miércoles, 15 de diciembre de 2010
martes, 14 de diciembre de 2010
En rique Morente (1942 / 2010)
sábado, 11 de diciembre de 2010
Elizabeth Smart
(Elizabeth Smart)
Los pícaros y los canallas van al cielo (Periférica, 2010) es la extrañamente fidelísima traducción del título de la segunda novela de Elizabeth Smart, la autora de la obra maestra En Grand Central Station me senté y lloré. Y es también una continuación de esta, pero donde sólo hallaba cabida el amor, exasperado, un amor que acumulaba una imagen tras otra, aquí se encuentra, con la misma fuerza narrativa, pero con bastantes más intromisiones de la cotidianeidad y de la vida real. Donde antes el amor, siguiendo el dictado del Cantar de los Cantares, lo era todo, ahora sólo hay una realidad, Londres recién terminada la segunda guerra mundial, una realidad que la autora deja clara desde las primeras frases del libro: “No hay gas; no hay calefacción; apenas hay comida”. Y, al igual que En Grand Central, aquí también lo externo, en un caso la naturaleza, en el otro la destrucción y la penuria, son reflejo exacto de lo que está pasando adentro de la narradora-escritora: “en esta mañana tan encantadora, lo que queda de mi juventud se yergue como un geiser y me siento al sol quitando de mi cabello los piojos. Porque es difícil dejar de esperar (eso que mi corazón al despertar por vez primera me dijo que era el mundo) aunque sea una mujer que entra en sus treinta, con piojos en el pelo y un amante infiel”.
Y, aunque difícil de leer por esa tendencia de la Smart a dejarse arrastrar por la propia inercia del lenguaje que sale a borbotones, Los Pícaros es una novela de mil y una aristas que van cambiando conforme va cambiando lo que se le cuenta al lector. Es poética y desolada, sabia e ingeniosa, autobiográfica y universal. Una novela en que la pasión amorosa ha cedido paso a lo de todos los días: rascarse el bolsillo para encontrar un último penique con el que ajustar para una cerveza, el aburrimiento del trabajo y una apatía vital con todo. Ya no es la enamorada contra el mundo; ahora es el mundo contra quien estuvo enamorada.
Elizabeth Smart para la que el mundo antes apena existía sino como condición ahora se empeña en describir todo aquello, bastante menos idílico, que le rodea descubriendo en los otros a las personas que “siempre encuentran el modo de hacer que la cosas sean posibles” y que sobreviven a pesar de “sus oficinas, sus operaciones, sus ensayos, sus cuadernos, esos bebes que lloran en la noche, de los experimentos en laboratorios, de sus lechugas que van pudriéndose poco a poco”. Y, al final, habrá de reconocer, por mucho que le duela dejar de habitar el mundo idílico del amor, que eso también le afecta y le afecta mucho. Hasta el punto de que ahora se describe a sí misma “haciendo cola en la pescadería con su pedazo de papel de envolver y una cartilla de racionamiento, vistiendo una falda de tweed que ha visto mejores tiempos y rascando unos céntimos para coger el autobús”. O, por resumirlo en una pocas palabras, sus males ya no son los del amor, idealizados y gratos de sufrir, sus males son los males de toda la humanidad.
Y es que al amor siempre le llega la hora del arrepentimiento o, al menos, una manera diferente de mirar ese mismo amor y sus consecuencias. El amor ya no es el destinatario de su deseo, y como consecuencia es ella misma, con más años, con mayor conocimiento, doloroso conocimiento, de lo que es la vida, lo que observa. Y admite, con una forma más serena que en su primer libro, que no puede quejarse, porque “la muerte es el precio que hay que pagar por no sentir dolor” y, para aquellos a los que la muerte les es lejana, que “el dolor es el precio de la vida”.
