No vayan a la Feria del Libro de Guadalajara. Ahí suben los precios. Aquí, en Aguascalientes, sí que se encuentran ofertas
(uno de los editores de Luvina)
(uno de los editores de Luvina)
Pocas cosas tan provechosas, y desesperantes, para un lector como una Feria del Libro, sea la que sea y sea donde sea. Siempre es una ocasión de encontrar, reencontrar (sobre todo aquellos libros queridos prestados y nunca devueltos) y de descubrir. Un espacio donde lo único que hay que hacer es repasar las estanterías sin mayor preocupación que la de decidir en qué gastar el poco o el mucho dinero. Y tras un viaje a una feria del libro, la XLI Feria del Libro de Aguascalientes la montaña de libros por leer crece.
Primero, los viejos amigos. George Steiner en The New Yorker (FCE / Siruela) de, obviamente, George Steiner es unas de esas recopilaciones, medio interesantes, medio tramposas que aprovecha el tirón del nombre del autor para ofrecer, apenas una muestra mínima, pero jugosa, de los bastantes artículos que aparecieron a lo largo de los años en dicha revista y que, además, repite varios textos que ya habían aparecido en otras recopilaciones. Lecturas de mí mismo de Philip Roth es también una recopilación, en este caso de entrevistas y artículos en los que el maestro usamericano habla de sus novelas y su modo de escribir, dejando entre otras perlas de sabiduría, en este caso de la entrevista de la Paris Review, “Las novelas proporcionan a los lectores algo que leer. En el mejor de los casos, los escritores cambian la manera en que los lectores leen. Considero que esa es la única expectativa realista. También me parece del todo suficiente. Leer novelas es un placer profundo y singular, una actividad humana apasionante y misteriosa que no requiere más justificación moral o política que el sexo”.
Rodrigo Fresán, al que los misterios de los cajones de rebajas le otorgaban el mismo precio a todas sus novelas sin importar el tamaño, con su Vidas de Santos promete unas cuantas horas de lectura de un autor interesante que parece empeñado en ser el mejor escritor posmoderno usamericano escribiendo en español. Y, al otro lado del espectro o quizá no tanto, Desde mi Cielo, la primera novela de una escritora siempre prometedora que narra la llegada al cielo de una joven, catorce años, Susie Salmon, asesinada, que desde el paraíso relata, mientras se va acostumbrando a su nuevo “hogar”, como se va desarrollando la vida sin ella, como sus padres siguen con la esperanza de hallarla con vida y el vecino asesino en borrar todo rastro del crimen.
Poca poesía, pero, eso sí, muy barata. Las ediciones de Lumen, dispersas, una aquí, otra diez libros más adelante, y bien escondidas entre novelas históricas y manuales de superación personal, ofrecen varias sorpresas más que interesantes. Oración antes de nacer de Louis Macneice, que dice injustamente en la contraportada que es “traducido ahora por primera vez al castellano”, propone el descubrimiento de una poética bastante interesante de la escritura en inglés del siglo XX y que muestra en su comedimiento una mirada serena sobre el mundo y sus pequeños misterios. Más curioso resulta Y una sed de ilusiones infinita que es una auto antología de Rubén Darío elaborada apenas unos meses antes de su muerte; es decir, un nuevo medio de acercarse al gran modernista en una lectura de su obra elegida, no desde la tradición ni desde la academia, sino desde el conocimiento y una visión cercana. Y, también antológica, pero esta vez de W. H. Auden, es Canción de cuna y otros poemas donde siempre resulta un placer volverse a encontrar los versos de uno de los poetas fundamentales del siglo XX en inglés: “ojalá yo, compuesto igual que ellos / de Eros y polvo, / atormentado por la misma / negación y desesperanza / muestre una llama afirmativa”.
