martes, 29 de junio de 2010

A James Wood le gusta David Mitchell

When people talk about “natural storytellers,” they are probably paying an unintended compliment to the unnatural. They mean that such writers are unnaturally gifted in artifice; that, better than the rest of us, they can draw us in, sound a voice, shape a plot, siphon the fizz of suspense. Yet the compliment is not merely inverted, since even freakish mastery of such tricks does not account for those impalpable gifts—the tremor of presence on the page, the overflow of vitality—which rival the abundance, even gratuitousness, of nature itself.

The English writer David Mitchell belongs to this returning army of nature. Lavishly talented as both a storyteller and a prose stylist, he is notable for his skill and his fertility. Without annoying zaniness or exaggeration, he is nevertheless an artist of surplus: he seems to have more stories than he quite knows what to do with, and he ranges across a remarkable variety of genres—conventional historical fiction, dystopian sci-fi, literary farce.
Más aquí en el New Yorker.

lunes, 28 de junio de 2010

Zweig, Maximiliano e Idea Vilariño

Para Jesús González Mata y Arturo Villalobos.

Entre las profesiones de los protagonistas de novelas hay de todo, aunque Stefan Zweig, olvidado y reivindicado siempre cada cierto tiempo con tres o cuatro títulos de su vastísima producción, eligió para su Novela de ajedrez, a veces traducida como Una novela de ajedrez, (CONACULTA, 2009) a dos personajes que parece que darían para muy poco, dado que se supone que su vida es interior más que exterior: dos jugadores de ajedrez. Pero reducir a eso, a una partida, en realidad dos y media, la novela sería hacerle flaco favor al juego, que da bastante más de sí, y a la novela, de una profundidad psicológica aplastante.

La Novela de ajedrez es, por encima de todo, un estudio de una personalidad concreta, a los que tan dado era Zweig, sobre todo en el campo de la biografía, justamente el que le dio la fama y ahora es menos frecuentado y en el que aprendió todo lo que emplearía después en sus novelas. Es el estudio, mejor dicho de dos personalidades, la del campeón mundial Czentovic, absolutamente negado para nada que no sean las piezas que se desplazan por los escaques, y un misterioso señor B., para el que el ajedrez es, al mismo tiempo, salvación y ruina.

“Czentovic volvió a hacer una pausa sin fin, casi insoportable; era como cuando cae un rayo terrible y uno espera con el corazón palpitante que llegue el trueno, y el trueno no acaba de llegar nunca”. Con esas palabras Zweig no sólo describe el comportamiento del campeón mundial, sino que también, magistralmente, anuncia el tono y el ritmo de la novela. Bajo la simple historia de la novela, en un barco unos cuantos jugadores aficionados retan al campeón mundial hasta que parece un señor que demuestra saber más que todos los profanos y se entabla una serie de partidas entre éste y el campeón, hay, en pinceladas poderosas y profundas, apuntes sobre tortura psicológica, profundidades matemáticas y afirmaciones nada veladas sobre el poder la obsesión y la monomanía en un hombre, en cualquier hombre. El jugador del escritor ruso se ha convertido en jugador de ajedrez en manos del polígrafo suizo.

El centro de la novela, la parte más compleja psicológicamente, como si la historia del campeón, al principio, y el desarrollo de las tres partidas, cierre del brevísimo volumen, menos de noventa páginas, no fueran sino paréntesis, lo ocupa la historia que el señor B cuenta a quien va a invitarlo a jugar. Es ahí donde la fuerza de la escritura de Zweig, aderezada además por su rabia antinazi, desata toda la fuerza de la historia. Encerrado, sin nada, absolutamente nada, cómodo pero en un vacío insoportable, el señor B no puede hacer sino robar un libro de ajedrez del que mentalmente, para mantener la cordura, repite las partidas una y otra vez hasta que a fuerza de saberlas de memoria tiene que jugar contra sí mismo, inventando partidas y enfrentándose en igualdad de condiciones, algo francamente imposible e inhumano. Esa parte central de Novela de ajedrez podría ser perfectamente un cuento borgiano, si hubiera menos historia y más referencia cultural, o cortazariano, si la situación no fuese histórica sino ajena al tiempo, pero es precisamente ese realismo discreto y directo el que le concede toda la fuerza a la corta novela de Zweig: es imposible ser ajeno a una obsesión, a cualquiera. Sea el ajedrez, la lectura o, simplemente, la vida.