Y Los Pícaros es, en menor medida, y a veces, reflejo de una de las obsesiones que Elizabeth Smart desarrollaría, de manera mucho más abierta, en su poesía, el del miedo a no escribir, a la página que “está tan en blanco como mi rostro tras una noche de llanto. Es tan estéril como mi devastada mente. Todos los martirios son en vano”. Aunque, y con la misma voluntad que siempre ha mostrado la autora y el personaje concluye que “la pluma es un arma furiosa” que “necesita una voluntad rabiosa”.
" " (4’:33’’, John Cage).
martes, 7 de diciembre de 2010
Las cuatro últimas líneas del discurso del Nobel
Con razón...
Como el ruso escribe unas frases que resumen perfectamente una verdad pensada pero nunca tan bien expresada.
Un sólo ejemplo basta.
"Cuando un hombre sale de una habitación deja todo detrás, cuando una mujer lo hace lleva todo lo ocurrido en esa habitación con ella".
lunes, 6 de diciembre de 2010
Smirting
No hay en castellano todavía
traducción exacta de ese verbo
que en inglés señala a dos personas,
furtivas y cómplices o viceversa,
flirteando con el humo de un cigarrillo
a las afueras
de un non
smoking building.
Y te pienso entonces en aeropuertos y bares,
en algún sitio de esos donde no podemos fumar
pero estamos juntos.
martes, 30 de noviembre de 2010
Síndrome del nido vacío
Mi caso es el siguiente: Un día llegaron estos pájaros y se acomodaron aquí, en mi cabeza. Eran inicios de primavera y pensé que tal vez era la costumbre en estos lugares. Pero los días corrieron y los pájaros no parecían resueltos a moverse, por el contrario, pronto llegué a escuchar trinos de diferentes tonos sobre mí: eran polluelos. No me malinterprete, era lindo despertar por las mañanas con su canto a pesar de lo fastidioso que resultaba ir siempre envuelta en plumas. Usted puede pensar que estoy loca. No vengo aquí a tratar sobre ese tema. Sino a que remedie mi depresión. Verá, es invierno. Y ahora todos ellos se han ido.
(Valeria Gascón en el número 27 de Shandy)
lunes, 29 de noviembre de 2010
Pastoral Americana de Philip Roth y Valeria
¿Y qué tiene de malo la vida de los Levov?
(Philip Roth)
La única diferencia entre una buena novela y una obra maestra, además de un par de palabras en la portada, es que la obra maestra es universal, que afecta, conmueve o hace reflexionar a cualquiera que se acerque a ella con disposición de buen lector. Sea cual sea su protagonista, por más alejado del lector que esté, hay algo que obliga a salir de modo diferente a como se entró. Pastoral Americana de Philip Roth cumple esa premisa. Durante más de quinientas páginas retrata, a partir de lo que imagina un Zuckerman más omnisciente que nunca, la vida del Sueco Levov, judío, de Newark, estrella del deporte en la secundaria y exitoso empresario de guantes de señora en la madurez. Pero, y he ahí la maestría a la que hasta ahora sistemáticamente se le ha venido negando el Nobel, cumpliendo la premisa que el propio autor pone en boca de uno de uno de sus personajes, un pintor: "crear una expresión personal de temas universales entre los que figuran los constantes dilemas morales que definen la condición humana". Es decir, una literatura semejante en todo, excepto en su realidad, a la vida.
El Sueco Levov siempre hace el bien, siempre piensa en lo mejor para todos, para su esposa, para su hija, para su padre, para su hermano y, a semejanza del protagonista, también judío, de la última cinta de los Cohen, el mundo rechaza sus elecciones. El gran dilema de Levov es el mismo, cada uno con su circunstancia, del lector. Casi existencialistamente la vida que se despliega ante los ojos del lector ejemplifica, al estilo rothiano de no juzgar sino describir, lo complicado, no tanto de las relaciones humanas, sino de la repercusión que todas y cada una de la acciones tienen sobre el resto de las vidas, sobre la propia, sobre las cercanas, sobre aquellas que pueden parecer ajenas.
