante neutralidad se parecen a los de una virgen ganándose la vida en un burdel que pretende, además, permanecer casta.
(Friedrich Dürrenmatt)

Pocas obras del teatro político de mediados y finales del siglo XX, textos que con su referencia han perdido su fuerza, con tanta actualidad con El Cooperador de Friedich Dürrenmatt, una de esas obras que muestra, más que explicar o adoctrinar, una de esas innobles verdades que parecen ser cotidianas en la sociedad contemporánea, la que el propio autor pone en boca de uno de los personajes: “Usted efectúa el trabajo limpio. Alguien debe efectuar el trabajo sucio”. De ese trabajo sucio, de cómo en él se mezclan lo más “alto” y lo más “bajo” de la sociedad, de cómo el sistema utiliza y es utilizado, es de lo que trata la obra. De, en una sola palabra, complicidades.
“Olvidas que la sociedad contemporánea es excesivamente vulnerable. Con todos mis millones no hay necesidad de un partido político”.
Dürrenmatt ya había tratado, cada vez a su manera, en tres obras de teatro anteriores. Un ángel en babilonia trata la desesperación de un ángel al intentar, inútilmente que una joven, la más hermosa que haya existido, sea entregada, sin restricciones, al más pobre de los méndigos, desesperación que viene de que nadie quiere hacerse méndigo por ella y La visita de la vieja dama, cercanísima en su humor negro a esas viejas comedias de la Ealing, cuenta la peripecias en una pequeña ciudad, venida a menos económicamente, en la cual los habitantes ven la posibilidad de enriquecerse si asesinan a uno de sus ciudadanos. En ambas, el dinero es el motor de la trama, la imposibilidad de renunciar a él o la de conseguirlo por medios nada lícitos. De ese tema beberá, en parte, El Cooperador.
“Asesinar ya no es rentable. / ¿Conducir taxis es rentable? / Tampoco”.
La otra parte, la de un mundo de ciencia al servicio del poder y el capital, lo aportará la delirante Los físicos con la historia de un científico que se oculta en un manicomio para salvar al mundo, muy al estilo de Tarkovski, de las más que desastrosas consecuencias de sus descubrimientos mientras que otros dos científicos, cada uno al servicio de una potencia, se internan también para robarle, circunstancia que al final acabará aprovechando, nunca mejor usada la palabra, la directora del manicomio.
“Me llaman Doc. Hablo. Hablo para que alguien me escuche. Estoy metido en una historia de la cual no puedo hablar, un infortunado asunto sin palabras. (…) Creía en el cuento de una ciencia
libre. (…) Me vi obligado a buscar un trabajo no científico”.
En El Cooperador, y de ahí uno de los aciertos del título, los científicos colaboran con los criminales, los criminales con el poder, todos cooperan con todos, cada uno en beneficio propio. La sociedad, dice el dramaturgo, está enferma; pero, y he ahí el paso adelante, la verdad no siempre tan obvia, todos, en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente, cooperan en la perpetuación de esta. Doc, siempre el centro de la acción, es, o fue, o quiso ser, un ser ético, pero las circunstancias, a las que culpará varias veces a lo largo de la obra, le harán acabar creando un proceso químico-biológico que diluye los cuerpos de los delincuentes y los arroja, convertidos en desechos líquidos, en las cañerías del desagüe del sistema sanitario de la ciudad, una ciudad que así logra convertirse en la menor índice de criminalidad. Índice más irónico todavía cuando se descubre que precisamente lo que acaban con la delincuencia son los primeros delincuentes, cuando el crimen es tan frío e implacable como un negocio, cuando el crimen es un negocio.
“Un golpe perfecto. Ud. eliminó al cliente y cobró los diez millones. / Ni siquiera se defendió. Ocurrió en su apartamento. El muchacho sólo me miró con asombro. Cuando todo acabó, me bebí dos botellas de whisky. / La empresa prospera. / Gracias”.
Y, dentro de un mundo en el que todo es pacto y aprovecharse, hay pocos que pueden quedar impunes o indemnes. Apenas uno de los personajes, Bill, el sociólogo, que, viviendo dentro de las afianzadísimas ruinas del sistema, sabe que la única esperanza, la única esperanza posible, una casi troskista, es hacer que todo salga mal.
“Las experiencias personales que me han llevado a mis convicciones carecen de interés. De todos modos me hubiera convertido en anarquista (…) Se ha hablado demasiado. (…) Una bomba colocada inteligentemente no es una utopía, es una realidad. (…) No hacer nada es nocivo. Cooperar es criminal. Planificar, una pérdida de tiempo. Sólo el caos mortífero es constructivo. Realizar esta convicción es mi meta.”