Maximiliano de Habsburgo

Aunque tan mala fama se carga, es el emperador el responsable unos aforismos a los que la editorial ha rebautizado Máximas Mínimas de Maximiliano (Tumbona, 2005). Y escribe, aplicable tras tantos años, demostración de que el mundo no ha cambiado tanto: “La verdadera grandeza política consiste en sobreponerse al círculo de las ideas de los hombres que nos rodean, en salir de la atmósfera de nuestro partido y de nuestro rango y, penetrando con la mirada las brumas que se agrupan alrededor de los acontecimientos del presente, considerar con independencia las eventualidades del porvenir. Sólo así se consigue no dejarse arrastrar por las inspiraciones del momento y sobreponerse a las pasiones políticas, que nunca son otra cosa que la expresión violenta de ciegas emociones de actualidad. El que se coloca en esa altura reanima la confianza por el ejemplo y es el guía de los indecisos, que forman siempre la mayoría”.

Escribe Idea Vilariño

En un poema titulado “Escribo, pienso, leo...”: Escribo / pienso / leo / traduzco veinte páginas / oigo el informativo / escribo / escribo / leo. / Dónde estás / dónde estás”. Cuánta sabiduría en tan pocos y tan cortos versos. Cuánta sabiduría en alguien que ya había traducido en Shakespeare, en su rendición del Macbeth, unas palabras que cada día cobran más fuerza: "Donde ahora nos encontramos hay dagas en las sonrisas de los hombres".

Banda sonora

We are standing here / Exposing ourselves / We are showroom dummies // We look around / and change our pose / We are showroom dummies / We are showroom dummies. (“Showroom dummies”, Señor Coconut en la banda Sonora de la película “Y tu mamá también”).

viernes, 25 de junio de 2010

No hay mal que por bien no venga

"Su historia es digna de un telefilme ‘basado en hechos reales’: a los 19 años, cuando iba en bicicleta, Melody Gardot fue arrollada por un coche que se dio a la fuga y sufrió múltiples heridas en la cabeza y fracturas. Su amor a la música fue su mejor terapia, y en la cama del hospital compuso las canciones que formarían parte del EP ‘Some Lessons:The Bedroom Sessions’ (2005)”.
(lo aprendí, como siempre, en el RDL)

miércoles, 23 de junio de 2010

Fernando Pessoa

Tabaquería

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe
quién es
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?),
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace
blancos los cabellos de los hombres,
Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de
nada.

Hoy estoy vencido, como si supiese la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que una despedida que hiciera esta casa y este lado de la
calle
La fila de vagones de un tren, y el aviso de partida
silbando en mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al arrancar.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí por la ventana trasera de la casa.
Fui al campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré yerbas y árboles,
Y cuando hubo gente fue igual a la otra.
Me alejo de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de
pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber
tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno,
No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con
tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
Y quién sabe si realizables,
¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga
razón.
He soñado más que Napoleón.
He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que
Cristo.
Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para esto,
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie
de una pared sin puerta,
Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero,
Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina,
Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los
chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú
los comes!
Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño,
Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.)

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua con vida,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué
inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco
Me invoco a mí mismo y nada encuentro.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni
creído
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer
nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como una lagartija a la que le cortan el rabo
Y es que solamente eso es rabo del lado en el que la lagartija se retuerce.

Hice de mí lo que no supe,
Y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me
perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arrojé y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había
quitado.
Arrojé la mascara y dormí en el vestidor
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice,
Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete con el que tropieza un borracho
O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó
en ella.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
Y con la incomodidad de una alma que mal entiende.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las
cosas como marquesinas.

Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del
misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa.
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como mi camino,
Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de sentirse indispuesto.

Luego me reclino en la silla
Y sigo fumando.
Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo
del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la
Tabaquería sonrió.