Pastoral Americana es, sobre todo, la constatación de una verdad ineludible expresada del modo más directo posible por Levov: "Si lo que me estás diciendo es que no he hecho lo suficiente…, debo decirte que… nadie, nadie hace nunca lo suficiente". La constatación de que el fluir de los acontecimientos, eso que a veces se llama vida y a veces historia, es siempre superior al individuo, superior y, al mismo tiempo, condicionado por este. El Sueco sabe qué hacer y cómo hacerlo, es un modelo para su generación, aunque no puede evitar el hundimiento, en su contra, o así lo piensa él, del mundo que ha conocido y quiere mantener. Levov no puede evitar que su linda hija tartamuda se convierta, primero en una terrorista y después en jainita, que su esposa, miss New Jersey, pase una larga temporada en el manicomio, que sus amistades lo sean sólo por la apariencia externa, por lo superficial que hay en él. En definitiva, Levov, aunque él no lo sabe, está equivocado. Y no por la falsedad de sus creencias sino por los actos a que estas le obligan, por los actos a los que su propia conducta obliga a los otros. O, como resume Roth, para el Sueco ya "no había ninguna ilusión a la que pudiera seguir aferrándose a fin de mitigar cualquier sorpresa que surgiera a partir de entonces".
¿Qué es la Pastoral Americana?
"Sólo se reunían una vez al año y en el terreno neutral, exento de religión, de la festividad de Acción de Gracias, cuando todo el mundo come lo mismo y nadie se escabulle para comer cosas curiosas, ni torta de patatas ni pescado relleno ni hierbas amargas, sino sólo un pavo colosal para doscientos cincuenta millones de personas, un pavo colosal que los alimenta a todos. (…) Es la pastoral americana por excelencia y dura veinticuatro horas" (P. R.).
El tatuaje de Valeria
Valeria es joven todavía, pero ya lo suficientemente madura como para saber que un tatuaje dura toda la vida. Valeria quiere tatuarse una frase en la muñeca, una frase de la que no vaya a arrepentirse nunca, una frase que, pase lo que pase en la vida, siempre sea cierta. Valeria sabe demasiado como para no saber que hay pocas verdades inmutables. Sabe que su tatuaje estará para siempre y lo acepta porque es una de esas verdades para siempre. Llegará al local, higiénico, con una edición gastada de una novela comprada de segunda o tercera mano. La abrirá en la página trescientos y antes de extender su brazo solamente le recordará al tatuador el acento en la primera palabra, un acento que cambia todo. "Sí, estamos solos, profundamente solos, y siempre nos aguarda una capa de soledad todavía más profunda". Y jamás podrá arrepentirse de nada porque de la soledad uno nunca se arrepiente.
Banda sonora
"Y no voy a volver a escribirte cartas / ni voy a deshacer malentendidos / y no me voy a detener por nada / hasta que esté tan lejos / que parezca que no existo". ("Voy a por tabaco", Los Planetas).
jueves, 25 de noviembre de 2010
martes, 23 de noviembre de 2010
De Luis Alberto de Cuenca
Era una criatura detestable
en el plano moral, un ser abyecto,
una abominación lovecraftiana.
No era tampoco guapa, ni atractiva,
ni graciosa, ni joven, ni simpática.
Era un montón perverso de basura.
Pues fuiste tan imbécil que por ella
dejaste a la que amabas y vendiste
tu alma en los bazares de la noche.
PD: deberías repetir mil veces Novel, el premio, se escribe con B.
Roth y los planetas
Estoy muriendo de pena
y tú no vienes a verme.
lunes, 22 de noviembre de 2010
Eva en su lecho de muerte
la mía, apenas unos fragmentos en el Libro,
ni rastro de trama ni diálogo.
Pero una vez tuve un amante del que nadie se percató
mientras se deslizaba entre las páginas, por entre
las lista de engendradores y engendrados.
¿Se acordará él de nuestra juventud descarriada,
de los placeres a los que nos entregábamos
mientras Adán, el buen burócrata,
se ocupaba, incluso ya expulsado del Edén,
en nombrar las cosas?
