Un joven «fotologuero» al que le cae una bolsa de basura en la cabeza. Una periodista obsesionada con Facebook que para dar una exclusiva revisa esa basura y encuentra una factura a nombre de una mujer. Una «negra» escritora de libros de autoayuda que ve peligrar su anónimo estatus en Google cuando es acusada por una reportera de tirar sus desechos desde un departamento en el que ya no habita.
Sobre estas insólita trama navega «Egosurfing» (obsesión de buscar el propio nombre en internet para comprobar la ciber-popularidad) de la periodista mallorquina Llucia Ramis, libro ganador del premio Josep Pla, traducido al castellano por la editorial Destino. Tras recorrer las vicisitudes de los treintañeros en «Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys», la joven narradora vuelve a reflexionar en su segunda novela sobre la «generación Ikea», en un lúcido intento de explorar los límites de una neo-vanidad que no sólo es cibernética.
—¿Cómo surgió «Egosurfing»?
—Me apetecía escribir un libro sobre cómo internet ha cambiado las relaciones entre las personas. Ya no se trata de la rapidez, ahora es la inmediatez, el estar siempre localizable. Me pregunto por qué si tenemos todo al alcance de la mano estamos más insatisfechos y nos sentimos tan perdidos. Creo que es porque queremos que nos busquen. Estamos pendientes de nosotros mismos, no de los demás.
—¿Somos narcisistas patológicos, como señala en su libro?
—Hemos pasado del individualismo al egoísmo y del egoísmo al egocentrismo. Ya no hablas con otra persona para conocerla sino para mostrarte, para enseñar lo guay que eres. En internet hacemos continuamente publicidad de nosotros mismos porque somos más exhibicionistas que voyeurs. Facebook es una colección de titulares, todo el mundo quiere ser el más ingenioso. Y si no consigues reacciones te sientes frustrado.
—Veo que es bastante popular en Facebook, tiene 1.197 amigos...
—(Lanza una carcajada). Iba a cerrar la cuenta, pero es que en Facebook hay trampa. Porque cada vez que te dicen algo bonito te lo crees. Con la novela anterior, algunos hombres me escribían al correo electrónico para decirme que les había gustado la novela, yo les contestaba y ellos consideraban que eso ya era una amistad. Entonces pensé que si me abría una cuenta en Facebook iba a saber de donde venía la gente. Ahora tengo un friki-fan que me envía de 20 a 40 e-mails al día.
—¿Después del éxito de su novela, se ha convertido en una egosurfer?
—Soy cero egosurfera. Pero muchos sí lo son. El otro día leí que de 25 a 50 millones de personas hacen egosurfing al día. Aunque buscando mi nombre he encontrado que me atribuyen la vida de Cristóbal Serra, un escritor mallorquín de 88 años. También vi en un blog la foto de una chica acostada con un extraterrestre que decía: «Llucia y su nuevo novio». Y yo contesté: «No me parezco a ella ni en pintura pero él sí que se parece a mi ex».
—¿Le preocupa el tema de la intimidad en internet?
—Lo que veo es que los jóvenes de menos de veinte años no tienen ningún concepto de intimidad, no saben lo que significa. Mi prima, por ejemplo, colgó una foto en Facebook haciendo topless.
—¿Es sintomático que a uno de sus personajes le caiga una bolsa de basura en la cabeza?
—Le pasó a un profesor mío y siempre me llamó la atención porque el tipo hizo la denuncia a través de la factura que encontró en la basura. Lo gracioso es que después de que se publicara el libro, mi redactora jefe me preguntó cómo sabía que a ella le había pasado eso. ¡Qué casualidad! Desde ese día tengo la teoría de que en Barcelona llueven las bolsa de basura.
—¿Cómo es tener treinta años hoy?
—Los que rondamos los treinta años somos una generación que nacimos con todo dado y que creemos que nos lo merecemos. Tenemos estudios, idiomas, hemos viajado. Somos una «burguesía low-cost». Vamos a la India aunque vayamos en carreta. Estamos muy preparados, pero nos incorporamos tarde al mundo laboral. Y entonces tenemos treinta años como si tuviéramos veinte pero con la crisis de los cuarenta. Llegamos a esta situación muy desestructurados, sin familia propia, las parejas duran lo mismo que los pisos de alquiler. Todo dura muy poco. Es una provisionalidad que se alarga demasiado, una angustia que no sabemos cómo canalizar.
