domingo, 2 de mayo de 2010

Román Revueltas, un par de muertos y Brines

Hace poco, me separé de mi última mujer. Las cosas ocurrieron así:

(Román Revueltas Retes)


 

La insidiosa fatalidad de las cosas de Román Revueltas (Joaquín Mortiz, 2003, que según su autor es inencontrable, pero que en las buenas librerías de viejo y sabiendo buscar puede aparecer) es un volumen que lleva en su título la definición de sí mismo. El diccionario de la Real Academia Española da de insidioso/a como tercera acepción "malicioso o dañino con apariencias inofensivas" y como cuarta, considerándolo un término médico "dicho de un padecimiento o de una enfermedad que, bajo una apariencia benigna, oculta gravedad suma". Y de eso, en efecto, en un juego circular de espejos y repeticiones obsesivas, trata la novela, de un personaje que bajo una vida social inofensiva acaba cometiendo un asesinato.

Tres, el vaso de agua que arroja a su esposa una mañana, la dialéctica relación que establece con el perro de su nueva casera, resuelta con un juego con bolsas de plástico que explotan y unas cuantas obsesiones como el güisqui, las dos horas de recorrido por el supermercado o la poca necesidad de trabajar, los motivos que el narrador, una omnipresente primera persona que ejemplifica la nunca mejor elegida cita de Shakespare que abre la novela "aunque sea esto locura, hay aún así método en ella", en original en el libro. Porque, y en eso radica uno de los mayores aciertos del libro, los acontecimientos exteriores no son sino un recuento de lo que pasa, y siempre pasa lo mismo, dentro de quien cuenta, a su manera, la historia aderezada, además con una conciencia plena de su peculiar personalidad, con los comentarios sobre su propia conducta.

Como la vida, como en las mejores novelas, como en casi todo, La insidiosa fatalidad de las cosas es un libro que combina a partes iguales carcajadas, aunque sean a costa de los extraños comportamientos del protagonista casi exclusivo del libro, y malestar, sobre todo por la fatalidad de los acontecimientos que siempre acaban imponiéndose a la propia humanidad como un castigo divino como explica el mismo personaje: "Dios no me quiere. No es un buen padre. Ha creado al hombre y lo ha hecho frágil por naturaleza y lo ha abandonado a su suerte en un entorno descarnadamente hostil. Hasta un tipo vagamente exitoso como Don Luis no fue, en el momento de nacer, otra cosa que un torpe y vulnerable y endeble remedo de antropoide".

Y, uno de los motivos de asombro al comenzar la novela que se lee perfectamente de una sentada, tanto por el tamaño, apenas 137 palabras, y por lo rápidamente que atrapa al lector, el autor profesionalmente es músico, ejecutante, compositor y director y, ahora/entonces, escritor con una lección bien aprendida del mundo de la música: el arte no es sino un tema con variaciones sobre el mismo.

Dos más que se van

Primero, uno de los grandes renovadores de la dramaturgia en lengua inglesa, ejemplo y modelo de toda esa generación denominada Angry Young Men, que dejó al menos dos obras que merecen, ahora con su muerte, volver, tras un tiempo de abandono, volver a ser leídas, el "drama de cocina" Sábado por la noche, domingo en la mañana y esa punzante metáfora sobre lo que significa la victoria La soledad del corredor de fondo. Y, segundo, Peter Porter, el injustamente no tan leído poeta australiano, uno de cuyos últimos poemas, "Desde la sala de recuperación": "No hay noticias, como si lo que no ha ocurrido / no hubiese ocurrido. Habrá noticias / cuando termine el mundo, el mundo que es / el de uno-y-uno-sólo".


 

Palabras para una mirada

De Francisco Brines, el Premio Reina Sofía de Poesía. "Miras, con ojos luminosos, / mientras hablo, mis ojos. Los cabellos / son fuego y seda, / y el rosa laberinto del oído / desvaría en la noche, / acepta las razones que doy sobre una vida / que ha perdido la dicha y su mejor edad. / ¿Cómo me ven tus ojos? Yo sé, porque estás cerca, / que mis labios sonríen, / y hay en mí delirante juventud. / Inocente me miras, y no quiero saber / si soy el más dichoso hipócrita. / Sería pervertirte decir / que quien ha envejecido es traidor, / pues ha dado la vida / o dado el alma, / no sólo por placer, también por tedio, / o por tranquilidad; / muy pocas veces por amor. / He acercado mis labios a los tuyos, / en su fuego he dejado mi calor, / y emboscado en la noche / iba espiando en ti vejez y desengaño".


 

Banda sonora

No es manía ni locura / esto que tengo contigo / no es manía ni locura / que los mejores doctores / no han encontrado la cura / que no venga de tu mano, / Señora de las alturas. ("Señora de las alturas", Los Planetas).

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