¿Qué recuerdos nuestros tendrán nuestros descendientes
para los que nuestra historia es sencilla y ellos
los verdaderos protagonistas?
Desperté el primer día con Adán por compañero
y he intentado olvidar el confuso camino
que habría de seguir: los animales, al principio
asustados en el bosque, las terribles alas del ángel
moviéndose, la maldición del parto.
Y después los propios hijos,
amorosos a veces, inmisericordes otras.
Y de mí sólo hay una historia
para todos, una sola línea imborrable de principio a fin,
y el dolor y la lujuria, el amor o la muerte
son sólo subtramas, pequeñas distracciones.
Pero en lo que ahora pienso,
con esta amargura final de la edad,
es en cómo se acicalaba a sí mismo el jardín
con el aire suculento del verano, en cómo cada flor era
la esencia de su propio color, en cómo
hasta la serpiente sabía que tenía un papel que jugar
para que hubiese una historia.
(Linda Pastan en la Paris Review)
viernes, 19 de noviembre de 2010
Voa por tabaco (letra o al menos lo que se le entiende al J)
Y volverme el polvo de los caminos
No vas a verme más por aquí
Hasta que se me olvide lo que has dicho
Y no voy a volver a escribirte cartas
Ni voy a deshacer malentendidos
Y no me voy a detener por nada
Hasta que esté tan lejos
Que parezca que no existo.
Voy a darte otra explicación
Estoy cansado de insultos y palizas
Me da igual si tienes razón
Me da igual lo que digas o lo que no digas
Voy a dejar marcado en el calendario
Con rojo la fecha de mi partida
Y voy a hacer lo que me de la gana
Y voy a olvidar que me necesitas
Y voy a levantarme de la cama
Y voy a esconderme por las (¿espigas? ¿espinas?)
Y me da lo mismo si esto no se acaba
Y ya puedes borrar esa tibia sonrisa.
martes, 16 de noviembre de 2010
Creo que te voy a dejar (bueno, no sé)
Al amarte me siento inútil,
al amarte no me siento bien.
Al amarte me siento inútil,
al amarte no me siento bien.
Muy bien, muy bien.
Cuando te llevo al cine
no te gusta lo que ves.
Cuando te llevo al cine
no te gusta lo que ves.
Muy mal, muy mal.
No te gustan mis discos ni mi ropa,
no te gusta mi forma de bailar.
No te gustan mis discos ni mi ropa,
no te gusta mi forma de bailar.
Al amarte me siento inútil,
al amarte no me siento bien.
Al amarte me siento inútil,
al amarte no me siento bien.
Muy bien, muy bien.
No te gustan mis discos ni mi ropa,
no te gusta mi forma de bailar.
Muy bien, muy bien.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Carlos Edmundo de Ory (1923-2010)
He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste más triste que un tintero
Triste no soy o si lo soy no sé
la maldita razón porque no quiero
He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste en las calles de mi raza
He vuelto a estar más triste que un quinqué
más triste que una taza
Estoy sentado ahora en un café
y mi alma late late
de sed de no sé qué
tal vez de chocolate
No quiero esta tristeza medular
que nos da un golpe traidor en una tarde
Pide cerveza y basta de pensar
El cerebro está oscuro cuando arde.
Descripción de mi esposa
Ella es mi escarabajo sagrado
Ella es mi cripta de amatista
Ella es mi ciudadela lacustre
Ella es mi palomar de silencio
Ella es mi tapia de jazmines
Ella es mi langosta de oro
Ella es mi kiosko de música
Ella es mi lecho de malaquita
Ella es mi medusa dorada
Ella es mi caracol de seda
Ella es mi cuarto de ranúnculos
Ella es mi topacio amarillo
ella es mi Anadiómena marina
Ella es mi Ageronia atlantis
Ella es mi puerta de oricalco
Ella es mi palanquín de hojas
Ella es mi postre de ciruelas
Ella es mi pentagrama de sangre
Ella es mi oráculo de besos
Ella es mi estrella boreal.