sábado, 19 de junio de 2010

Abel y Emily the Strange

pero es mejor cuando las bocas se mueven solas y no oyes nada
(“Diario de Abel”, Luigi Amara)
Abel, además de polémica sobre su financiamiento y una película con altibajos, ha dejado tras de sí un libro que lleva el mismo nombre. No un libro cualquiera sino un table book de factura exquisita, encomendada nada menos que a la editorial Sexto Piso, bilingüe y con textos del propio director, Fabrizio Mejía Madrid, Luigi Amara, Daniela Morábito Rojas y el ubicuo Morris Berman. Todo ello enmarcado en las fotografías, casi doscientas páginas que combinan blanco y negro y color en una impresión envidiable, de Eniac Martínez. O mejor dicho, y como mandan los cánones en un libro elegante y de gran formato, las fotografías enmarcando los textos.
El primer ‘ensayo’ del libro, el del guionista y director, es, sobre todo, una introducción, y más que al libro, a su propio. Aparecen una representación de Hamlet en Londres, una borrachera, un personaje de David Trueba, también director y guionista, y un par de páginas sobre dirigir Abel. Los textos de Mejía Madrid y de Amara son textos que demuestran una mano de autor ya curtida. El de Fabrizio Mejía, una crónica de hermoso título (“Elsinore bajo la lluvia”) que retrata, a modo de crónica periodística y de amistad su viaje hasta Aguascalientes para visitar la filmación de la cinta y el de Amara un poema, escrito al ‘descuidado’ modo infantil, que conjura una y otra vez los mismos temas. Daniela Morábito entrega la “ficha médica” de Abel del que los espectadores nunca saben qué enfermedad es exactamente para cerrar con el texto de Berman que retoma e imbrica, con su habitual claridad, los temas del ‘México quintaesencial’ y el gran Secreto.
Y, para el final, tal vez aquello con lo que cualquier lector, ojeador, empezará este volumen: las fotografías de Eniac Martínez que, aunque tienen algo de ambas, no son ni exactamente fragmentos de un “making of” ni un libro de retratos de los involucrados, más o menos directamente, en la filmación. Desde la fotografía que abre el libro, un primer plano de la tan típica bolsa colgante llena de agua, hasta la última, unas sombras de árboles que podrían ser tanto reflejos acuáticos como un difuminado las imágenes transportan al lector a dos mundos que sabemos reales, el de la historia de familia que es Abel, el de la propia filmación, pero a los que uno no se asoma con frecuencia. De entre todas, con lo difícil que resulta elegir hay tres que destacan, cada una por ofrecer un matiz diferente sobre la cinta. Primero, la del equipo, con el sonidista en el centro, junto con algunos extras atravesando un campo y una vaca y su vaquero, al fondo, ajenos a cuanto acontece. Otra, la cerca que, rodeada de alambre espino en su parte superior, cruza de un lado a otro la página que obliga a preguntarse si las cosas son tan diferentes aquí. Y, una tercera, que presenta, en lo que parece un momento de descanso de la cinta a los dos niños actores, desenfocados, desvaídos, mientras el más pequeño ¿sostiene?, ¿juega? con una cámara fotográfica bajo la atenta mirada del mayor, representando, en un solo cuadro la magia de la cine, de los niños actores y, sobre todo, de la verdad que hay, que debe haber, tras cualquier fotografía, tras cualquier imagen.

Del “Cuaderno de Abel”
“si cierras lo ojos y lo piensas mucho / el dado hace lo que le pides // (…) // era un día muy raro / un día entre domingo y lunes / el paraguas estaba roto en un rincón / y todos creían que era un vampiro con mucha fiebre / un vampiro que le daba miedo la oscuridad // (…) // pero voy a componerlo todo / voy a componerlo // y luego todo dio vueltas / como trompo // (…) // por más que me las lamo / las costras como que no se borran // primero el dedo toca el agua / un círculo adentro de otro círculo adentro de / otro círculo adentro de otro círculo”.

Vuelve Emily Más extraña que nunca
“El verano ya casi ha llegado, las noches son cálidas y yo me encuentro en la flor de la vida, de modo que estoy más para actividades extradomésticas no autorizadas que para empaquetar mis cosas”. Así comienza, casi, el segundo libro, recién publicado en castellano, de una de las heroínas contemporáneas más ¿encantadoramente oscura?, Emily la extraña, creada por Rob Reger pero co-escrita por él y Jessica Gruner, que, en medio de una mudanza continúa tan antisocial y aferrada a sus gatos y sus propios planes como siempre.

Banda sonora
"¿Estamos ante la primera ‘canción con mensaje’ de Los Planetas? / (Florent): Yo no quería decirlo, pero tú lo has dicho. No llega a ser una canción protesta, pero casi, y la letra es bastante interesante. Muy irónica y curiosa. (J): Habla de esos colectivos que deciden los destinos individuales de las personas sin tener en cuenta sus necesidades ni sus opiniones” (de una entrevista a Los Planetas).

Hermano Cerdo y el New Yorker

Si es una buena idea o no, lo sabremos a su debido tiempo. Sean felices.
(HC)
Con esas palabras de ánimo y una necesaria explicación, que no justificación (“Antes que nada, este nuevo número de HermanoCerdo no es una antología ni la buena nueva o algo por el estilo; no es una manera de quedar bien con alguien o con algo, y mucho menos una de esas compilaciones que intentan definir el pulso de una generación o de una corriente”), una de las revistas, sólo en edición electrónica (http://hermanocerdo.anarchyweb.org), que más ha hecho en este país por promover la literatura usamericana, especialmente la prosa, el tan traído y llevado “realismo” y el ensayo inteligente, ofrece en su último número un paseo, placentera apuesta, por el cuento norteamericano contemporáneo.