Primero, los viejos amigos. George Steiner en The New Yorker (FCE / Siruela) de, obviamente, George Steiner es unas de esas recopilaciones, medio interesantes, medio tramposas que aprovecha el tirón del nombre del autor para ofrecer, apenas una muestra mínima, pero jugosa, de los bastantes artículos que aparecieron a lo largo de los años en dicha revista y que, además, repite varios textos que ya habían aparecido en otras recopilaciones. Lecturas de mí mismo de Philip Roth es también una recopilación, en este caso de entrevistas y artículos en los que el maestro usamericano habla de sus novelas y su modo de escribir, dejando entre otras perlas de sabiduría, en este caso de la entrevista de la Paris Review, “Las novelas proporcionan a los lectores algo que leer. En el mejor de los casos, los escritores cambian la manera en que los lectores leen. Considero que esa es la única expectativa realista. También me parece del todo suficiente. Leer novelas es un placer profundo y singular, una actividad humana apasionante y misteriosa que no requiere más justificación moral o política que el sexo”.
Rodrigo Fresán, al que los misterios de los cajones de rebajas le otorgaban el mismo precio a todas sus novelas sin importar el tamaño, con su Vidas de Santos promete unas cuantas horas de lectura de un autor interesante que parece empeñado en ser el mejor escritor posmoderno usamericano escribiendo en español. Y, al otro lado del espectro o quizá no tanto, Desde mi Cielo, la primera novela de una escritora siempre prometedora que narra la llegada al cielo de una joven, catorce años, Susie Salmon, asesinada, que desde el paraíso relata, mientras se va acostumbrando a su nuevo “hogar”, como se va desarrollando la vida sin ella, como sus padres siguen con la esperanza de hallarla con vida y el vecino asesino en borrar todo rastro del crimen.
Poca poesía, pero, eso sí, muy barata. Las ediciones de Lumen, dispersas, una aquí, otra diez libros más adelante, y bien escondidas entre novelas históricas y manuales de superación personal, ofrecen varias sorpresas más que interesantes. Oración antes de nacer de Louis Macneice, que dice injustamente en la contraportada que es “traducido ahora por primera vez al castellano”, propone el descubrimiento de una poética bastante interesante de la escritura en inglés del siglo XX y que muestra en su comedimiento una mirada serena sobre el mundo y sus pequeños misterios. Más curioso resulta Y una sed de ilusiones infinita que es una auto antología de Rubén Darío elaborada apenas unos meses antes de su muerte; es decir, un nuevo medio de acercarse al gran modernista en una lectura de su obra elegida, no desde la tradición ni desde la academia, sino desde el conocimiento y una visión cercana. Y, también antológica, pero esta vez de W. H. Auden, es Canción de cuna y otros poemas donde siempre resulta un placer volverse a encontrar los versos de uno de los poetas fundamentales del siglo XX en inglés: “ojalá yo, compuesto igual que ellos / de Eros y polvo, / atormentado por la misma / negación y desesperanza / muestre una llama afirmativa”.
Y, a falta de un par de viajes, la Feria del Libro es también ocasión de encontrar lecturas para esos placeres, más ociosos y culpables, como son, como pueden ser, el ajedrez y el indie. Teen spirit. De viaje por el pop independiente, antología de textos que combina en su título, como un noviazgo casi perfecto, a dos íconos de la música de los años noventa, Nirvana y Los Planetas, y que planeta un repaso a todos los íconos de la música popular de los últimos años, conjugando erudición y buena pluma a cargo, la mayoría, de los redactores de la imprescindible Rock de Lux. Y para los ajedrecistas un recuento de las partidas del campeonato de 1972 entre Boris Spasski y Bobby Fisher que, aunque crónica se lee como si fuera una novela, con un argumento enrevesado y siempre con giros sorprendentes.
Banda sonora
Pero mis palabras se las habrá llevado el viento / y no habrá servido de nada todo el esfuerzo. / O bien no queda nadie en el futuro para hacerlo / y Kang es el señor de todo el universo, / y tiene a la antorcha humana / en un bloque de cemento. / Ni siquiera la alianza / ha podido detenerlo. / Y se acaba la película / y los malos van venciendo. (“Que no sea Kang”, Los Planetas)
1 comentario:
Dios santo, las comas.
No es por hacer una prepotente defensa de los signos de puntuación, es que de verdad no se entiende.
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