Banda sonora
(Nacho Vegas)
lunes, 8 de noviembre de 2010
Felipe Benítez Reyes
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.
Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó,
procura siempre acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.
viernes, 22 de octubre de 2010
Antonio Alatorre (1922-2010)
"Son absolutamente representativos de la metodología que impera y prospera en la Nueva Academia, constriñendo a sus adeptos a decir, en lenguaje cada vez más refinadamente técnico, cosas cada vez más inútiles, más ajenas a la lectura, la comprensión y el goce de las obras literarias, obligándolos a erigir torres de viento, a convertir lo llano en escarpado y lo ameno en tedioso. Si hay que gastar no pocas horas en leer estos trabajos, ¡cuántas no habrán sido gastadas en escribirlos! Cada cual es libre de emplear su tiempo en lo que quiera, por supuesto, pero no me parece justo quitarle a la inocente juventud universitaria, de esa manera, un tiempo que estaría mucho mejor empleado de mil otras maneras. Según Félix Guattari, a quien ya cité en mi discurso anti-neoacadémico de 1981, la aceptación de “modas teóricas” de este tipo, “productos de las metrópolis” tomados “como si fueran dogmas religiosos”, crea en sus aceptadores una mentalidad parecida a la de los antiguos habitantes de colonias y está causando, en los ámbitos universitarios, “más mal que bien”.
martes, 19 de octubre de 2010
Un cuento inédito de Rilke
–Todo un carácter.
Su compañero encontró esa expresión tan certera que sólo fue capaz de repetir con reforzado énfasis:
–Todo un carácter. [...]
Después ninguno de los dos pronunció una palabra más. Se hizo el silencio. Sólo crujían las ruedas del coche de difuntos y se oía, más bajo, el chapoteo de los pasos.
El «carácter» había venido al mundo en el seno de la familia de un hombre de sobrio bienestar. El señor M., el padre, poseía una pequeña casa, un gran concepto del honor y una mujer hacendosa. O sea, bastante.
El pequeño M. no respiraba aún el aire con olor a fenol de la sala de parturientas, cuando las mujeres que asistían a su madre se intercambiaban ya entre ellas miradas y susurraban:
–Será niño.
Seguían cada movimiento de la mujer e iban expresando sus sospechas en un tono cada vez más agitado. Y, cuando finalmente llegó la respuesta a sus dudas bajo una forma arrugada, viva y de color marrón rojizo... ¡resultó ser un niño! El pequeño M. creció y fue como cualquier otro; llegó el momento en que sus delicadas patitas delanteras se transformaron en manos y en que los dedos de esas manos ya no recorrían como hormigas los pasillos, sino que preferían detenerse en la boca y en la nariz. A éstos siguieron los años de los árboles de Navidad y de las exhibiciones. Todas las semanas al muchacho le hacían ir al gélido salón; allí lo observaban boquiabiertos, le tocaban el pelo, las mejillas y la barbilla, le enseñaban a dar la mano con buenos modales y, llegado el caso, a pronunciar su sonoro nombre con modesta grandeza. A todo el mundo le parecía encantador, «el fiel retrato» del padre, de la madre, de éste o de aquel tío, y pocos se despedían sin la sublime predicción de que, en su momento, el chico seguro que sería además muy bueno. El pequeño había oído con suficiente frecuencia esa expresión de clarividente admiración. Y sin mucho esfuerzo, incluso sin llegar a ser realmente consciente de su éxito, superó la escuela primaria, escaló con una seguridad loable, algo pedante, los ocho peldaños de la escalera del instituto y luego anduvo un año más entrando y saliendo de los auditorios de la Universidad, tras lo cual se perdió en el silencio del escritorio paterno. Un día corrió la voz de que el joven M. iba a heredar la dirección del negocio de su progenitor, quien ya se estaba haciendo viejo, y poco después sucedió. El padre falleció pronto, y el nuevo dueño supo mantener el prestigio de la casa con estricta puntualidad y bastante trabajo. A menudo el indeciso comerciante oía en boca de sus amigos que se decía que tenía grandes proyectos y, lleno de asombrosa admiración por la ambición que se le adjudicaba, empezó de verdad a poner en marcha algunos de los planes que le imputaban; y alguno que otro salió bien. Así fueron transcurriendo los años. Hacer realidad las intenciones que le atribuían las habladurías de la gente había mejorado su bienestar significativamente y nada resultaba más natural que los chismosos murmuraran algo sobre el inminente compromiso de M. El rumor llegó a sus oídos; casi de manera involuntaria dirigió desde ese momento su atención a la novia designada, y a las pocas semanas el susurrante «sí» brotaba de la fogosa y sonora voz del joven esposo. En esta ocasión tampoco había decepcionado las expectativas de la gente: ¡ése sí que era todo un carácter!