La oferta es amplia y va del interiorista y poético “Palabras, palabras, palabras” de Tom Lutz al ejercicio de género con cercanía a Auster de “El plagiario” de Alex Rose, del comedido, y subtextual, “Intento” de Todd Zuniga al perfecto “Hombres Callados” de Leslie Jamison, del carveriano “Coma algo” de Marie-Helene Bertino al espíritu pop de, significativo título, “A Light That Never Goes Out” de Garth Risk Hallberg, del humano, demasiado humano “El ganador” de Aaron Garretson, de los tristísimos “Para el mundo estaré enterrado aquí” de Jensen Beach, y “La señora de la cara maquillada” de Lesley Clark al lahiriano “Garganta demasiado pequeña” de la siempre asombrosa Cybele Knowles o el ¿hemingwayano? “Mierda en grande” de Clint Head.
Y, para aquellos lectores más interesados, o igualmente interesados, en el ensayo, una inteligente lectura de Los Esclavos de Chimal, una lectura crítica y nada complaciente de la obra de Fernando Vallejo y una apología, absolutamente necesaria, de Shirley Jackson.

En defensa de la desconocida Shirley Jackson
“Supongamos que Jackson no hubiera publicado “The Lottery” en el New Yorker en 1949, cuando todavía no era famosa. Supongamos que no se hubiera casado con un animal y que no hubiera tenido hijos ni necesidad de alimentarlos. Pero sobre todo supongamos que Estados Unidos hubiera sido, por ejemplo, Francia. En este mundo ucrónico, hoy no celebraríamos la llegada de Jackson al Olimpo oficial de las letras norteamericanas porque no haría falta: ella llevaría medio siglo en su pedestal, indiscutible, inamovible, barriendo los añicos de la campana de cristal y enterrando los restos del guardián entre el centeno”, escribe Pablo Chul.

La(s) lista(s) del New Yorker
¿Cómo no fiarse de una revista, y sus editores, que en 1999 eligieron una lista de veinte autores menores de cuarenta años a los que valía la pena seguir la pista y que incluía a Michael Chabon, Junot Díaz, Jeffrey Eugenides, Rick Moody, George Saunders, David Foster Wallace y, por supuesto, Jhumpa Lahiri. La mayoría, además, antes de su éxito artístico y mediático, antes de premios y de ventas.
De la nueva, de la que todos ya habían sido publicados en el New Yorker y va de autores que aún no tienen ni un solo libro publicado a los que ya tienen varios, habrá que estar atentos a la concisa escritura de Chimamanda Ngozi Adichie, al peruano Daniel Alarcón, al ya consagrado Jonathan Safran Foer, a Gary Shteyngart del que se puede leer en español Absurdistán y, por supuesto, a Rivka Galchen cuya primera novela, a pesar de sus últimas diez páginas, merece un lugar de excepción.
Sólo una duda. ¿Zadie Smith? ¿Expulsada de la lista porque no entregó un inédito a tiempo, condición indispensable o alguna otra inexplicable razón?

De Rivka Galchen
Así comienza “The Entire Northern Side Was Covered with Fire”, un cuento sobre amor, desamor y más desamor que eligió el New Yorker .
“La gente dice que ya no se lee, pero yo no creo que sea verdad. Los presos leen. Supongo que no tienen mucho acceso a computadoras. Una injusticia que a mí me resuñlta feliz. Las cartas más amables que he recibido –que son también las únicas que he recibido- me llegaron de presos. ¿Quizá somos todos prisioneros? ¿De nuestras propias vidas, de nuestros propios hábitos, de nuestra relaciones? No está bien que yo diga eso. Quizá puede que hasta sea malo ese aprovecharse de la miseria de los otros”.
Mientras que esperamos la anunciada traducción en Almadía de su primera y única novela, la desternillantemente obsesiva Atmospheric disturbances .

En el ultimo número de Letras Libres
El siempre inteligente Gabriel Zaid escribe que “En todos los países hispanoamericanos hubo querellas entre liberales y conservadores. Sólo en México decidieron matarse, en vez de escucharse, para acabar con las opiniones contrarias”.

Banda sonora
Mi piace andare piano piano / Como Adriano Celentano / 'Because like this' si arriva lontano. // Di no al pánico, sin pánico, sin pánico, no al pánico / Edipo contra Electra / Narcisismo es lo que impera / Qué simpático, simpático, carismático, simpático/ Edipo contra Electra / Tus complejos a la hoguera ya. (“Me amo”, Love of Lesbian)

jueves, 17 de junio de 2010

Ojalá pudieramos leer algo así sobre Aguascalientes

(sobre todo por las editoriales robables)

