Distingo / lo que me rodea // lo que me ciñe // y sin embargo // la incertidumbre / no termina .
(Juan Carlos Quiroz)
(Juan Carlos Quiroz)
La poesía siempre es un refugio. Sobre todo, contra la estupidez y la indiferencia. La poesía, la lectura de poesía, es en un tiempo de sonidos vacíos, de precampañas, de falsedades y de medias verdades y olvidos, de lenguajes pseudotécnicos que nada explican, el único modo de encontrar palabras que sean verdaderas. “Sabe / Que es el último rey / Y siempre sale triunfante”, así termina el último, el más reciente, libro del prolífico José Emilio Pacheco. Así la poesía como el gusano de seda al que está consagrado el poema.
Como la lluvia (Era / El Colegio Nacional, 2009) del más reciente Premio Reina Sofía es una demostración más de la maestría que ha alcanzado José Emilio Pacheco en un tipo de escritura poco practicado por otros poetas, limpia en lo constructivo, simple en el lenguaje y compleja de ideas. Este nuevo libro es, para el lector atento en la poesía, poca, que se publica en revistas, un reencuentro con la mayoría de los textos que habían aparecido a lo largo de los siete años que recopila el poemario.
Como suele ocurrir con los libros de José Emilio Pacheco, es una variedad de formas las que confluyen en unos poemas que le dan vueltas y más vueltas a los pocos temas que conforman su poesía (el amor, otoñal en este caso, cansado, imposible, la certeza de la edad adulta, la cercanía a la muerte, los animales, las alegrías cotidianas y las no tanto y, sobre todo, la literatura como oficio de amor y de humildad). Como la lluvia, título también de un poema en el que Pacheco vuelve a esa Pompeya de la que ya antes había extraído lecciones de amor y eternidad, es más que un sólo poemario cinco: “Los personajes del drama”, “Como si nada”, “El mar no tiene dioses”, “Celebraciones y homenajes” y “Los días que no se nombran”.
El Pacheco animal literario, “enfermo de literatura”, encuentra su vena más metaliteraria, además de esa creación de el poeta loco que ya había aparecido en forma de secuencia en Crítica, en esa práctica tan suya de firmar apócrifos, ciertos y falsos al mismo tiempo, que adjudica versos de José Emilio a, entre otros, Safo, Lope de Vega, Darío o Salvador Díaz Mirón.
Leer este libro de José Emilio es volver a descubrir la esperanza en que la poesía no ha muerto, cercada cada vez más por las exiguas publicaciones y el alejamiento (obligado en muchos casos de los lectores a los que nada les dice ya), es volver a encontrar en ciertos versos aquella afirmación de Robert Frost “un buen poema es aquel que hace exclamar al lector ‘esto quería decir y con estas palabras’”. Y esa es la sensación con el poema que antes de entrar a este libro se había impreso en carteles, “El Mañana”: “A los veinte años nos dijeron: “Hay / Que sacrificarse por el Mañana”. // Y ofrendamos la vida en el altar / Del dios que nunca llega. // Me gustaría encontrarme ya al final / Con los viejos maestros de aquel tiempo. // Tendrían que decirme si de verdad / Todo este horror de ahora era el Mañana”:
Y Pacheco, animal político al fin y al cabo y preocupado siempre por su país, ese por el que “daría la vida /por diez lugares suyos,/ (...)-y tres o cuatro ríos”, dice en un breve poema que “Para evitar discusiones / Me limito a dos líneas de ldous Huxley. / Resumió cuanto piensan quienes nos ven en inglés / En la tarjeta postal –el e-mail de entonces- Dirigida a Ottoline Morrell: // Very strange and sinister country / And dark, savage country”.
Adán y Eva
El prolífico, pero poco pródigo en esta ciudad, Juan Carlos Quiroz y uno de los grabadores más creativos del país son los encargados de recrear a los dos protagonistas de los primeros capítulos del Génesis. Hay tres maneras de leer este delgadísimo volumen, apenas once poemas de no más de quince versos y otras tantas ilustraciones: los textos, los textos junto a la contemplación de las perfectamente adecuadas imágenes y, yendo y viniendo al índice de los grabados (que tienen, al contrario de los poemas, título). La poesía de Quiroz, cada vez más cercana a ese silencio esencial tan de la generación de los cincuenta española con Valente y el último Gamoneda, ha sido siempre, pero se agudiza cada nuevo poema publicado, otorga al lector un espacio blanco no sólo versal sino mental donde el poema fermenta entre los que “fuimos nosotros / los escogidos / los secos de voluntad” y “la verdad tallada / en esta placa”.
Otra joya editorial de Casa Vigo
Sobran muros, un solo poema, inaugura la colección titulada “Hojarasca”, exquisita en su sencillo diseño, como viene siendo habitual, y presenta, acompañado de una obra gráfica otoñal, el último poema de Rolando Mix (Pozo Almonte, Chile,1931 – Zaragoza, España, 2009), el encontrado “entre sus cosas el mismo día que Rolando falleció” y que, significativamente, comienza diciendo “Mi sombra ha muerto, / se fue justo a mediodía”.
