lunes, 23 de noviembre de 2009
sábado, 21 de noviembre de 2009
De A., como siempre
Como sabrás, mi apellido ya no es Persons sino Capote, y me gustaría que en el futuro te dirigieras a mí como Truman Capote, ya que todo el mundo me llama así.
(de T. C. a Arch Persons)
Escribir una reseña sobre el autor de A Sangre Fría tiene, siempre, una garantía de éxito que el propio escritor asumió: "No me importa lo que digan de mí mientras que sea falso". Además incluso aquellos que no lo han leído saben de su existencia gracias al cine ya sea, dependiendo sobre todo de la edad, de la inolvidable Desayuno en Tiffany's con esa actriz angelical y hermosísima o de la más reciente Capote. Un Placer Fugaz, hermoso título, es la suma completa de la correspondencia ("que no ha pasado por ningún lavado de cara editorial") por Truman Capote a lo largo de toda su vida desde la adolescencia. De hecho, en ella comienza su plena conciencia de sí mismo, una característica peculiar, precisamente con la carta que encabeza estas líneas.
En Un Placer fugaz se encuentran en toda su plenitud las cuatro facetas que el escritor afirmó de sí mismo: "Soy alcohólico, Soy drogadicto, Soy homosexual, Soy un genio", aunque no necesariamente en ese orden ni con esa importancia.
Como la mayoría de los grandes autores, cada una de sus líneas, cada una de sus afirmaciones, y más en el caso no de escritura de ficción sino de correspondencia personal, refleja al autor. Incluso cuando habla de otros. "Cecil Beaton, que no está ligado a ninguna editorial, ha preparado un libro enorme con fragmentos de sus diarios; lo he leído y es muy indiscreto, muy divertido conmovedor a veces, e implacablemente sincero: no se salva nadie, ni él mismo". Esas mismas palabras, a las que sólo (o "solo" según las nuevas normas de la Real Academia Española) haría falta cambiarles el nombre, resumen perfectamente el estilo y tono de la mayoría de las cartas a las que Capote era, podría decirse, adicto a escribir. Y, según parece por muchos de los primeros párrafos, sobre todo, a recibir.
En las cartas se descubre a un Capote que se deja arrastrar por la belleza de la vida que le sorprende, casi siempre, a mitad de sus viajes, en cada lugar nuevo que encuentra, reencuentra o descubre. "Está anocheciendo. Por Dios, París es precioso a esta hora. Una luz de un azul irisado ilumina la calle, esas delicadas farolas rosas empiezan a florecer en el Étoile, y hay un grupo de niños que van arriba y abajo por el quai cantando 'La vie en rose'. Enloquecería de alegría si además estuviéramos todos juntos".
Y, en alguien tan radicalmente sexual como el escritor del inolvidable "Una Guitara de Diamantes", uno de sus cuentos más perfectos, no podían faltar las referencias más que explícitas a una desbordada apetencia sexual. "Aquí, en las islas, los hombres bailan siempre juntos, nunca verás a una mujer en las tabernas. Pero todo es muy inocente, o eso me parece. Pero en Atenas… no se puede andar más de una manzana sin que se te arrimen diez veces. No exagero. Hay una librería, justo en la plaza de la Constitución que está especializada en fotografías y literatura de un género en particular. Salí con la mochila llena, y ya te lo pasaré, sobre todo un volumen titulado The Sexual Life of Robinson Crusoe".
Un placer fugaz es, principalmente, eso, un placer, que a pesar de las más de seiscientas páginas, asoma al lector a la vida de relación de Capote con editores, amigos y amantes hasta la brevísima, y acertadamente, última carta, en realidad un telegrama: "te echo de menos dime cuándo llegas Besos Truman". Un Truman Capote que parece, de hecho, despedirse no sólo de Jack Dunphy y la vida sino también del lector.
De Desayuno en Tiffany's
"No soy Holly, (…) no sé quién soy. Soy como este gato, somos un par de infelices sin nombre, no pertenecemos a nadie ni nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro".
"¿Sabes lo que te pasa? No tienes valor, tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir está bien, la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única forma de conseguir la verdadera felicidad. Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno, nena, ya estás en una jaula, tú misma la has construido y en ella seguirás vayas a donde vayas, porque no importa donde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma"
Un poema de Antonio Gamoneda
Todos los días salgo de la cama / y digo adiós a mi compañera. / Vena: cuando me pongo los pantalones, / me quito la / libertad. // Cuando llega la noche, otra vez / vuelvo a la cama y duermo. / A veces sueño que me llevan con las manos atadas, / pero entonces me despierto y siento la oscuridad, / y, con el mismo valor, el cuerpo de mi mujer y el mío. ("Libertad en la cama").