El ladrón de libros, ese tipo sobre el que es difícil depositar sospecha, bien vestido, educado, culto y de buen gusto, se ha dejado caer por la Feria . Además hay bandas de manguis organizadas que compilan a petición: este año los títulos más robados son El asedio, de Arturo Pérez-Reverte, El tiempo entre costuras, de María Dueñas o la saga de Stieg Larson. Pero también hay editoriales fetiche, como El Acantilado, que causa furor entre los chorizos bibliófilos, y colecciones clásicas como los títulos de Tusquets y Anagrama.
Robar libros es una mala costumbre que va dejando su halo romántico para convertirse en un negocio. El ladrón de obra literaria delinquía por vicio propio, para puro disfrute personal. "Ahora les pagan para revenderlos en algunas librerías o en puestos", aseguran Boris y Luis, de la librería Antonio Machado.
Todavía varios ejercen por vicio. "Como aquel hombre que volvió un buen día a la librería a devolvernos una maleta con todo lo que nos había robado. Le encantaba la literatura erótica. La devolución se la impuso el médico como terapia para su cleptomanía. Nos dio tanta pena que le dijimos: 'anda, quédate con ello", recuerda Boris.
Al ladrón, los libreros, le tienen catalogado. "Alguno hasta ya te saluda", comenta Luis. El método más habitual es cubrir el muestrario con un periódico y llevárselo de abajo. Otro es echárselo a la mano y colocarle un separador. Algunos llegan a la firma y te salen con el típico: "Lo traía de casa", comenta Chus Visor. "Pero, ¿qué les vas a decir...?", añade.
Suelen caer los volúmenes más esquinados. "En nuestro caso, las canciones de Radio Futura", comentan en la caseta de Pre-Textos. También ellos sufren ese vicio tan extendido de que la poesía no se compra: se roba. Y este año les ha tocado pagar el pato con Del amor, del olvido, del colombiano Darío Jaramillo.
En esas malas artes no se empieza precoz. "Los niños no roban", comentan Belén y David en el puesto de la infantil Kalandraka. "Aquí les dejamos cogerlos y se los llevan sin ser conscientes de que hay que pasar por caja. El problema son los padres. Algunos no vuelven...". O ese señor mayor que con tembleque en la mano se los metía en el bolsillo. Era tan descarado que daba apuro afearle la conducta. Hasta que a la tercera, Belén le advirtió: "Eso está en gallego". El ladrón respondió. "¡Anda...!". Y lo volvió a poner en su sitio.
Robando 'tochos'
En la caseta de Contexto, lo que vuelan son las biografías musicales de Global Rhythm Press, comenta Lola Barroso. Ella tiene buena experiencia con los ladrones por haber trabajado años en la Casa del Libro. "Los pasaban por encima de las barras magnéticas. Robaban tochos de medicina y ciencia y muchos CD de 130 euros". Alguno era habitual: "Había un señor al que llamábamos el de la camisa granate. Un día se la cambió de color y le pillamos".
Ninguno de los conocidos es bienvenido. Su presencia provoca tensión. Alerta. Los guardias de seguridad que este año se pasean por la feria están más pendientes de los tirones. Son los libreros quienes deben andar más atentos. Aunque todavía no han hecho los recuentos totales, sospechan que vuelven a estar en boga los más vendidos de las listas.
Pero quedan los fetiches también: "Cualquier cosa de El Acantilado. Luego los puedes encontrar en un puesto callejero que hay en la calle Génova. Y entre los del sello catalán del editor Jaume Vallcorba destacan los títulos del vienés Stefan Zweig. Con un protagonismo especial para el clásico 24 horas en la vida de una mujer, comentan en la caseta de la editorial.
También Tusquets y Anagrama quedan entre los más robados. Este año se ha notado algún agujero de más en el último de Murakami, 'De qué hablo cuando hablo de correr'. En cuanto al sello de Jorge Herralde, según dicen ellos mismos: "En cualquier feria solemos sufrir un saqueo general".

"Palabra en el Mundo" en El Cafecito

Escribe en la presentación Ricardo Esquer:
"Bajo la copa del laurel de la India que se eleva en el patio del café-galería Herrán, la noche del sábado 22 de mayo comenzó con poesía. La cita era en uno de los muchas viviendas construidas por el arquitecto emérito Jesús Reyes Rivas a principios del siglo XX en esta ciudad, que debe mucho de su rostro urbano al genio ecléctico de este artífice zacatecano.
Hubo tres mesas de lectura. En la primera participamos los incluidos en el cartel: Arlette Luévano, Mónica Ávalos, José Luis Justes, Francisco Martínez Farfán, Juan Manuel Rodríguez, quien facilitó el equipo de sonido, y Ricardo Esquer. Las otras dos fueron con autores que se anotaron fuera del programa. Una, con dos discípulos de Juan Manuel Rodríguez: Sergio Ramos y Miguel Molina. La otra, con dos lectores que se animaron en ese momento: David Díaz de León y Miguel Rosales."
Todo eso y mucho más en El Cafecito.

miércoles, 16 de junio de 2010

Bloomsday


Joyce murió en Suiza.