Banda sonora
Puedo hacer que no haya sol, / puedo hacer que no lo veas / y que nadie nos recuerde nunca más. // Puedo hacer una prueba, / puedo hacer que me quieras, / puedo andar dentro de ti, / puedo estar en tu cabeza / y que no mires a nadie nunca más”. (“David y Claudia”, Los Planetas)
Como la lluvia (Era / El Colegio Nacional, 2009) del más reciente Premio Reina Sofía es una demostración más de la maestría que ha alcanzado José Emilio Pacheco en un tipo de escritura poco practicado por otros poetas, limpia en lo constructivo, simple en el lenguaje y compleja de ideas. Este nuevo libro es, para el lector atento en la poesía, poca, que se publica en revistas, un reencuentro con la mayoría de los textos que habían aparecido a lo largo de los siete años que recopila el poemario.
Como suele ocurrir con los libros de José Emilio Pacheco, es una variedad de formas las que confluyen en unos poemas que le dan vueltas y más vueltas a los pocos temas que conforman su poesía (el amor, otoñal en este caso, cansado, imposible, la certeza de la edad adulta, la cercanía a la muerte, los animales, las alegrías cotidianas y las no tanto y, sobre todo, la literatura como oficio de amor y de humildad). Como la lluvia, título también de un poema en el que Pacheco vuelve a esa Pompeya de la que ya antes había extraído lecciones de amor y eternidad, es más que un sólo poemario cinco: “Los personajes del drama”, “Como si nada”, “El mar no tiene dioses”, “Celebraciones y homenajes” y “Los días que no se nombran”.
El Pacheco animal literario, “enfermo de literatura”, encuentra su vena más metaliteraria, además de esa creación de el poeta loco que ya había aparecido en forma de secuencia en Crítica, en esa práctica tan suya de firmar apócrifos, ciertos y falsos al mismo tiempo, que adjudica versos de José Emilio a, entre otros, Safo, Lope de Vega, Darío o Salvador Díaz Mirón.
Leer este libro de José Emilio es volver a descubrir la esperanza en que la poesía no ha muerto, cercada cada vez más por las exiguas publicaciones y el alejamiento (obligado en muchos casos de los lectores a los que nada les dice ya), es volver a encontrar en ciertos versos aquella afirmación de Robert Frost “un buen poema es aquel que hace exclamar al lector ‘esto quería decir y con estas palabras’”. Y esa es la sensación con el poema que antes de entrar a este libro se había impreso en carteles, “El Mañana”: “A los veinte años nos dijeron: “Hay / Que sacrificarse por el Mañana”. // Y ofrendamos la vida en el altar / Del dios que nunca llega. // Me gustaría encontrarme ya al final / Con los viejos maestros de aquel tiempo. // Tendrían que decirme si de verdad / Todo este horror de ahora era el Mañana”:
Y Pacheco, animal político al fin y al cabo y preocupado siempre por su país, ese por el que “daría la vida /por diez lugares suyos,/ (...)-y tres o cuatro ríos”, dice en un breve poema que “Para evitar discusiones / Me limito a dos líneas de ldous Huxley. / Resumió cuanto piensan quienes nos ven en inglés / En la tarjeta postal –el e-mail de entonces- Dirigida a Ottoline Morrell: // Very strange and sinister country / And dark, savage country”.
Adán y Eva
El prolífico, pero poco pródigo en esta ciudad, Juan Carlos Quiroz y uno de los grabadores más creativos del país son los encargados de recrear a los dos protagonistas de los primeros capítulos del Génesis. Hay tres maneras de leer este delgadísimo volumen, apenas once poemas de no más de quince versos y otras tantas ilustraciones: los textos, los textos junto a la contemplación de las perfectamente adecuadas imágenes y, yendo y viniendo al índice de los grabados (que tienen, al contrario de los poemas, título). La poesía de Quiroz, cada vez más cercana a ese silencio esencial tan de la generación de los cincuenta española con Valente y el último Gamoneda, ha sido siempre, pero se agudiza cada nuevo poema publicado, otorga al lector un espacio blanco no sólo versal sino mental donde el poema fermenta entre los que “fuimos nosotros / los escogidos / los secos de voluntad” y “la verdad tallada / en esta placa”.
Otra joya editorial de Casa Vigo
Sobran muros, un solo poema, inaugura la colección titulada “Hojarasca”, exquisita en su sencillo diseño, como viene siendo habitual, y presenta, acompañado de una obra gráfica otoñal, el último poema de Rolando Mix (Pozo Almonte, Chile,1931 – Zaragoza, España, 2009), el encontrado “entre sus cosas el mismo día que Rolando falleció” y que, significativamente, comienza diciendo “Mi sombra ha muerto, / se fue justo a mediodía”.
Banda sonora
Puedo hacer que no haya sol, / puedo hacer que no lo veas / y que nadie nos recuerde nunca más. // Puedo hacer una prueba, / puedo hacer que me quieras, / puedo andar dentro de ti, / puedo estar en tu cabeza / y que no mires a nadie nunca más”. (“David y Claudia”, Los Planetas)
1 comentario:
Sigue lloviendo :P
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