martes, 8 de diciembre de 2009

Cohen y Salinger

Los niños muestran sus cicatrices como medallas. Los amantes las usan como secretos a revelar. Una cicatriz es lo que ocurre cuando el mundo se hace carne.

(Leonard Cohen)


 

El juego favorito es la primera novela de Leonard Cohen, de 1963, y apenas ha sido vertida al español en una traducción argentina que no dificulta pero tampoco ayuda. El cintillo que lo envuelve es elogioso y lanza un guiño al lector al afirmar que capta "tan bien la ansiedad juvenil como El Guardián entre el Centeno de J. D. Salinger". Y, frente a otras novelas de cantantes o poetas, pues Cohen es ambos, sale bastante bien parada.


 

El título, sin develar nada, pues apenas es un accidente en la novela, antes que una metáfora, se refiere a un juego, propio de los países fríos y nevados, en el que uno toma al otro participante en los brazos y lo hace girar hasta que cae sobre la nieve y así alternativamente hasta que gana quien logra la figura más inesperada.
Y, sólo la memoria es capaz de volver a vivir aquellos días de tantos cambios y descubrimientos hasta que al final no queda nada salvo "un adorable campo blanco de figuras semejantes a flores, con pisadas a modo de tallos".


 

Pero, sobre todo, El juego favorito es lo que se da en llamar una novela de iniciación, que combina capítulos cortísimos, de apenas una o dos páginas, en los que el tiempo parece detenerse, y los capítulos más largos en los que la acción avanza y los personajes, y el narrador, se entregan a reflexiones sobre sus propios avatares. Esta novela es una más sobre la vida de un adolescente, judío como el inolvidable Portnoy, pero, al mismo tiempo es una aguda, e interesantísima, meditación sobre lo que supone crecer, sobre el desafío de entregarse a la libertad, sobre la incomodidad que es el hecho de convertirse en adulto, bastante más difícil en los años en que transcurre la novela que ahora . Aunque, no todo debería ser perfecto en esta obra, Cohen parece encontrarse bastante más cómodo, y el lector también, escribiendo esas escenas en la que el lirismo le gana a la descripción, de esas que hacen exclamar "eso es una canción" porque es imposible poner la mente en blanco y olvidar que el autor de El juego favorito es también el de la inolvidable So long, Marianne.


 

"Exhibir una herida, las orgullosas cicatrices de un combate, es fácil". Lo difícil, sería la enseñanza de la novela si es que tiene alguna, es vivir ese combate cotidiano y al que siempre se mira con nostalgia que es el paso de la adolescencia al mundo real, un mundo que nunca es como se espera y en el que la única salvación o la memoria.


 

(BS: "Give me a Leonard Cohen afterworld / So I can sigh eternally", "Pennyroyal Tea", Nirvana).


 

Franny y Zooey

Como en la mayoría de los textos de Jerome David Salinger en estos los cuentos cortos que dan título al libro parece que no pasa nada. En el brevísimo "Franny" un joven universitario de la Ivy League espera a su novia que llega desganada y asqueada con el mundo ("El hecho de que me condicione tan horriblemente aceptar los valores ajenos y de que me guste el aplauso y que la gente se entusiasme conmigo no lo justifica. Me avergüenzo de ello. Me da náuseas. Me da náuseas no tener el valor de ser una absoluta nulidad. Tengo asco de mí misma y de todos cuantos desean causar alguna especie de sensación"), van a cenar, ella habla y habla de un libro del que no recuerda el título pero trata de un campesino ruso buscando el modo de orar a toda hora, se desmaya y termina "muy quieta, con la vista fija en el techo. Sus labios empezaron a moverse, formando palabras sin sonido, y continuaron moviéndose". "Zooey", la larga contraparte, es, tras el preámbulo con Zooey leyendo una carta de su hermano en la bañera, un intento de salvar, por teléfono y apetición de la madre de ambos, a su hermana Franny de la depresión religiosa en que se encuentra y que, en uno de los que tal vez sean los dos cuentos más budistas de la producción de Salinger, también termina en quietud ya que "durante unos momentos, antes de sumirse en un sueño plácido y profundo, permaneció quieta, sonriendo al techo".


 

Un poema de Nuno Júdice

Podríamos saber un poco más / de la muerte. Pero no sería eso lo que nos haría / desear morir más
aprisa. // Podríamos saber un poco más / de la vida. Tal vez no necesitaríamos vivir / tanto, cuando sólo se precisa saber / que debemos vivir. // Podríamos saber un poco más / del amor. Pero no sería eso lo que nos haría dejar / de amar al saber claramente lo que es el amor, o / amar más todavía al descubrir que, aun así, nada / sabemos del amor. ("Principios", Traducción de Elkin Obregón).


 

Banda sonora

"Y a las dos de la mañana / me vinieron a llamar / dos pares de ojitos negros / y me tuve que entregar. // La manita en el Evangelio / la pongo yo que me muera / que yo no he matao [sic] a nadie / de noche en la carretera" ("Romance de Juan de Osuna", Manolo Caracol / Los Planetas).

1 comentario:

Luis B dijo...

Judice siempre cae bien!

Buena traducción! Buscaré, buscaré...