A todos hoy se nos ha muerto algo en/por Suiza.

lunes, 14 de junio de 2010

Hay novelas que valdría la pena leer por una sola frase

“… sus manos corriendo sobre ella como si fuera una arcilla difícil y él estuviera desesperado por darle una forma nueva.” (Chang-Rae Lee, The Surrendered)

martes, 8 de junio de 2010

Diario de la renuncia (III)

Recuerdo la frase que inició todo. Aunque, como pasa siempre, fui el último en enterarme de lo que quería decir exactamente. Jamás supe que aquello era el principio del fin hasta que fue el fin. Fue en una cena con amigos; una cena fría, jamón, variedad de quesos y pocas delicatesen más. Una botella de tinto de precio accesible y no del todo malo y cervezas. Los nueve reunidos escuchamos la frase: “¿Saben? Voy a ser feliz, verdaderamente feliz”.
Todos excepto yo la entendieron.
Unas cuantas frases después se acabaron las botellas y los cigarros. Cuando todos los demás se habían ido, y después de hacer como que habíamos limpiado, me dijo que estaba cansada y que lo mejor era que cada uno durmiera en su casa.

Diario de la renuncia (II)

Aunque debiera haber sido así, no dejé de fumar por salud. Lo hice por un motivo semejante al que tenían los soldados usamericanos en Vietnam para romperse un hueso del brazo o de la pierna. Para lograr que algo les doliera más que el disparo que acaban de recibir. En la pierna, en el brazo, en el pecho, en el hombro. Donde fuera.

Una chica acababa de dejarme. O, no hay manera de saberlo, tal vez hubiera sido yo quien la había dejado a ella. Como en esa canción de un grupo del que sólo se acuerdan los japoneses: Once I had a girl. / Or should I say ‘She once had me’.

El arte de ser. La autobiografía en la edad del narcisismo.

El ensimismamiento, según nos dicen, es la preocupación principal de nuestra época. Es una actividad extraña. Me imagino una mancha de tinta absorbiéndose a sí misma y desapareciendo lentamente como el gato de Cheshire. Si la estrella es más importante que el equipo, si el clan es más importante para nuestros intereses que la comunidad, si las minorías deben de volverse mayorías y las sectas son las únicas poseedoras de lo sagrado, entonces quizá deberíamos aceptar la pluralidad excesiva que nuestro egoísmo sugiere e interpretar nuestro papel ante un teatro vacío.
(De William Gass en traducción de René López Villamar. Completo e interesante, aquí)

lunes, 7 de junio de 2010

Diario de la renuncia (I)

El sábado decidió dejar de fumar. Con lo que iba a ahorrar enmarcaría un dibujo que había encontrado en la calle, tirado en el suelo, casi limpio, casi sin arrugar. Dos manos y un título en inglés: Symptoms of Loneliness.

Muriel Barbery y Armando Alanís Pulido

La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.
(Muriel Barbery)

La elegancia del erizo (Planeta, 2010) de Muriel Barbery es una novela cuyas dos protagonistas, que hubieran sido secundarios en cualquier otra novela, son, al mismo tiempo lo más alejado entre sí que se pueda imaginar, Paloma, una niña de doce años y medio, hija de un alto funcionario gubernamental francés, enamorada de lo japonés y que se suicidará el día que cumpla trece años y una portera, Reneé, lectora de Tolstoi y filosofía medieval, pero a las que la cercanía, un mismo edificio, y un excéntrico jubilado oriental acabarán por unir.
“Vivir, morir: no son más que consecuencias de lo que se ha construido. Lo importante es construir bien. Por ello, me he impuesto una nueva obligación: voy a dejar de deshacer, de derribar, y me voy a poner a construir. Hasta de Colombe haré algo positivo. Lo que cuenta es lo que uno hace en el momento de morir y, el próximo 16 de junio, quiero morir construyendo”, escribe la jovencita en su diario harta, a su modo, de su familia, de sus vecinos, del mundo en general contra el que lucha con sus diarios (uno para lo interno, otro para lo que ella llama el movimiento del mundo) y los haikus y tankas que escribe.
“Todas las familias felices se parecen; las familias desdichadas lo son cada una a su manera es la primera frase de Ana Karenina que, como toda portera que se precie, no puedo haber leído, como tampoco se me permite estremecerme al oír la segunda parte de esta frase, en un momento de gracia, in saber que era de Tolstoi, pues si bien las personas humildes son sensibles sin conocer la gran literatura, no pueden aspirar a la alta consideración en la que tiene a las personas instruidas”, uno de los pensamientos de Reneé, poco después de que se haya traicionado a si misma al reconocer, estremecida, una referencia al escritor ruso, en que asume su propia diferencia.
A mitad de camino entre un cuento de superación personal y uno de esos manuales de “lo que hay que leer antes de morir”, entre la novela y una colección de mini escenas unidas por los protagonistas, entre El mundo de Sofía y una Bildungsroman, La elegancia del erizo es uno de esos libros inclasificables que, aunque no logren dejar una impresión en el lector (de hecho, tiene un par de fallos de lógica bastante llamativos) de haber leído una obra maestra, sí logra que uno acabe entristeciéndose con esa frase final, rotunda en su sencillez, “Pues, por usted, a partir de ahora buscaré los siempres en los jamases. / La belleza en este mundo”. Y de laque decir cuál de las dos pronuncia o escribe sería traicionar a una de sus protagonistas.