Banda sonora
Yo no cantaba porque me escucharas / ni porque mi voz fuera buena. / Yo cantaba para que se me fuera / la fatiguilla y la pena ("Que me van aniquilando", Los Planetas).

martes, 15 de febrero de 2011

lunes, 14 de febrero de 2011

El disco perfecto para el 14 de febrero (y para cualquier otro día de amor/desamor)

“Una semana en el motor de un autobús” de Los Planetas. Porque, como dice J, “que te dejen es muy malo, tan malo como pasar una semana en el motor de un autobús”. Al ser dejado lo primero que uno piensa (salvo las pocas almas caritativas que puede que aún existan por ahí) es en mandar todo muy, muy lejos. Pero aún a ese sentimiento hay que encontrarle algo de positivo, un, por llamarlo de alguna manera…

1. “Segundo Premio”: “Sentado esperando a que llames, / rezando por que des una señal, / los días cada vez van más despacio / y solamente puedo esperar”. Sí, te han dejado y ahí estás, además de muerto de asco, con la esperanza de que ella (o él) llamen para explicarte algo aunque sea “Que vengas a explicar que todo ha terminado, / que tengas que decir que no me quieres ver” porque, esperanza idiota, “Es imposible que hayas olvidado / lo que los dos podíamos hacer”. Hasta que, en medio de su desesperación (“todo lo que habíamos hablado / es todo lo que vamos a perder”) y el silencio del otro (“rezando porque des una señal”) a J se le ocurre que, al menos, el hecho de escribir y cantarle lo que siente siempre puede ser un premio de consolación, el segundo premio del título ya que “si esto te hace daño, / si te puedo hacer sufrir, / ha servido para algo / al menos para mí”. Y es el que no se consuela es porque no quiere aunque lo único que espera que haga la otra persona es…

2. “Desaparecer”: La mejor manera de evitar un dolor es que la causa desaparezca, pero J (tan masoquista él como buen enamorado) comienza cantando algo que suena más bien esperanzado: “Cuando no te puedas mantener en pie, / y ya no te quede nada por beber. / Y tengas que volver”. Y, de nuevo, la contradicción del enamorado. Se muere porque ella vuelva pero le dice que “Y si piensas volver / Si lo has pensado alguna vez / puede que entonces yo no esté / Y ¿qué vas a ofrecer?, / Si lo que antes te sirvió / no tiene ya ningún valor”. O sea, quiero que vuelvas pero cuando vuelvas te voy reprochar todo porque si te quiero pero te voy a decir que no te quiero. Y todo para terminar entre dos aguas. Por mí te puedes morir (“Y si te esfuerzas puedes desparecer”) pero “y si vas a volver” que cierra un silencio causado por el recuerdo de aquellos celos de cuando ella se fue a…

3. “La Playa”: Y es que la culpa de todo, casi siempre, la tienen los celos o las habladurías. “Y me preguntaba que estarías haciendo, / y me mataban los celos / cada vez que alguno de éstos / me decía cualquier cosa sobre ti”. Y J recuerda la manera más expedita de solucionar esos problemillas que no son más que caos mentales. Lo mejor es ir y aparecer. “Y me fui hasta la playa / para ver lo que pasaba”. Y, sincerote le dice que “pensaba en destrozarte todo el tiempo”, pero como es un cursi se ablanda cuando “te oí diciendo, / cuanto me echaste de menos / y que no te habías podido despedir”. Pero hay cosas que nada borra y aquel verano “fue una pesadilla” y “si me acuerdo, me duele todavía”. Y entonces hay que cobrárselo y nada mejor que hacerlo que reclamándole a ella…