Banda sonora
Los cuchillos que vienen en esta baraja / te permiten jugar con amplitud. / Nunca temas las distancias, / la rueda más ancha es más eficaz. // De lo que tengo miedo / es de tu miedo a que lo veas todo igual / o a que todo te sea indiferente. ("Baraja de cuchillos", Joe Crepúsculo, Manos de Topo y La Bienquerida).
martes, 17 de noviembre de 2009
Pellicer
Gran poeta, Pellicer nos enseñó a mirar el mundo con otros ojos y al hacerlo modificó la poesía mexicana. Su obra, toda una poesía con su pluralidad de géneros, se resuelve en una luminosa metáfora, en una interminable alabanza del mundo: Pellicer es el mismo de principio a fin.
(Octavio Paz)
Hay poetas, autores y libros a los que se regresa por accidente, por, como dice la expresión popular, un feliz accidente. A Material Poético 1918/1961 de Carlos Pellicer sólo se puede acceder por un golpe de suerte en una librería de viejo, ya hay una más en esta ciudad, o porque un amigo decide, en lugar de quedárselo, regalarlo a un amante de los libros, que todavía existen como propone Mauricio Salvador en el número más reciente de la revista Tierra Adentro.
Material Poético que recopila casi, casi toda la producción del poeta es una edición hermosa, de gran formato y tipo también grande, en tapa dura y lomo elegante, publicada en 1962 por la UNAM. Su título dice bastante de la relación que mantenía Pellicer con su propia poesía. El poema no es al final sino un cierto material, hecho de palabras, al que darle forma y que nada tiene que ver con el verdadero material: el mar, la montaña, el paisaje del trópico, el nacimiento, temas que aparecen una vez y otra a los largo de estas un poco más de estas seiscientas páginas.
Hablar de Pellicer es siempre tener que enfrentarse a un poeta que ha pasado, principalmente en los libros de textos y en los resúmenes de lectura hechos a toda prisa, como un poeta simple que se limita a cantar aquello que tiene delante, un paisajista en el peor sentido de la palabra. Leer a Pellicer, reencontrarse con él, en toda la diversidad de su obra poética, es una experiencia de descubrimiento página tras página, demostrando facetas, muchas, que a primera vista pueden pasar desapercibidas, como por ejemplo ese hermandad con alguien tan "diferente" a él, aunque coincidentes ambos en la verdadera misión poética como es Brodsky con el que coincide en los poemas navideños.
Valgan apenas tres ejemplos de entre los muchos que podrían proponerse.
"En medio de la dicha de mi vida / deténgome a decir que el mundo es bueno / por la divina sangre de la herida". Esos son los tres versos que abren su poesía completa y lo colocan en una tradición de sus contemporáneos, una especie de internacional poética del optimismo, acercándolo a otro poeta que parecería alejado a él como es Claudio Guillén, uno de los desconocidos de la tradición española. Para Pellicer, cantar en verso es también cantar lo bueno del mundo.
"4, 5, 6, 7 poemas / para estas aguas de nadadora coloración, / para los finos cambios que las montañas sesgan, / los soles corridos y el aire del sol". Son los poemas de Pellicer, al modo que han impuesto primero a la vista y después a la escritura, no simples descripciones del paisaje sino, como afirman estos versos, diferentes versiones, seis o siete poemas se titulan con "junio", afirmaciones de los diferentes cambios a los que se somete una misma realidad que, observada en diferentes momentos, cambia ante los ojos poeta y del lector.
"Sólo por ti estoy despierto / en esta media noche / de mi desencanto universal". Son estos tres versos un resumen perfecto de la idea de Carlos Pellicer de la poesía ya que es la suya y la de cualquier verdadero poeta, parece, el único medio de mantenerse en vela, es decir sentidos abiertos al mundo, en medio de, sobre todo, el ajetreo y la manifiesta maldad del mundo.
