domingo, 17 de abril de 2011

Henry Baum

El año era el 2020. Con la excepción de que mientras escribo esto el año es el 2008.

(Henry Baum)

The American Book of the Dead de Henry Baum (descargable gratuitamente desde su página) es una experiencia del solipsismo llevado a su máxima expresión. La última frase de la introducción, una introducción falsa, es significativa. “¿Qué opción me quedaba, en medio de la Gran Opresión –la muerte de Dios, la ciencia, el amor y el odio– que creer en mí mismo”. Lo que aún no saben ni el lector ni el autor, ni el pseudoautor es que al final a quien escribe eso no le queda más remedio que no creer en absolutamente nada. Ni siquiera en él mismo. El libro, que en ocasiones el lector lee al mismo tiempo que se está escribiendo, es un recuento de acontecimientos en los que aparecen un gobierno corporativo, un escritor casi profético, y versadísimo en las Escrituras, y, como no podía ser menos extraterrestres, o quizá no, y una buena dosis de teorías de la conspiración.

“‘Para los teóricos de las conspiraciones tengo una buena y una mala’, dijo. ‘La buena es que tienen razón. La mala es que tienen razón”.

Para el lector de The American Book of the Dead es que casi ninguna página del libro tiene razón pues apenas pasada, o un par de capítulos más adelante, se presenta una situación, un dato, un sueño que cambia todo lo supuesto hasta entonces. El problema, y lo que convierte a la novela, en una delirante fantasía sobre, precisamente la fantasía y el poder de la literatura, es Eugene Myers, un escritor de tercera fila, que acaba de descubrir que su hija se dedica al porno en internet y que su esposa está a punto de abandonarlo. Pero, ¿qué pasaría si ese mismo escritor, como en un cuento borgiano, estuviera creando lo que escribe. O, mejor dicho, lo escrito se vaya creando.

“Incluso escribí un nuevo capítulo en el que el presidente Winchell moría, pero Winchell aún estaba vivo.”

Myers está escribiendo en una novela al mismo tiempo, o quizá doce años antes, al mismo tiempo en que el presidente está a punto de declarar la tercera guerra mundial. La novela de Eugene Myers es apocalíptica al igual que sus sueños. Y ambos, de repente, comienzan a coincidir, no en sus acciones, sino en sus personajes. No es lo que pasa, sino que los personajes de los sueños del escritor se convierten en reales aunque no funcionen de modo semejante. Y el único modo de evitar, justamente, lo que está escribiendo es intervenir en la realidad, una realidad que el lector nunca tiene claro si es la “realidad”.

“‘No creo que Dios o Satán estén representados por un solo hombre’”, dijo. ‘Eso sería darle demasiado importancia a un hombre quitándoles valor a los otros’”.

La novela se lee como un “what if?” pero con uno de las partes involucradas deseando que nunca hubiera ocurrido. A Myers, escritor controlador, se les escapa todo de las manos cuando, interpretando su propios sueños, descubre que él es la única esperanza, que sólo él, abandonando lo único que le quedaba tras el hundimiento de la familia, podría, ya que nunca tiene la certeza de poder, salvar el mundo, un mundo que se pregunta una y otra vez si quiere ser salvado.

“‘Te dormiste pero no quise despertarte’, dijo. Me estudió. ‘Pareces asustado, Gene. ¿Un mal sueño?’ / ‘Una pesadilla’, le respondí.”


The American Book of the Dead. Segunda Parte

“Mi novela era mentira. Hay tres cosas de las que no hablé en la Parte I de The American Book of the Dead: la adicción a la heroína, mi salud y la disolución de mi matrimonio. Una trinidad de nuevo, como ya dije antes, o quizá es que las malas ideas llegan en tríos. Esas tres cosas eran las que estaban en cada página del libro pero o yo era muy cobarde como para mencionarlas o es que aún no habían hallado su lugar. Se puede considerar una mentira la idea que yo estaba prediciendo el futuro en mi libro. El libro mismo era una colección de medias verdades. Yo no era realmente un escritor con una familia trabajando en una novela. (…) ¿Cómo podía estar prediciendo el futuro si era tan deshonesto con el presente? La respuesta es que no podía. Yo tenía una secreta esperanza de que fuese capaz de profetizar pero algo en mí me decía que solo era capaz de intuir”.

Banda sonora

Mis canciones... son fugaces... // Cualquier amago de sinceridad, / es fruto de pura casualidad. // Mis errores... son cobardes... // Desaparece en la oscuridad, / y es síndrome de la necesidad. // ahhhhh ahhhhhh / ahhhhhhhhhhhhh. (María Rodes, “Escondite”).

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