4. “Parte de lo que me debes”: Y es que el J, en su generosidad, no le pide todo lo que le debe; apenas una “parte”. Y esa parte es nada más y nada menos que… el tiempo. Y es que, aunque no sepamos qué intentó, uno no puede evitar compadecerse del J que nos canta “Cuantas veces lo intenté. / Y no sirvió de nada. / De un millón de formas lo intenté. / Y no sirvió de nada”. Para continuar preguntando, sin que sepamos si es a ella o a nosotros, “¿Lo has sentido alguna vez? / ¿Echas de menos algo? / ¿Te has arrepentido alguna vez / de haber tenido y de no haberlo dado?”. Y, sí, siempre pasa lo mismo con las letras del J. Nunca sabemos exactamente de qué habla, qué es lo que hay que haber sentido, qué echar de menos, qué deberíamos haber dado. Y, aún así, saber que sabemos. Pero todo está jodido y no hay de otra que resignarse, no hay de otra que reconocer “lo estúpido que fui, / las fuerzas que gasté, el tiempo que perdí”. Y es que esto no es sino…

5. “Un mundo de gente incompleta”: Donde vuelve a parecer el bipolar del J que por una parte le dice “Ven conmigo, / tenemos muchas cosas que aprender. / Ven conmigo, / te las enseñaré”. Para segundos después preguntarse, ya que nadie entiende, si “tengo que usar las manos / o puedo usar los pies. / Tendré que ser más claro. / Si lo hago, ¿quién me va a entender?”. Y es que está cabrón cuando nadie entiende. Eso sí, acaba encontrando una buena excusa porque “Ahora lo que odio / y lo que somos casi es igual”. Todo para acabar humilde y proponerle que “Mejor dejarlo ahora que esperar. / Mejor dejarlo ya”, aunque al final cabe enojándose y montándose una película de…

6. “Ciencia Ficción”. O esa hermosa sensación de que el mundo, todo el mundo, está en contra de uno y no hay otra manera de solucionarlo que a través de la venganza. Y la culpa claro del fin de la historia de amor porque “si esto acaba / y todo tiene que acabar, / no tendréis nadie en quien confiar”. Y arreglarlo al viejo estilo y además amenazando “Cerrad vuestras ventanas / rezar lo que haya que rezar, / pues cada día se acerca un poco más. / Cuidad vuestros negocios y vuestras familias /porque vamos a mostrar vuestra misma piedad”. Etc.. etc... El J en plan machote y vamos a romper todo. Y ese estribillo repetido hasta la saciedad “Porque seremos cientos / por cada uno de los vuestros”. Aunque no sepamos quienes somos, ni quienes son los otros. La cosa es rebelarse y gritar ante un paisaje que sólo tiene…

7. “Montañas de basura”: “En montañas de basura / ningún beso de cordura” o el descoloque absoluto. ¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? Y de nuevo, por enésima vez, la bipolaridad. A pedirle perdón a ella. A tirarme para que me levanten. “¿Qué va a pasar si me entrego y no funciona? / ¿Qué va a pasar si me tiro al barro ahora y sale mal? / ¿Qué va a pasar si no puedo soportarlo? / ¿Qué va a pasar si decido dar el paso y sale mal? / Aguantaré, podré escapar, podré volver. / Mi vida va a ser mejor de lo que fue”. Eso sí, con dudas y catolicismo: “Dios me tendrá que proteger. / ¿Qué va a pasar si no lo es?”. Y ante la duda la fiesta en una fiesta de…

8. “Cumpleaños total”, porque cuando ya nada puede estar más jodido (“No será peor de lo que era. / No será peor, seguro que es mejor”) nada mejor para olvidar, a pesar de las promesas (“Y aunque juré que nunca más”), que la fiesta y el descontrol y la noche y los bares y la ebriedad. Y es hay cosas que tiran mucho porque vienen de un…