Dicen del poeta
"Pellicer inaugura de este modo un tono épico, una voz potente y que abunda en la cantidad, que incide en la magnitud cuantitativa hasta prácticamente la exageración, una exageración que los melifluos Contemporáneos supieron, sin embargo, celebrar. Torres Bodet considera que su verdadera vocación sería la epopeya, que es cantor de montes y de cascadas, que su abundancia verbal resulta un lujo y que vive la fiebre en tanto su temperatura normal. Gorostiza lo saludaba como el poeta que en realidad es dos. Y él parece aceptar esas definiciones mejor que ninguna otra, cuando se califica a sí mismo de tropical insobornable, poeta irremediable del desorden.
Probablemente la empresa a la que se destina está por encima de sus fuerzas —Octavio Paz afirma que su producción exige una buena poda—, pero la empresa en sí ya es magnífica, interesante, poética e injustamente olvidada por quienes creen todavía a Neruda el exclusivo inventor de las cumbres andinas y el descubridor singular de la esencia americana. Antes de él, Carlos Pellicer ya andaba cantando la maravilla del verde sin límites". (Esperanza López Parada en Letras Libres España).
"Como Walt Whitman, Pellicer fue cantor de las Américas y, en paralelo, rapsoda de sí mismo. En aquella amplitud estriba su urgente novedad: ensanchamiento lírico frente al dolor, prudencia épica frente al arrebato. Paisaje en claroscuro como único espacio de mediación posible para la poesía". (Hernán Bravo Varela en Letras Libres México).
Banda sonora
Sé que nadie me entenderá / cuando me encierre solo en mi habitación / y haga los planes para que mi ciudad viva una nueva explosión. // Sé que el mundo va mal, / pero por eso no voy a pagar, / así que ya no queda nada de qué hablar. ("Luces rojas", Los Flechazos)
lunes, 9 de noviembre de 2009
Alice Sebold y un par de comentarios
Casi. // No exactamente. // Os deseo a todos una vida larga y feliz.
(Alice Sebold)
"Me llamo Salmon, como el pez; de nombre, Susie. Tenía catorce años cuando me asesinaron, el 6 de diciembre de 1973".
Si resumir en un par de frases cualquier novela además de imposible es un intento inútil, hacerlo con Desde mi cielo (Mondadori, 2002; en el original The Lovely Bones) de Alice Sebold es además dejar fuera esa parte de la literatura que siempre es intransmitible, la sensación que convoca en el adentro del lector. Escribir que esta novela es sobre una niña violada y muerta sería convertirla en algo sensacionalista, escribir que es sobre alguien que desde el Cielo, así con mayúsculas, observa como la vida se desenvuelve sin ella sería proponerlo como un libro sentimentaloide, escribir que es una novela policiaca en la que se busca a un violador de niñas, sería hacerle perder demasiado, escribir que es un libro "realista" sería, directamente una gran mentira. Desde mi cielo es todo eso y, sobre todo, una pequeña gran obra, una de esas que sin llegar a ganar el adjetivo de "maestra" asegura un espacio en el corazón y la mente del lector.
"La verdad era muy distinta de lo que nos enseñaban en el colegio. La verdad era que la línea divisoria entre los vivos y los muertos podía ser, por lo visto, turbia y borrosa."
La gran ventaja de Desde el cielo, de la mano entrenada de Alice Sebold después de su escalofriante relato autobiográfico Afortunada, es que los momentos más íntimos del libro encuentran siempre su contraparte en un cielo que no lo es exactamente y un mundo real que intenta olvidarse de Susie. El funeral está contrapunteado con la llegada de la abuela avagadneriana y el primer beso de la hermana, la revelación repentina del asesino a los padres con un extraño campamento en el jardín trasero y las escenas del cielo como espacios exclusivos en que cada uno construye lo que pudo haber sido. Como afirma uno de los críticos de este libro, el material de Desde mi cielo en otras manos la novel se hubiera convertido en un manual de autoayuda y frases fáciles, en las de Sebold, un constante recordatorio de lo complicado que es vivir (y, por supuesto, morir).
