sábado, 19 de septiembre de 2009

Algo sobre poesía

Antes de escribir el poema, / con el lápiz en la mano / y el silencio hecho palabra, / me pregunto a quién demonios / interesa si este mar / ya no es azul ni si mi vida / de hoy es la que antes era
(Ana María Navales)


Con A.

Puede parecer un chiste malo o una boutade demasiado fácil, pero en estos tiempos de desastre económico, moral (sobre todo de la moral gubernamental) y personal, sólo la poesía puede salvarnos. Ya hace tiempo, Holderlin, el poeta loco, el que acabó creyéndose Scardanelli, el que se alejó quién sabe si voluntariamente, lo propugnaba: “¿para qué poetas en tiempo de penuria?”. Y es precisamente ahora cuando más necesitamos a la poesía.

Habitar poéticamente el mundo.
El precepto rilkeano es claro, drástico, lapidario. Y acertado. La misión, no del poeta que solo otorga un nuevo sentido a las palabras de la tribu sino de todos, es habitar poéticamente el mundo; pero qué pocos pueden hacerlo. El mundo se les ha otorgado a los poetas con una maldición. No recibir nada a cambio. Ya lo escribía hace tiempo José María Valverde, precisamente uno de los traductores de Rilke al español, en uno de sus poemas propios, "¿Que nos darás, Señor, en recompensa a nosotros los poetas / que no podemos gozar el mundo sino cantarlo?" (cito de memoria). Nada. Cumplir con el dictum del poeta alemán tiene un precio alto. Y no sólo para quien escribe sino para aquel que quiere construir algo trascendente más allá del propio espacio y del tiempo en que le ha sido dado vivir.
El poeta está condenado a luchar contra el tiempo, obligado a construir un artefacto verbal que sea, a la vez, presente, verdaderamente presente, y que sea eterno, “más duradero que el bronce”. Y es, como anota Derek Walcott un “algo” que “no se rige por el tiempo lineal; es, por su belicosidad o su sumisión, enemigo del tiempo; y también es, cuando es sincero, el vencedor del tiempo, no su siervo”. Es, en su propia contradicción, una de las realidades más difíciles, una de las artes que mayor dedicación necesitan y en la que, entre la sobreabundancia textual, hay que encontrar ese texto que saque al lector del tiempo y de este tiempo de penuria.
Haga el lector una prueba : poner una mano sobre la piedra, sobre cualquier piedra, y sentir el tacto nuevo que tiene, diferente al piel, diferente al del roce o al del golpe. Pero es una sensación nueva que ha de disfrutarse en silencio, interiorizándola. El poeta, sin embargo, nunca habrá de disfrutarlo, porque precisamente lo que tiene que hacer es buscarle palabras, no limitarse al silencio que, y no es un juego de palabras sino una afirmación, es su propio límite. Y, aunque suene demasiado metafísico en estos tiempos posmodernos y mundanos, en el discurso de ingreso de Chillida a la Academia, aunque escultor, explicaba perfectamente la aspiración del poeta: "hay mil maneras de decirlo, pero sólo una". De ellas la mil son fáciles de escribir (de ahí “escribir es fácil), pero la una, la única, la necesaria, es difícil, verdadera y sinceramente difícil, complicada. O, para mayor desgracia, imposible.
El poeta, por ende, siempre está solo, otra de las desventajas del oficio. Y aunque el alemán angélico hablaba de la pareja cuando escribía que se debe ser “guardián celoso de la soledad del otro”, estaba definiendo tal vez el empeño con el que se debe entregar aquel que aspire a ser verdaderamente poeta. Y es otro escritor, dramaturgo y poeta, uno de los renovadores de la escritura del siglo pasado y cuyo legado aún no se ha terminado de asumir, Samuel Beckett, el que propone de la manera más sencilla posible, la descripción del camino a seguir: “Fracasaste en el intento. No importa. Vuélvelo a intentar. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor”.

Un arte poética
Explica, siempre que sea sincera, la necesidad de trascender a través de la palabra. Uno de los poetas más desconocidos de las últimas generaciones de la escritura en español en la península, Leopoldo Alas Mínguez, que no sólo coincide en nombre con Clarín sino que es su nieto, explica esa verdad en su “Poética”: “En los tiempos que corren, salvo si tengo miedo, / prefiero estar sin preguntarme nada. / No importa dónde quedan los días que han pasado / ni entender si es eterna la vida, breve o larga. / Lo único que pido son sentimientos claros / y ver la luz del sol cuando despierto. // Comprendo que se va estrechando el cerco / y que el azar me tiende inesperadas trampas. / Los sueños no me alteran porque sé que son vanos / y olvidar me libera de penosas jornadas. / En mañanas oscuras, pocas veces al año, / me cubro con la sábana y lloro por los muertos”.

Banda sonora
No pienso olvidarte, / ya no hay nada más que tú. // Cada día que pasa de largo / cada cita, cada abrazo, cada cual mejor, / aquella película, / aquella ridícula expectación por nuestro amor. // Quiero que al menos comprendas / por qué me cuesta decirlo, / porque te llevo tan dentro / que hasta me olvido yo mismo de ti. (“Desde hoy en adelante”, La buena vida)

2 comentarios:

El guz dijo...

Sí, poesía ante todo...

Seguiré en el camino a pesar de que no logré mi objetivo. A final de cuentas, la poesía es primero.

Jorge Pedro dijo...

esperando con ansias tu reseña de nacho.