9. “Laboratorio mágico” porque “estoy seguro, tiene que haber algo / que me ayude a soportarlo. / En las farmacias del espacio, / en un laboratorio mágico”. Algo que lleve a la mente a olvidarse de ella y vivir en un…

10. “Toxicosmos”: o esa sensación de que no hay nada más que la química (aunque sea el fermentado de cebada) interactuando con un cuerpo que ya lo único que quiere es descansar y es que “los huesos duelen, / cada paso duelen más”, pero es una sensación tan agradable que “Algo así no debería terminar”. Es otra galaxia, de ahí el título, una en la que ya perdidos no que más remedio que buscar ayuda fuera de uno mismo. “Y rezamos / para no volver jamás” aunque no sepamos a qué se refiere el J exactamente: si a volver con ella o a volver a la…

11. “Línea 1” cuyo críptico título procede, nada más y nada menos, de la línea que nuestro J (y unos cuantos amantes más de las sustancias “legales, ilegales y otras que no se sabe si son legales o ilegales”) utiliza para ir “a pillar un poco más”. Ya más abajo no se puede estar. Ella no va a volver y todo es un desastre. Hora de cambiar de vida. “Iba a hacerlo esta mañana. / Levantarme de la cama. / Comprar algo de comida. / Empezar con otra vida”. Pero poco dura el propósito de la enmienda. “Y después pensé: ¡mejor que no! / Y puse la televisión, / después de todo esto no está mal”. O sea, la mala vida, qué buena es. Y, además, tarde o temprano, el Barça ganará…

12. “La Copa de Europa”, uno de esos himnos perfectos, de autoafirmación personal, de supervivencia, dolida y orgullosa al mismo tiempo, cuyo título proviene de aquella afirmación del J de que “salir de una relación sin salir herido sólo puede compararse con que el Barça gane la Copa de Europa”. Una letra que no merece ni siquiera comentario.

Ahora pienso que no merece la pena,
arriesgarme traerá más problemas.
Así que elijo
lo que tengo más cerca.
Por lo menos tendré la certeza
de que existo,
de que puedo decidir,
de que elijo por mí,
sólo por mí.

En vez de aceptar lo que viene de fuera,
en lugar de contar lo que queda,
desde ahora hasta el día en que me muera
por lo menos cabrá la sorpresa.
Algo nuevo,
algo aún por descubrir,
algo dentro de mí,
dentro de mí.

Cuánto tiempo he perdido ahí afuera,
cuanto por descubrir en mi cabeza.
Es tan vasto
que da casi pereza.
Casi pienso que no tengo fuerzas
para hacerlo
y encontrar dentro de mí
algo nuevo.

viernes, 11 de febrero de 2011

10 de febrero

Y si algo aprendí de ti,
si algo me enseñaste,
fue ese íntimo placer de morderse los labios,
de saber decir “no”
aunque todo diga “sí” y que regrese y caminemos
al paso ese que llamaríamos compartido.

(…)

Y si algo aprendí de ti es a ti misma.

martes, 8 de febrero de 2011

Un cuento de Elizabeth Bishop

Gracias al (casi) siempre exquisito catalogo de la Library of America, hace unos días descubrí los cuentos de la Bishop. Delicados, maravillosamente chejovianos (esos cuentos en los que parece que no pasa nada).

"What is his hand?", un cuento en el que apenas aparecen manos y si aparecen es como de pasada, como quien no quiere la cosa, es un cuento de esos que una vez leído e instalado en lo más adentro del lector ya no puede olvidarse. En este caso, se ha quedado, por el espíritu, por el modo, junto a su poema “Un arte”. En el poema se habla de perder; en el cuento, sabemos que la protagonista perderá algo, tal vez la inocencia (no la carnal, la mental), tal vez el futuro, tal vez lo que está escrito (y el lector nunca sabe) en las líneas de su mano.