Ritual del susodicho
Tras el breve, y directo, Aquello que sucede cuando en aliento llegas en la noche, Armando Alanís Pulido entrega en edición bilingüe, español y portugués, Ritual de susodicho / Ritual do dito cujo (Mantis, Selo Sebastião Grifo, UANL). En la introducción de Alfredo Fressia está perfectamente resumido el espíritu que anima este volumen y al propio poeta: “es concentrarse de poetas en un solo hombre”. Y, ya antes, desde esa significativa palabra del título “susodicho”, emparentada en su enigma con ese inicio de los cantos poundianos de “And then”, que nos propone antes de quien s ha hablado antes pero que el lector no tiene manera de saber. ¿Se refiere al propio poeta o a otro, a otros? Y la única manera de descubrir ese enigma es abriendo el libro y leyendo un poemario en que cuarenta poetas (¿o uno sólo que es todos esos?) son retratados en los explícitos subtítulos, poetas que van de ese primer “poeta sin poema” hasta el final “poeta con libro nuevo bajo el brazo” recorriendo un amplio espectro que, con el ritmo tan característico de la escritura de Alanís Pulido, deja una sonrisa, complice a veces, pensativa otras, en el lector.

Dos poemas de Armando Alanís Pulido
Uno que emparenta, exacto, con el final de la novela de Barbery, “La noche invadió las cosas”: “Agitado y oscuro, / no olvido la sentencia: / gotear pausadamente / en rebeldía y sin arrepentimiento / andar, rondar las hemorragias. // Hacer en cautiverio / el balance del siempre y el jamás”.
Y “Sálvese quien pueda”, con el que significativamente termina el poemario: “Para bien o para mal: / insisto, resisto, existo”.

Banda sonora
Muéstrame cómo es, / prometo que esta vez todo va a salir bien. / Ahora tengo una misión, / ven y camina de mi mano, / camina a mi lado, conmigo. / Sólo enséñame para que pueda ver / porque en mi vida he fracasado / una y otra vez, una y otra vez. (“Jesús”, Los Planetas)

Murakami y Dalí

No creo que mi carácter le guste a nadie. Quizás haya unos pocos (muy pocos) que me admiren. Pero es muy extraño que guste.
(Haruki Murakami)

La mercadotecnia enseña que cuando un producto está posicionado en el mercado su propio nombre, o las variaciones sobre él, son una inversión siempre segura con la ventaja añadida de que en sí mismo es ya la esencia de lo que se venderá. Esa misma estrategia mercadológica se aplica a los autores, a los consagrados, a los, por usar un término, de raigambre economicista, “valores consagrados”. De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami y Diario de un genio de Salvador Dalí, ambos publicados por Tusquets, son ejemplo de ello.

De qué hablo cuando hablo de correr
Esconde, tras ese titulo tan carveriano que el autor incluso le agradece a la esposa de Raymond Carver, una serie de ensayos, artículos y memorias parciales de los que parecen ser los dos temas más importantes de la cotidianeidad del candidato al Nobel, Haruki Murakami. Es, vaya por delante, un libro, mejor dicho, dos libros, uno sobre la fortaleza y constancia del maratonista, el otro, sobre la fortaleza y constancia del escritor, intercalados por momentos biográficos, siempre relacionados con esos dos temas, del menos japonés de los escritores japoneses. Y el volumen de kilométrico título no llega nunca a convencer. No está mal escrito, se puede leer en un par de sentadas, no exige mayor esfuerzo por parte del lector que se deja atrapar por la historia, historia construida a base de anécdotas; o sea que, en resumen, es un buen libro al que lastra demasiado el nombre de su autor que no alcanza en ninguna de estas páginas (¡y con unas centrales dedicadas al escritor corriendo!) las cotas que ha logrado en otras de sus obras, pero que en esta tiene párrafos tan suyos como “sea como fuere, el calendario señalaba ya octubre. Un mes pasa volando. Y la estación más dura está ya al acecho”.
Pero, en estos tiempos de fake memories y tanta non-fiction, el lector agradece la sinceridad de un autor que sabe que está entregando una obra menor y de la que dice “creo que esta obra aborda unos cuantos aspectos que, aunque no puedan calificarse de ‘filosóficos’, sí son al menos una especie de reglas de experiencia [y aquí Murakami no puede o no quiere evitar sonar a manual de auto-superación]. Tal vez no resulten de mucha utilidad, pero, en cualquier caso, esto soy yo como persona”.