Sobre estas insólita trama navega «Egosurfing» (obsesión de buscar el propio nombre en internet para comprobar la ciber-popularidad) de la periodista mallorquina Llucia Ramis, libro ganador del premio Josep Pla, traducido al castellano por la editorial Destino. Tras recorrer las vicisitudes de los treintañeros en «Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys», la joven narradora vuelve a reflexionar en su segunda novela sobre la «generación Ikea», en un lúcido intento de explorar los límites de una neo-vanidad que no sólo es cibernética.
—¿Cómo surgió «Egosurfing»?
—Me apetecía escribir un libro sobre cómo internet ha cambiado las relaciones entre las personas. Ya no se trata de la rapidez, ahora es la inmediatez, el estar siempre localizable. Me pregunto por qué si tenemos todo al alcance de la mano estamos más insatisfechos y nos sentimos tan perdidos. Creo que es porque queremos que nos busquen. Estamos pendientes de nosotros mismos, no de los demás.
—¿Somos narcisistas patológicos, como señala en su libro?
—Hemos pasado del individualismo al egoísmo y del egoísmo al egocentrismo. Ya no hablas con otra persona para conocerla sino para mostrarte, para enseñar lo guay que eres. En internet hacemos continuamente publicidad de nosotros mismos porque somos más exhibicionistas que voyeurs. Facebook es una colección de titulares, todo el mundo quiere ser el más ingenioso. Y si no consigues reacciones te sientes frustrado.
—Veo que es bastante popular en Facebook, tiene 1.197 amigos...
—(Lanza una carcajada). Iba a cerrar la cuenta, pero es que en Facebook hay trampa. Porque cada vez que te dicen algo bonito te lo crees. Con la novela anterior, algunos hombres me escribían al correo electrónico para decirme que les había gustado la novela, yo les contestaba y ellos consideraban que eso ya era una amistad. Entonces pensé que si me abría una cuenta en Facebook iba a saber de donde venía la gente. Ahora tengo un friki-fan que me envía de 20 a 40 e-mails al día.
—¿Después del éxito de su novela, se ha convertido en una egosurfer?
—Soy cero egosurfera. Pero muchos sí lo son. El otro día leí que de 25 a 50 millones de personas hacen egosurfing al día. Aunque buscando mi nombre he encontrado que me atribuyen la vida de Cristóbal Serra, un escritor mallorquín de 88 años. También vi en un blog la foto de una chica acostada con un extraterrestre que decía: «Llucia y su nuevo novio». Y yo contesté: «No me parezco a ella ni en pintura pero él sí que se parece a mi ex».
—¿Le preocupa el tema de la intimidad en internet?
—Lo que veo es que los jóvenes de menos de veinte años no tienen ningún concepto de intimidad, no saben lo que significa. Mi prima, por ejemplo, colgó una foto en Facebook haciendo topless.
—¿Es sintomático que a uno de sus personajes le caiga una bolsa de basura en la cabeza?
—Le pasó a un profesor mío y siempre me llamó la atención porque el tipo hizo la denuncia a través de la factura que encontró en la basura. Lo gracioso es que después de que se publicara el libro, mi redactora jefe me preguntó cómo sabía que a ella le había pasado eso. ¡Qué casualidad! Desde ese día tengo la teoría de que en Barcelona llueven las bolsa de basura.
—¿Cómo es tener treinta años hoy?
—Los que rondamos los treinta años somos una generación que nacimos con todo dado y que creemos que nos lo merecemos. Tenemos estudios, idiomas, hemos viajado. Somos una «burguesía low-cost». Vamos a la India aunque vayamos en carreta. Estamos muy preparados, pero nos incorporamos tarde al mundo laboral. Y entonces tenemos treinta años como si tuviéramos veinte pero con la crisis de los cuarenta. Llegamos a esta situación muy desestructurados, sin familia propia, las parejas duran lo mismo que los pisos de alquiler. Todo dura muy poco. Es una provisionalidad que se alarga demasiado, una angustia que no sabemos cómo canalizar.
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