Y dos líneas finales espectaculares que dejan al lector pensando, pensando, pensando en el destino de los cuatro personajes y en lo que pasará después. Porque de eso se tratan los cuentos verdaderamente grandes, de la vida que continúa más allá del punto final.

"As we went out into an austere white world, I could still hear behind us the banging of the child on his tiny toy typewriter". (Una lección además de cómo adjetivar: ese seco "austere" repleto de significación y la aliteración perfecta de "tiny toy type").

ADDENDA: Hoy hubiera cumplido cien años.

Las dos últimas estrofas de "Questions of travel"

"Is it lack of imagination that makes us come
to imagined places, not just stay at home?
Or could Pascal have been not entirely right
about just sitting quietly in one's room?

Continent, city, country, society:
the choice is never wide and never free.
And here, or there . . . No. Should we have stayed at home,
wherever that may be?"

viernes, 4 de febrero de 2011

Siempre me pone la carne de gallina...

... la tercera razón para amar a Los Planetas.
Siempre termino pensando en Pablo y en esa demoledora frase final.

Pablo tiene diecisiete años y ha tenido la mala suerte de nacer feo, gordo, torpe, grasiento y tonto en los noventa, la era de los cuerpos danone, la simpatía obligatoria y la inteligencia emocional. Pablo no tiene amigos, los chicos se ríen de él, y las chicas lo consideran invisible. Los padres del chaval tampoco lo miran demasiado: apresados en una aplastante jornada laboral y en una espiral de compromisos sociales, cuando llegan a casa están demasiado cansados como para ocuparse del "inútil" de su hijo, aunque de vez en cuando le dan un grito ("¡a ver si haces amigos o te pones a trabajar o te echas novia de una puta vez!"). Para colmo, al pobre chaval le ha tocado vivir en una metrópolis agresiva, implacable e inhumana como el Madrid de Manzano. En fin, que los vigorosos himnos adolescentes de Los Planetas no parecen estar escritos para este chico pero, sin embargo, él se los sabe todos de memoria. Pablo no se identifica para nada con las letras de Jota pero, mientras espera llegar a hacerlo algún día, vive dentro de ellas, escapa de su miserable realidad sumergiéndose en ese mundo tan real para otros, pero que a ojos de Pablo es pura ciencia ficción: salir con chicas, follártelas, echarlas de menos cuando te dejan, tomar drogas, ir de putas, correrse juergas con los amigos... Como en una suerte de realidad virtual sónica, Pablo vive todo eso y mucho más en las canciones de los Planetas.
Junto a la masturbación, el pasatiempo preferido de Pablo es el playback. Todos los días, se encierra en su cuarto después de comer, se enfunda una camiseta de rayas, agarra una raqueta, baja la cabeza y, durante horas, hacer playback frente al espejo imitando a Jota o a Florent (según le pille el día), mientras suenan en su equipo las canciones de su grupo favorito. Así, durante unas horas Pablo es feliz, y realmente se cree que es él, y no Jota, el que canta esas canciones, el que ha escrito esas letras, el que toca esas guitarras, el que se pone hasta el culo de buenas sustancias y el que moja las bragas de millares de princesitas indies adolescentes y sudorosas. Entre oleadas de intenso placer provocadas por el pop-rock planetoide, Pablo se siente como el chico de la canción de los Monochrome Set, y sueña que es una estrella y que la gente le dice que es genial tal como es, que no cambie ni adelgace nunca. Y también que las marujas le paran por la calle y le sueltan un "por favor, ¿podrías firmarme un autógrafo para mi niña? es que me la tienes loquita, ¿sabes?". Una calurosa tarde de verano, mientras sus compañeros de clase disfrutan de sus vacaciones bañándose en piscinas, viviendo bonitos romances o yendo al Parque de Atracciones en pandilla, Pablo está, como siempre, encerrado solo en casa, escuchando a Los Planetas. Hoy cumple dieciocho años y ha conseguido dos compañeros que le harán pasar una tarde distinta, aunque sean sintéticos: un tripi y un gramo de cocaína. Pablo ya no aguanta más, está harto y quiere probar algo nuevo. Así que se come el tripi y se empieza a meter rayas de coca. Luego pone "Una semana en el motor de un autobús". Cuando el disco llega a su fin, Pablo ya se ha metido toda la farlopa y el ácido ya le han subido a tope. La mezcla entre las dos sustancias ha tenido un efecto devastador en su organismo: Pablo se ve corroído por la paranoia, ve horrores por todas partes y oye risas dentro de su cabeza. Risas que se ríen de él. Mientras "La copa de Europa" suena por última vez en su equipo, Pablo, tenso como una raqueta, siente cómo se le va durmiendo el brazo izquierdo, a la vez que un agudo pinchazo le aguijonea el corazón.
Hospital Gregorio Marañón, doce y media de la noche. El doctor Martínez confirma a los desconsolados padres de Pablo las causas de la muerte de su hijo: infarto provocado por la mezcla de varias drogas aún por determinar. La madre, entre lágrimas, empieza a gritar: "¡Joder, la culpa la tienen esos malditos discos que escuchaba! Ese grupo de drogadictos ¿cómo se llamaba?" Y el padre contesta "Los Planetas, nuestro hijo ha muerto por culpa de Los Planetas". Lo que, en su desconocimiento, no supo apreciar el necio padre de Pablo es que, por el contrario, su hijo había vivido gracias a los Planetas. Hasta que llegó el día en que se cansó y prefirió estar muerto que aburrirse así. Y es que tres discos y un puñado de singles, por buenos que sean, no son suficientes para llenar toda una vida.

