miércoles, 20 de enero de 2010

Tryno Maldonado

Si me lo preguntan, diré que sí. Quise a Golo, ese imbécil, con toda mi alma. Pero no me pregunten por qué.

(Tryno Maldonado)


 

Es más fácil definir, y defender, afirmando todo lo que no es Temporada de caza para el león negro (Anagrama, 2009) de Tryno Maldonado que diciendo lo que es. No es una novela sobre el inframundo del arte contemporáneo, galerías, galeristas, curadores y artistas de pelaje vario. No es una novela sobre las prácticas del amor entre hombres. No es un texto con guiños del autor a otros autores e incluso a sí mismo (ese capítulo de una sola frase: "Golo dejó el Atari" y que conecta directamente con la explicación, aparecida capítulos antes: "El Atari es un sistema de videojuegos casero que salió al mercado a finales de los años setenta. Los miembros de esta generación, por lo tanto, habrán nacido en esas fechas"). No es una sucesión de momentos organizados a la buena de Dios, de ese en el que el protagonista no cree. No es nada de eso, aunque en un momento u otro, aparente y magistralmente caóticos en su orden, aparezcan.

Temporada es, sobre todo, una descripción de la pasión amorosa; de, sería más adecuado, la obsesión que alguien puede llegar a tener por alguien (y, a veces, por algo). Con los ojos del narrador, del que apenas sabemos lo que tuvo que ver con el verdadero y único protagonista, con el artista Golo, el rebelde que pasa temporadas de abstinencia artística y enloquecimientos (¿en algún momento deja de estarlo?) en los que convierte hasta el cuarto de baño del departamento en que convive con el narrador en una obra maestra. Golo, el artista que nos legó esas dos obras fundamentales para las artes plásticas de este país que son Cubo de Ernö Rubik en rojo y Matezza v.2.0.

¿A quién lo cuenta el narrador? Ese es uno de los grandes enigmas, y a la vez, su mayor virtud. Cuando el lector cierra el delgado volumen no puede evitar preguntarse por qué el narrador lo eligió a él (aunque en realidad es el lector el que eligió la novela) para contarle la historia de su desesperado amor por Golo. Pero, al igual que no sólo se soportan sino que se escuchan con interés las cuitas amorosas de un amigo a altas horas de la madrugada en la cantina, quien lee Temporada no puede salvo estar atento a las peripecias, repetidas y monotemáticas, como son las conversaciones de los enamorados, de ese enamorado sin nombre que nos habla, una vez y otra y otra más, de ese objeto del amor que fue, sí fue, Golo.

(Un paréntesis de coincidencias. ¿No es mala suerte que el título coincida en su primera palabra con una de las películas trendies mexicanas? ¿No es mala suerte que el nombre de su protagonista coincida con el de una de las novelas mexicanas más sobrevaloradas últimamente? ¿No es buena suerte que coincida con esa moda, no tan última pero que ahora emerge, de narradores que escriben desde una diferencia mental, sea biológica, Haddon, Galchen, sea psicológica?).

Temporada de caza para el león negro representa, además y sobre todo, una historia que, aunque no lineal en el tiempo y llena de repeticiones, no más molestas que las repeticiones de la vida o de las de cualquier conversación de amigos, puede hallar acomodo en la lista de un lector que lo único que quiere es una novela que empezar y terminar, por placer sin más. Una historia que como todas las historias de amor es la de una obsesión. Obsesión, pasión y amor que se resumen en dos capítulos que sólo en su totalidad merecen ser citados y que hacen desear al lector haber tenido o haber sido objeto de pasión semejante.


 

Otro modo de pasión

"Esto quizá no tenga pies ni cabeza, pero debo decírtelo. La vida es muy corta. (…) Es un trecho muy corto. Da esos veinticinco pasos. Ahora. Ahora mismo. Vente así, como estas. Y viviremos felices el resto de nuestras vidas" (Lolita, Vladimir Nabokov).


 

Un poema para enero

"Pasada ya la cumbre de la vida, /justo del otro lado, yo contemplo / un paisaje no exento de belleza / en los días de sol, pero en invierno inhóspito. / Aquí sería dulce levantar la casa / que en otros climas no necesité, / aprendiendo a ser casto y a estar solo. / Un orden de vivir, es la sabiduría. / Y qué estremecimiento, / purificado, me recorrería / mientras que atiendo al mundo / de otro modo mejor, menos intenso, / y medito a las horas tranquilas de la noche, / cuando el tiempo convida a los estudios nobles, / el severo discurso de las ideologías / -o la advertencia de las constelaciones / en la bóveda azul... / Aunque el placer del pensamiento abstracto / es lo mismo que todos los placeres: / reino de juventud". ("Píos deseos para empezar el año", Jaime Gil de Biedma).


 

Banda sonora

Se ha reunido un corro de vecinas / y han decidido que digas lo que digas / nadie te va a hacer ni caso, / ellas no se dan por aludidas. // Se han reunido catorce o quince locas / y han decidido tocarme las pelotas, / y lo están consiguiendo, / me voy a quedar en el intento, / me voy a quedar en el intento ("Reunión en la cumbre", Los Planetas).

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