domingo, 11 de abril de 2010

Breve tratado de la pasión

-¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cuánto?

-Tu casa. Esta noche. Gratis.

(conversación entre el príncipe de Joinville y Rachel Felix)


 

Sólo hay dos opciones al sufrir una desilusión amorosa: olvidarla o regodearse en el fracaso, ya sea propio o ajeno, regodearse en como otros triunfan donde uno fracasa. Y, además de mil canciones, siempre hay un libro que pueda hacerlo por el lector. Breve Tratado de la Pasión (Lumen, 2009) es, sobre todo para evitar ir de un lado a otro, de un libro a otro, el volumen perfecto para ello. Un libro que, a pesar de su título que suena a ensayo sesudo y complicado, es, sobre todo, únicamente, una recopilación de cartas y poemas entre amantes, o de amantes despechados a su contraparte, que nos recuerda la pasión, precisamente, que nunca alcanzaremos.

Como explica la cuarta de forros, los editores "queríamos un libro ameno pero sin frivolidades y pedimos a Alberto Manguel que pusiera su talento de lector al servicio de la pasión amorosa". Y, Manguel, ya conocido, sobre todo, por Una Historia de la Lectura y el Nuevo Elogio de la Locura, hace, exactamente, lo que se le pide y pone su biblioteca y sus conocimientos al servicio del lector, más ocupado o menos leído, para ofrecerle ejemplos, de todos los siglos y todas las latitudes, de casi todos los tiempos y de casi todas las latitudes, para que confronte, compare, enfrente, o lo que tenga que hacer su pasión con la de, por ejemplo, Chateaubriand, Chejov, Shigenari, Silvina Ocampo, Joyce (con, es justicia decirlo, su cartas menos escatológicas), Celan en correspondencia y no con un poema, Whitman escribiéndole a muchachos, Abelardo, el genialmente acertado Gil de Biedma, Atwood, Auden o, menos conocido como autor de cartas dignas de cualquier antología de correspondencia, Mozart.

La ventaja de un libro como Breve Tratado de la Pasión es que, en estos tiempos de prisa y poco tiempo para la lectura, no obliga, para nada, al lector a leerlo seguido o a marcar donde terminó la lectura o a aburrirse al encontrar un pasaje ya conocido. Como los grandes libros de poemas, como esa sinfonía de Los Planetas, hace que cada instante, cada línea sea de reconocimiento o envidia o anhelo. Y más al saber que, en la mayoría de los casos, como buena correspondencia, no fue escrita para nosotros sino únicamente para su destinatario y que somos nosotros, aprendices siempre de ese infinito y variado juego del amor, quienes nos asomamos buscando indiscreciones y trucos no falso pero tampoco originales. Sirvan los tres ejemplos siguientes y el, directo y a veces efectivo, epígrafe.


 

Happy Ending

"Aunque la noche, conmigo, / no la duermas ya, / sólo el azar nos dirá / si es definitivo. // Que aunque el gusto nunca más / vuelva a ser el mismo / en la vida los olvidos / no suelen durar" (Jaime Gil de Biedma).


 

De poeta a poeta

"Amo vuestros versos con todo mi corazón, señora Barret, y no es una ligera carta de elogios la que pretendo escribir ni, de cualquier otro modo, un súbito reconocimiento de la evidencia de vuestro genio; he aquí una graciosa y natural conclusión parta el asunto: desde el día en que leí por primera vez sus poemas, la semana pasada, me divierte bastante recordar cómo estuve dándole vueltas en mi cabeza a lo que debía ser capaz de contarle acerca del efecto que tuvieron sobre mí pues en el primer arrebato del placer pensé que debía abandonar mi costumbre de gozar pasivamente, cuando gozara de verdad y justificar mi admiración, ¡tal vez, incluso, como un leal compañero de oficio, intentar encontrarle defectos y hacerle así un servicio del que sentirse orgulloso en adelante!" (de Robert Browning a Elizabeth Barret).


 

Dice Chopin

"¡Quién sabe las baladas, las polcas, tal vez un concierto entero, que han sido engullidas para siempre por tu re bemol mayor! No puedo imaginar lo que podría haber sido, ya que no he compuesto nada durante un tiempo tan largo, inmerso como estaba en ti y el amor. Obras que podrían haber visto la luz se ahogaban en tu pequeño y dulce re bemol mayor, ¡o sea que estás repleta de música y fecundada con mis composiciones! (…) Ah, se me ha ocurrido un nuevo nombre musical para el pequeño re bemol mayor. Podríamos llamarle tácet (expresado en notación musical por —). Te lo explico: ¿acaso no es una pausa, un agujero en mitad de la melodía? Entonces esa palabra es un término musical bastante apropiado para el pequeño re bemol mayor".

La sorpresa es que Chopin el de las delicadas composiciones para piano se refería, según la nota integrada en el texto, al sexo de su amada con esa delicada figura musical del re bemol mayor, que en el piano es la tecla negra que se encuentra entre las blancas do y re.


 

Banda Sonora

I regret how I said to you / 'Honey, just open your heart', / when I've got trouble even / opening a honey jar. / And that's, right there, / is where we are. ("Good intentions paving company", Joanna Newson).

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