Richard Brautigan

Recuerdo que en Vermont confundí a una anciana con un río truchero y tuve que disculparme. / - Perdone – le dije-, creí que era usted un río truchero. / - Pues no – me respondió ella.
(Richard Brautigan)

La pesca de la trucha en América (Blackie Books, 2010) de Richard Brautigan es una negación de su propio título. No es, para nada, un libro sobre pesca, no es un libro sobre truchas; pero sí un delgado volumen, de hermosa y acertada tipografía, sobre América, sobre una de esas Américas que representa cada uno de sus escritores, esa América de la que el propio autor dice que “a menudo no es más que un lugar imaginario”. Brautigan es uno de esos autores que convierten cualquier objeto o situación que miran, o a los que se acercan, en algo tan retocado por su personalidad que logra que la “pesca de la trucha” sea tan diversa como una señora cualquiera, un borrachito, una estatua de Lincoln o un pequeño retrete perdido a mitad de la pradera.
Lo que hace tan extraordinario este librito es, sobre todo, ese placer que recorre a cualquier lector cuando descubre un nuevo autor, a un autor desconocido. Tan desconocido, al menos para el lector en general aunque los siempre valedores Murakami y Fresán lo tienen entre sus autores citados, que los editores de Blackie, de catálogo extraño pero interesante, le añadieron a la segunda edición un cintillo que al desplegarse contestaba a la pregunta que ellos mismos habían propuesto: “¿Y quién es Brautigan?”. Y, en una especie de biografía coral, deja que sean otros quienes hablen de él, aunque ninguno resume tan perfectamente como Michael McClure la sensación que deja La Pesca en el lector: “No era un escritor revolucionario. La suya no era una voz tan peligrosa como distinta, potencialmente libertadora: mostraba las posibilidades de soñar, la belleza y la alegría de la imaginación”.
La Pesca de la Trucha en América es, sobre todo, un monumento a la libertad y a la voz individual, no por disonante sino por pertenecer a un individuo y no a ningún otro. ¿Qué otro autor podría no sólo, por decisión propia y no argumental, decidir terminar un libro con la palabra “mayonesa y explicarlo además en el penúltimo capítulo con la siguientes palabras: “como expresión de una necesidad humana, siempre quise escribir un libro que terminase con la palabra “mayonesa”? ¿Qué otro autor podría titular a sus viñetas, o visiones, con títulos como “la muerte de la trucha por oporto”, “La Pesca de la Trucha en América con el FBI” o ese dadaísta “Cajón de arena menos John Dillinger, ¿igual a qué?”? O, por terminar con los ejemplos, ¿terminar el índice con una nota que dice “hay seducciones que deberían estar en el Instituto Smithsonian, justo al lado del Spirit of St. Louis”?
La Pesca de la Trucha en América, queda en el lector como uno de esos libros que cumplen la premisa de Holden Caulfield: “Los libros que de veras me encantan son esos libros que cuando uno termina de leerlos, desearía ser íntimo amigo del autor y hasta llamarlo por teléfono y todo”. Con Brautigan el lector tiene esa íntima, y agradecida, sensación de que, como sin querer, el autor escribió un libro para complacerse a sí mismo y, al final, se queda, más allá de sus expectativas, con cualquiera que se acerque a él.
Y, al cerrar el librito, después de una renegrida casi obligada, el lector puede evitar preguntarse ante qué esta. ¿Es La Pesca de la Trucha en América una novela de viajes? ¿Un diario sin fechas y desordenado? ¿Un conjunto de poemas en prosa, cercanos al espíritu de la generación beat? Hasta que, al final, ante la inutilidad de compararlo con algo ya publicado no queda más remedio que darle la razón a la nota de contrapartida que propone que "más de uno llegara a imaginar el día en que se escribirán 'brautigans' en lugar de novelas".