"-Anoche entró y me besó en la mejilla –dijo Buckley. / -No lo hizo. / -Sí lo hizo. / -¿En serio? / -Sí. / -¿Se lo has dicho a tu madre? / -Es un secreto –dijo Buckley-. Susie me ha dicho que aún no está preparada para hablar con ellos." Susie Salmon es un fantasma en el sentido de las historias más clásicas, es decir alguien que está atrapado entre los dos mundos, el aquí y el allá. Pero Desde el cielo no es para nada una historia de seres que se aparecen sino uno novela sobre cómo la vida debe continuar aún con los sucesos más trágicos, de cómo todo se acaba por olvidar y, sobre todo, de las pequeñeces de que está compuesta la vida cotidiana que no termina en ese cielo del que, afirma Susie "me gustaría deciros que esto es bonito, que aquí estoy a salvo para siempre, como algún día lo estaréis vosotros. Pero en este cielo no existe el concepto de seguridad, del mismo modo que no existe la cruda realidad."
Y, después de Desde mi cielo, el lector puede ir a su más reciente novela (Casi la luna, Mondadori, 2008) que transcurre en sólo veinticuatro horas y, como parece ser habitual en la Sebold, tiene un tema macabro, el asesinato de una madre por su hija, y una primera frase que obliga a seguir leyendo: "Cuando ya se ha hecho y se ha dicho todo, matar a mi madre fue cosa fácil".
Una verdad sobre la crítica
"La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos, arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio, prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer. Pero la triste verdad que debemos afrontar es que, en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica." (Anton Ego)
Una corrección borgeana
"En lugar de llamarme Jorge Luis Borges, muchas veces me llamaron José Luis Borges, y yo me di cuenta de que eso no era una equivocación sino una corrección. Porque Jorge Luis Borges es muy duro. ¿Por qué repetir un sonido tan feo como orge? Creo que no urge repetir el orge ¿no? […] Creo que a la larga voy a figurar en la literatura como José Luis Borges".
Banda sonora
Ya son veinte versiones de la misma historia, / distinto principio y distinto final. / Versión extendida, la del director, / la tuya y la mía, sé también la verdad. // Si te llamo no coges, si coges te enfadas, / Meses sin volver a hablar. / Borrón y cuenta nueva, / nos vemos las caras en un nuevo abrazo. // A decir la verdad, / nada más que la verdad, / la verdad, toda la verdad. ("20 versiones", Lagartija Nick)
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Un crítico de cocina
La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos, arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio, prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer. Pero la triste verdad que debemos afrontar es que, en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica.
Pero en ocasiones el crítico se arriesga cada vez que descubre algo nuevo.
El mundo suele ser cruel con el nuevo talento, las nuevas creaciones.
Lo nuevo necesita amigos.
Anoche experimenté algo nuevo, una extraordinaria cena de una fuente singular e inesperada, decir sólo que la comida y su creador han desafiado mis prejuicios ante la buena cocina que subestimaría la realidad.
Me han tocado en lo más profundo.
En el pasado jamás oculté mi desdén por el famoso lema del chef Gusteau's 'Cualquiera puede cocinar', pero al fin me doy cuenta de lo que quiso decir en realidad. No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado.
Es difícil imaginar un origen más humilde que el del genio que ahora cocina en el restaurante Gusteau's y quién en opinión de este crítico es nada menos que el mejor chef de Francia.
Pronto volveré a Gusteau's hambriento.
martes, 3 de noviembre de 2009
Tres interesantes
- El nuevo cuento de Stephen King en el New Yorker con un primer párrafo "escalofriantemente" realista:
They've been married for ten years and for a long time everything was O.K.—swell—but now they argue. Now they argue quite a lot. It's really all the same argument. It has circularity. It is, Ray thinks, like a dog track. When they argue, they're like greyhounds chasing the mechanical rabbit. You go past the same scenery time after time, but you don't see it. You see the rabbit.
- Y en el número de aniversario (totalmente disponible en red, en contra de su habitual "unos pocos artículos y ningún poema") de la London Review of Books con un poema de John Ashbery y
- Una reseña sobre nueve tipos de hipocondría con una primer párrafo desternillantemente british.
Francisco Hernández
Escribir no es búsqueda. / Es impertinencia o la invención de un mapa / o simplemente el impulso / de una mente compleja / por desconectarse lo más pronto posible / de los días que lamentablemente proliferan.
(Francisco Hernández)
En estos tiempos en que, a pesar de Internet o por ella, se cumple el precepto zaidiano de "los demasiados libros" es difícil hallar uno que a la primera atrape al lector con el fervor de un texto al que volver una vez y otra. Y si resulta difícil con ensayos, novelas y volúmenes de cuentos o de varia intención, aún lo es más en el caso de la poesía. La Isla de las Breves Ausencias (Almadia, 2009) de Francisco Hernández representa una de las apuestas más seguras para que quien se acerque se sienta atraído y conmovido por una escritura que, dentro de lo directo y sencillo de sus afirmaciones, esconde, y al mismo tiempo trasluce, un fondo de radical humanidad.
