jueves, 10 de septiembre de 2009

Días de alegría son estos

1) El descubrimiento, gracias a a., de Inger Christensen.

2) El anuncio de la publicación en El Celta Miserable de las plaquettes de:

Ricardo Esquer.
y sin embargo estar aquí
frente al espectador lector que ya puede marcharse
cola de su propia mirada
de por sí escurrimiento
por las grietas imperceptibles en la realidad
viejo muro cayéndose discurso tras discurso
ladrillos conocidos
nada nuevo
salvo que le habla un trozo de basura
objeto separado de sí mismo
precisamente por lo que trata de decir
por las palabras utilizadas para decirlo

Circe Vela.
Ahora mismo
destrozaría la casa
correría
escaparía
entre los automóviles de las avenidas
llegaría contigo
te aventaría a la cara
las palabras
el poema
en un enjambre de fuego
mas nadajamásnadie
hará que se disuelva en esta noche
el escozor –el corazón-de lo ya dicho.

y, last but not least, Arlette Luévano.
En su jardín es de noche. Ahí la oscuridad llega luchando contra la luz salvaje que nunca se rinde. Nadie gana esa batalla sino estrellas tenaces que pueblan el cielo en enjambres estridentes, y las brujas verdes que explotan como fuegos de artificio.
Es un paraíso macabro, donde el pincel invade los pliegos con secreciones de esteros policromados, memorias de siglos descompuestos.
El pasto es un mosaico de brotes glaucos, livianos, sicalípticos. Los pies de mi hermana exceden su tacto y lo sobrepasan en su oscuro andar de nube henchida de lluvia.
Rosadas plantas de tallo grueso crecen golpeándose unas a otras. Al llegar a su máxima altura, cercana a mi talle, coronan su cresta con una flor aguda y luminosa, sus tallos se llenan de manchas como ventanas y no he querido saber quiénes habitan esas extraordinarias construcciones, pues seguramente serán seres diminutos de grandes dentelladas.
Mi hermana se mece en el columpio que detiene el único árbol del jardín. Ese árbol es de la misma vieja hechicería que la luna. Árbol y luna se guardan gran devoción. Vuelven los brazos uno al otro y tararean juntos la melodía con la que baila el viento. Pequeñas quimeras de fortunas indescifrables crecen donde las hojas nunca han existido.
Mi hermana se guarda en el columpio. Así la recuerdo. Descalza y sonriente, con las trenzas flotando en el vaivén del juego. Mirando cómo el destino se escribe en unas manos menos blancas, en unos ojos menos anhelantes.

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