La última página de “Una Mujer Infortunada”
“Me voy a levantar para salir a caminar un ratito por este paisaje de Montana. Una terrible tristeza me cubre. Volveré en un momento para despachar este libro. Ya volví... Ahora comienzo la última página (la 160) de este libro. Entran 28 líneas por página, pero yo dejo una vacía entre una línea y otra para utilizar ese espacio con correcciones y agregados. Por lo que podemos hablar de 14 líneas por página multiplicadas por 160. Sí, eso es lo que hay. No puedo evitar sonreírme. Tienen que reconocer que tiene su gracia. Quedan diez líneas por llenar en esta página, pero he decidido no usar la última de ellas. Se la dejaré a la vida de otra persona. Espero que le den un mejor uso del que le hubiera dado yo. Yo ya lo intenté”.
Pocos días después de terminar de escribir ese libro, esa última página Richard Brautigan se suicidaba.

Banda sonora
Ahora pienso que no merece la pena, / arriesgarme traerá más problemas. / Así que elijo / lo que tengo más cerca. / Por lo menos tendré la certeza / de que existo, / de que puedo decidir, / de que elijo por mí, / sólo por mí. ("La Copa de Europa", Los Planetas).

jueves, 3 de febrero de 2011

Adán y Eva

Adán y Eva están paseando por el Paraíso cuando ella le pregunta "¿Me amas?". Adán, sincero, le contesta: "Pos, no hay de otra".

miércoles, 2 de febrero de 2011

Febrero (mes de Ajmátova)

Unos van por un sendero recto,
Otros caminan en círculo,
Añoran el regreso a la casa paterna
Y esperan a la amiga de otros tiempos.
Mi camino, en cambio, no es ni recto, ni curvo,
Llevo conmigo el infortunio,
Voy hacia nunca, hacia ninguna parte,
Como un tren sobre el abismo.


Él amaba tres cosas en la vida:
las canciones vespertinas, los pavos reales
blancos
y los mapas desgastados de América.
No le gustaba, en cambio, cuando los niños
lloraban,
ni el té con frambuesa
ni la histeria femenina
…y yo era su esposa.

martes, 1 de febrero de 2011

La Copa de Europa

Jugamos en ligas diferentes.
Nuestras coincidencias, pocas, eran accidentes del destino: caprichos de niña bien jugando a ser mala, destellos del niño mal que quiso ser listo.
Tarde o temprano el tiempo pone las cosas en su sitio.
Han aprendido a sonreír con esa media sonrisa tan de político. Has aprendido a llamar por teléfono para algo más que quedar o reprochar.
Jugamos en ligas diferentes.
Hasta que a alguien le llega el momento de dejar de jugar.