lunes, 12 de octubre de 2009

Mark Haddon y el autismo nobelistico

Los niños de mi colegio son estúpidos. Pero se supone que no he de llamarlos estúpidos, ni siquiera aunque sea eso lo que son. Se supone que he de decir que tienen dificultades de aprendizaje o que tienen necesidades especiales
(Mark Haddon)

(Un año más el Nobel resulta una sorpresa. Lo dice mejor la revista española Qué leer: un día antes de la entrega “Exactamente tal y como sucediera el año pasado con Le Clézio, Müller ha pasado en las últimas 48 horas de un 50/1 a un 7/1 en las apuestas de la casa Ladbrokes” y hoy “Se cumplieron las previsiones-filtraciones y la escritora rumano-germana se ha llevado el premio gordo de Estocolmo. ¿Qué sabemos de ella? Pues, entre otras cosas, que nació en la región transilvana de Timis en 1953, que emigró a Alemania en 1987 con su marido y que, a juicio de quienes la han leído, es una autora un tanto difícil. Por lo demás, toca visitar las librerías en busca de sus títulos, que viene editando recientemente Siruela”. Ay, la Academia Sueca).

Un autista, un perro y un misterio
“Me llamo Christopher John Francis Boone. Me sé todos los países del mundo y sus capitales y todos los números primos hasta el 7.507”.
Esa declaración de principios es casi el principio de El Curioso Incidente del Perro a Medianoche (Salamandra, 2004), una novela –el primo con necesidades especiales de Holden Caulfield- que no se sabe nunca, entre otras cosas porque el autor nunca lo dice, si está protagonizada por un niño autista o con síndrome de Asperger, un niño que tiene que enfrentarse al asesinato del perro de su vecina, a la “resurrección” de su madre y, en fin, a todo aquello que supone el mundo real.
“Yo no digo mentiras. Madre solía decir que era así porque soy una buena persona. Pero no es porque sea buena persona. Es porque no sé decir mentiras.(…) Y por eso todo lo que he escrito en este libro es verdad”.
Además de la habilidad de Mark Haddon para lograr una voz narrativa totalmente creíble (esa sobreabundancia de conjunciones copulativas, esas repeticiones casi maniáticas), lo más interesante de esta novelita, el diminutivo es por el tamaño, es que la visión que se nos presenta del mundo es cierta, totalmente cierta. Ninguno de los comentarios, ninguna de las visiones está atravesado por el cinismo que da la edad adulta, ni por el desprendimiento de la credulidad. Todo cuanto dice Christopher, que además registra obsesivamente su vida en un cuaderno, es la realidad desnuda, sin artificios.
“Muchas cosas son misterios. Pero eso no significa que no tengan una respuesta. Es sólo que los científicos no han encontrado aún la respuesta”.
El gran problema del protagonista del Incidente es que, al poseer tan sólo su habilidad matemática, bastante desarrollada, por cierto, al enfrentarse a complejidades como el divorcio de sus padres y las mentiras que desencadena o los chismorreos de los vecinos, se bloquea esperando una respuesta que no puede llegar a través de la lógica. Todo, desea, todo debe entrar dentro de un esquema que puede ser un diagrama de flujo, una ecuación de segundo grado o, simplemente un dibujo. Esas interrupciones de la trama, minúsculas, están además perfectamente incluidas dentro de esta por medio de ilustraciones que van desde un par de orangutanes al diseño de los asientos del metro de Londres o, una serie de caritas con expresiones diversas (nada que ver con emoticones).
“El señor Jeavons decía que a mí me gustaban las matemáticas porque son seguras. Decía que me gustaban las matemáticas porque consisten en resolver problemas, y esos problemas son difíciles e interesantes, pero siempre hay una respuesta sencilla al final. Y lo que quería decir era que las matemáticas no son como la vida, porque al final en la vida no hay respuestas sencillas”.
Y, aunque el lector pasa un buen momento acompañando a Christopher en sus pesquisas, la verdad es que el Incidente resulta ser un libro bastante amargo y por partida doble: primero, porque al salir del libro se acepta como dogma ese “no hay respuestas sencillas” y, segundo, porque ni siquiera olvidando todo, convirtiéndose en autistas, se puede evitar que la solución a esa ecuación de la vida sea compleja, más compleja de lo que, parafraseando al Bardo, hay en la mente de nuestros matemáticos.

Un fragmento de Eliot para la edad madura
“Habrá tiempo, habrá tiempo / para preparar un rostro que acepte los rostros que encuentres, / habrá tiempo para matar, habrá tiempo para crear / y tiempo para todas las labores y los días hábiles / que levanten y dejen caer una pregunta en tu plato; / habrá tiempo para ti y habrá tiempo para mí, / y habrá tiempo incluso para cien indecisiones, / y habrá tiempo para cien visiones y revisiones / antes de que tomemos una tostada y té”.

Banda sonora
No tienes que estar asustada, / no debes tener ningún miedo de mí, / ni de todas estas luces apagadas, / porque solamente tienes que subir. // No eres la persona equivocada, / hace tiempo ya que estoy detrás de ti, / así que usa estas alas, / sólo tienes que subir, / nada más subir. (“El coleccionista”, Los Planetas).

1 comentario:

El guz dijo...

Me pregunto si el hecho de que no halla respuestas sencillas, responde al hecho de que, lo hasta ahora comentado sobre la entrega del nobel a Muller, deje con respuesta que nadie creía que ella lo ganaría ¿es acaso facil de explicar de dónde salió ella?...“no hay respuestas sencillas”.