Francisco Hernández, poeta de la obsesión
"Así pues, mora en ti como una isla, / en ti como en un refugio sin otro refugio; / con el Dahamma por isla y con el Dahamma / por refugio sin ningún otro refugio", así abre, como epígrafe, Digha Nikaya, La Isla de las Breves Ausencias. Bajo semejante advocación, los poemas, ¿en prosa?, ¿versículos?, presentan una isla, no man is an island, desde donde el protagonista de los poemas, ¿la voz del autor?, ¿una persona interpuesta?, ¿el propio Robinson Defoe observándose en conciencia?, se enfrenta con dos realidades radicalmente diferentes: las islas que observa, descritas cada una en su personalidad propia, el afuera, y el obelisco que reaparece una vez y otra, con frases y graffitis en cada cara. Es, en definitiva, un poemario que, como la mayoría de la veces en la poesía de Hernández, presenta una doble faceta, la del mundo y la de la interiorización del mundo, la de la memoria y la del presente, la de la muerte y como contraparte o complemento la vida en toda su extensión, sentido este último resumido en el hermoso poema final: "La muerte es una isla, pensé. / Una isla idéntica a un cementerio. / Alrededor de ella flotamos algún tiempo y a eso llamamos vida".
Como en libros anteriores Francisco Hernández, se sirve de un personaje, literario o artístico como ya había hecho como Robert Schumann, Friedich Hölderlin, que acabó loco a pesar de la lucidez de su cuestionamiento, tan actual, sobre la utilidad de los poetas en tiempos de miseria, y Georg Trakl, para encontrar una voz totalmente personal, probablemente una de las más individuales de la poesía contemporánea mexicana. "Lo distingo a lo lejos. / Es Robinson Defoe en su Isla, con su sombrilla, su arma, su perro y un pájaro que no deja de hablar. / (…) Después cae de bruces sobre su infancia de 290 años", confundiendo a personaje y escritor ofreciendo, tal vez, una clave de lectura para las páginas no sólo de La Isla sino de su obra.
"El escupitajo es una isla. Y un continente. / Y un balazo en el pecho del camino", dice en otro de los poemas confirmando que la escritura de Hernández es dramáticamente verdadera; es decir, que enfrenta su propia voz, y por ende al lector, con unos poemas en que la existencia es, aunque de claroscuros, más oscura e indescifrable que clara y cantable. O lo que es lo mismo, un espejo impecable de esa vida que en este caso no sucede en otro lado sino en los poemas.
La escritura de Francisco Hernández, y La Isla de las Breves Ausencias lo confirma de nuevo, es de un carácter Uno de los poemas centrales del poemario describe precisamente la sensación de agobio que invade al escritor condenado a la escritura, como vocación no sólo profesional o pecuniaria sino enraizada en la más íntima raigambre de su ser. "Anoto en el obelisco con un pedazo de tiza: // "¿Vale la pena seguir viviendo si no puedo escribir? / ¿Vale la pena seguir escribiendo si no puedo vivir?", una declaración que no es sino la pregunta rilkeana otra vez, esa necesidad compulsiva de vivir y de escribir, oficios ambos en los que Hernández da una lección de maestría.
Un poema de Hernández
"No me guardes en tu imaginación. / No me pienses. / Tus ojos están llenos de espléndida ponzoña. / No me mires./ Que mi saliva te inunde la garganta. / No me asfixies. / Deja de agusanar mi mente confundida. / No me pudras. / Guarda mis incisivos en una caja de plata / pero no te arrodilles ante sus resplandores. / No me reces. / Que mis ropajes no sirvan de velamen / a los navíos sin patria. / No me rasgues. / Que mis coágulos no vivan en tus uñas / ni en los nudillos que derriban templos. / No me maldigas. / En la herida la sal halle su suerte." ("Palabras de la griega")
Banda sonora
Visc a una illa deserta / i a un desert aïllat de tot, / som en Robinson Crusoe / i es meu salvavides és es teu amor. // Me sé tots els racons / d'aquesta habitació / i tots els ascensors / d'aquest hotel. ("Hotel Occidental", Antonia Font).