martes, 14 de septiembre de 2010

Aquí debería ir

un poema de la Bishop

(INSOMNIO
La luna en el espejo
observa una distancia enorme
(y quizá, orgullosa, a ella misma
pero nunca, nunca sonríe),
alejada y más allá del sueño
o quizá es que duerme de día.

Olvidada por el Universo,
mandaría todo al infierno
y habría de encontrarse
un cuerpo de agua,
un espejo en que habitar.
Por eso envuelve el cariño en telarañas
y lo baja hasta el fondo del pozo

a ese mundo invertido
en que la izquierda está a la derecha,
en que las sombras son el cuerpo,
en que estamos despiertos toda la noche,
en que los cielos son vados como el mar
es ahora profundo y me amas.),

pero se me cruzó, mérito de los libritos de poesía de la Library of America, la injustamente poco traducida Muriel Rukeyser:

EL ESFUERZO DE DOS POR CONVERSAR
Háblame. Toma mi mano. ¿Dónde estás ahora?
Te voy a contar todo. No ocultaré nada.
Cuando yo tenía tres, un niño leyó la historia de un conejo
que moría, en la historia, y me escondí bajo la silla:
un conejo rosa: era mi cumpleaños y una vela
me quemó un dedo y me dijeron que fuera feliz.

Oh, crecer para conocerme. No soy feliz. Me abriré:
Ahora pienso en velas blancas contra el cielo como música,
Como cornos orgullosos sonando, y gorjeo de pájaros, un brazo
que me rodea. Hubo uno a quien amé y quería vivir navegando.

Háblame. Toma mi mano. ¿Dónde estás ahora?
A los nueve, era sentimental,
fluida: y mi tía la viuda tocaba a Chopin
y yo apoyaba mi cabeza en la madera y lloraba.
Ahora quiero estar cerca de ti. Querría
Unir, como fuera, las horas de mis días a tus días.

No soy feliz. Me abriré.
Me gustaban las lámparas en los rincones de la noche y los poemas tranquilos.
Siempre he tenido miedo y he especulado
en cuál era, de verdad, la tragedia de su vida.

Toma mi mano. Primero mi mente en tu mano. ¿Dónde estás ahora?
Cuando tenía catorce, soñé con suicidarme,
y me paré en una de las ventanas del piso de arriba,
al anochecer, deseando la muerte:
y si la luz no hubiera fundido hasta la belleza
las nubes con la llanura, si la luz no hubiese transformado el día,
habría saltado.
No soy feliz. Estoy sólo. Háblame.

Me abriré. Creo que nunca me amo:
Amaba las playas resplandecientes, los labios
diminutos de la espuma que cabalgan sobre las olas,
los gritos de las gaviotas: y con voz alegre dijo:
te amo. Crecer para conocerme.

¿Qué eres ahora? Si pudiéramos tocarnos el uno al otro,
si nuestras separadas entidades pudieran enlazarse
como lo hacen las piezas de los rompecabezas chinos
Ayer me paré en una calle repleta de gente
y nadie decía nada y la mañana brillaba.
Todos moviéndose en silencio. Toma mi mano. Háblame.

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