martes, 3 de noviembre de 2009

Francisco Hernández

Escribir no es búsqueda. / Es impertinencia o la invención de un mapa / o simplemente el impulso / de una mente compleja / por desconectarse lo más pronto posible / de los días que lamentablemente proliferan.

(Francisco Hernández)


 

En estos tiempos en que, a pesar de Internet o por ella, se cumple el precepto zaidiano de "los demasiados libros" es difícil hallar uno que a la primera atrape al lector con el fervor de un texto al que volver una vez y otra. Y si resulta difícil con ensayos, novelas y volúmenes de cuentos o de varia intención, aún lo es más en el caso de la poesía. La Isla de las Breves Ausencias (Almadia, 2009) de Francisco Hernández representa una de las apuestas más seguras para que quien se acerque se sienta atraído y conmovido por una escritura que, dentro de lo directo y sencillo de sus afirmaciones, esconde, y al mismo tiempo trasluce, un fondo de radical humanidad.


 

Francisco Hernández, poeta de la obsesión

"Así pues, mora en ti como una isla, / en ti como en un refugio sin otro refugio; / con el Dahamma por isla y con el Dahamma / por refugio sin ningún otro refugio", así abre, como epígrafe, Digha Nikaya, La Isla de las Breves Ausencias. Bajo semejante advocación, los poemas, ¿en prosa?, ¿versículos?, presentan una isla, no man is an island, desde donde el protagonista de los poemas, ¿la voz del autor?, ¿una persona interpuesta?, ¿el propio Robinson Defoe observándose en conciencia?, se enfrenta con dos realidades radicalmente diferentes: las islas que observa, descritas cada una en su personalidad propia, el afuera, y el obelisco que reaparece una vez y otra, con frases y graffitis en cada cara. Es, en definitiva, un poemario que, como la mayoría de la veces en la poesía de Hernández, presenta una doble faceta, la del mundo y la de la interiorización del mundo, la de la memoria y la del presente, la de la muerte y como contraparte o complemento la vida en toda su extensión, sentido este último resumido en el hermoso poema final: "La muerte es una isla, pensé. / Una isla idéntica a un cementerio. / Alrededor de ella flotamos algún tiempo y a eso llamamos vida".

Como en libros anteriores Francisco Hernández, se sirve de un personaje, literario o artístico como ya había hecho como Robert Schumann, Friedich Hölderlin, que acabó loco a pesar de la lucidez de su cuestionamiento, tan actual, sobre la utilidad de los poetas en tiempos de miseria, y Georg Trakl, para encontrar una voz totalmente personal, probablemente una de las más individuales de la poesía contemporánea mexicana. "Lo distingo a lo lejos. / Es Robinson Defoe en su Isla, con su sombrilla, su arma, su perro y un pájaro que no deja de hablar. / (…) Después cae de bruces sobre su infancia de 290 años", confundiendo a personaje y escritor ofreciendo, tal vez, una clave de lectura para las páginas no sólo de La Isla sino de su obra.

"El escupitajo es una isla. Y un continente. / Y un balazo en el pecho del camino", dice en otro de los poemas confirmando que la escritura de Hernández es dramáticamente verdadera; es decir, que enfrenta su propia voz, y por ende al lector, con unos poemas en que la existencia es, aunque de claroscuros, más oscura e indescifrable que clara y cantable. O lo que es lo mismo, un espejo impecable de esa vida que en este caso no sucede en otro lado sino en los poemas.

La escritura de Francisco Hernández, y La Isla de las Breves Ausencias lo confirma de nuevo, es de un carácter Uno de los poemas centrales del poemario describe precisamente la sensación de agobio que invade al escritor condenado a la escritura, como vocación no sólo profesional o pecuniaria sino enraizada en la más íntima raigambre de su ser. "Anoto en el obelisco con un pedazo de tiza: // "¿Vale la pena seguir viviendo si no puedo escribir? / ¿Vale la pena seguir escribiendo si no puedo vivir?", una declaración que no es sino la pregunta rilkeana otra vez, esa necesidad compulsiva de vivir y de escribir, oficios ambos en los que Hernández da una lección de maestría.


 

Un poema de Hernández

"No me guardes en tu imaginación. / No me pienses. / Tus ojos están llenos de espléndida ponzoña. / No me mires./ Que mi saliva te inunde la garganta. / No me asfixies. / Deja de agusanar mi mente confundida. / No me pudras. / Guarda mis incisivos en una caja de plata / pero no te arrodilles ante sus resplandores. / No me reces. / Que mis ropajes no sirvan de velamen / a los navíos sin patria. / No me rasgues. / Que mis coágulos no vivan en tus uñas / ni en los nudillos que derriban templos. / No me maldigas. / En la herida la sal halle su suerte." ("Palabras de la griega")


 

Banda sonora

Visc a una illa deserta / i a un desert aïllat de tot, / som en Robinson Crusoe / i es meu salvavides és es teu amor. // Me sé tots els racons / d'aquesta habitació / i tots els ascensors / d'aquest hotel. ("Hotel Occidental", Antonia Font).

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