Diario de un genio
Sólo un surrealista buscando epatar o un artista convencido de que en la posmodernidad el exabrupto es la mejor manera de atrapar la cada vez menos constante atención del público hubiera podido titular sus memorias de tal modo. Salvador Dalí era ambas cosas y ambas las explica sin ambages. De lo primero afirma que “me tomé, pues, el surrealismo al pie de la letra (…) un estudiante de los surrealismo tan concienzudo que rápidamente me convertí en el único ‘surrealista integral’. Hasta tal punto que acabaron por expulsarme del grupo por ser excesivamente surrealista”. La afirmación pública del artista se hace explícita en la ‘nota aclaratoria del autor’ que propone que “este libro demostrará que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes de los del resto de la humanidad”, escrito, y vale la pena anotarlo años antes de Warhol y de los performances. Un libro que vale la pena leer, además de por lo divertido, que en algunos momentos roza lo patético, porque cumple su promesa de ser “el primer diario escrito por un genio”. O, para aquellos que no creemos en la genialidad daliniana, por la voluntad de ser genial y querer demostrarlo.

“En mitad de un verso” de Gerardo Diego
“Murió en mitad de un verso, / cantándolo, floreciéndole, / y quedó el verso abierto, disponible / para la eternidad, / mecido por la brisa, / la brisa que jamás concluye, / verso sin terminar, poeta eterno. // Quién muriera así / al aire de una sílaba. / Y al conocer esa muerte de poeta, / recordé otra de mis oraciones. / «Quiero vivir, morir, siempre cantando / y no quiero saber por qué ni cuándo.» / Sí, en el seno del verso, / que le concluya y me concluya Dios”.

Banda sonora
Cuando por la tarde te dije / que en realidad no pasaba nada, / tuve que bajar la cabeza / para evitar tu mirada. / Que las cosas cuando se estropean / es muy difícil arreglarlas, / lo que hoy te trae de cabeza / se habrá pasado mañana. / Tiraste una piedra en el agua / y vi las ondas que se acercaban / pero nunca escucho, nunca atiendo, / nunca me entero de nada. (“Nunca me entero de nada”, Los Planetas).

jueves, 3 de junio de 2010

Tres poemas de Jesús Munárriz

El deseo

Si algo ha marcado el rumbo de mi vida
es, sin duda, el deseo,
esa imposible búsqueda de todo
lo que está más allá
a la que debo cuanto de valioso,
hermoso o placentero
encontré más acá
-¡oh cuerpos memorables, volved a mis sentidos!
Mi obediencia ha tenido cuanto al placer me lleva,
aunque cierta mesura
sabe imponerme la sabiduría
-no echar al fuego toda la madera,
que hay que construir mesas y sillas,
y escaleras.

Un cerdo de la piara de Epicuro
supongo que habré sido,
-cosa que, por supuesto, me parece estupenda,
porque creo que somos
una larga pandilla de implicados
los que hemos preferido el amor al poder,
al robo o a la guerra
a lo largo del tiempo,
y que no lo hemos hecho nada mal, francamente.

*

Cuando el viento abalanza sus mastines
por las encrucijadas del olvido
y levanta las hojas del recuerdo
que cubrían las huellas del camino,
se ve un paisaje desolado y yerto,
la sombra de los días que se han ido,
borrando con su paso la esperanza
de algún inencontrable paraíso,
cuando el viento abalanza sus mastines
por las encrucijadas del olvido.

Cuando la noche trae su misterio
y se mira a los ojos al destino,
cuando la soledad se precipita
por nuestra confusión y sus abismos,
de no se sabe dónde, la tristeza
aparece de pronto con su frío
dejando un esqueleto de verdades
olvidado a la puerta del vacío,
cuando la noche trae su misterio
y se mira a los ojos al destino.

Cuando la nada crece en las macetas
y se esconde en el fondo del pasillo,
cuando nos despertamos con su cuerpo
pegado a nuestro nombre y apellido,
olas de sal golpean las paredes,
se arremolinan ante el precipicio
y nos va arrebatando su blancura
hasta el último sueño del sentido,
cuando la nada crece en las macetas
y se esconde en el fondo del pasillo.

*

De poeta a poeta

Sabes -y sueles- hacer el amor
como el poeta construye sus versos:
con acordada mezcla
de pasión y sistema
(y no digo artificio),
de música, entusiasmo,
intuición y saber.
Precisas emociones
las transformas en ritmo
y melodiosa fantasía
enriquece tus gestos;
sabrosa perversión
los enloquece.
Cuando estás inspirada, que es bastante a menudo,
me transportas a límites nunca antes alcanzados.
De poeta a poeta:
enhorabuena.
¿Cómo podría hacerme
con tus obras completas?