Construcción de un teatro
Mucho tiempo llevaban los buenos habitantes de la ciudad natal y de residencia de M. planeando la construcción de un teatro. Todo el mundo sabe que aún no se ha levantado ninguna sala de espectáculos con sólo buena voluntad, sino que incluso las más sencillas han necesitado al menos... unos malos tablones. De lo primero, la gente poseía suficiente material, pero para conseguir lo segundo faltaba el dinero. Los previsores padres de la ciudad fruncían el ceño ya desde por la mañana temprano, y se lo tomaban muy a mal si uno de ellos olvidaba mantener ese signo de grave dignidad por la noche, tomando unas cervezas.
Cual tormenta de primavera corrió entonces por la ciudad el rumor de que M. había decidido anticipar el dinero necesario para la construcción del templo de las musas. Y al igual que la brisa de primavera despierta las voces de las aves, esa noticia despertó por todas partes un sonoro elogio. Una delegación del Ayuntamiento, con el derretido rostro de manzana invernal del alcalde a la cabeza, se presentó pocas horas después en el despacho del benefactor. El intendente, interrumpido por constantes muestras de alegría, le dio las gracias por el generoso gesto. M. se quedó perplejo durante un rato. Pero pronto adivinó el sentido de aquella demostración de alegría. Una ligera sombra cubrió su frente. Iba a quitarles de la cabeza aquella idea, pero entonces se le ocurrió que, con esa aparente volubilidad, podía dañarse a sí mismo y a su negocio, de modo que con una sonrisa agridulce aceptó el contrato, en el que aparecía consignada una suma nada insignificante. De ese modo la fama de M. fue creciendo con los años. [...]
Tan sólo en una única ocasión el «carácter» estuvo a punto de defraudar las expectativas de la gente. En secreto se hablaba de un «feliz acontecimiento» que «iba a producirse» en casa de los M. Y las miradas curiosas seguían a la joven esposa en cuanto se dejaba ver en la calle. Así que el noble comerciante se esforzó considerablemente para contentar pronto a la gente. Sólo que esta vez la felicidad no le fue fiel. Con indignado asombro las buenas ciudadanas comprobaron que la señora de M. seguía llevando chaquetas ceñidas y que así resultaba evidente que no podía «haber nada». Luego murmuraron por lo bajo, pero a un nivel suficientemente audible, que una cura en Franzensbad no podía perjudicarla. Y, vaya por dónde, cuando también en esta ocasión (¡cómo habría podido ser de otra forma!) el señor M. hizo suya la opinión pública, su mujercita se atuvo exactamente al tiempo prescrito para lucir en vez de ajustadas chaquetas un abrigo de montar en bicicleta. El «carácter» estaba salvado.
M. empeoraba. Su esposa iba a verlo con discreta compasión
La fama de hombre de honor de M. sobrepasó pronto los límites de la ciudad. Hacía mucho tiempo que se hablaba ya de una condecoración. El famoso comerciante dio por su parte los pasos necesarios y, al cabo de unos meses, no le resultó demasiado difícil al leal condecorado expresar su más íntimo agradecimiento con un ojal lleno y un discurso vacío.
En un viaje de negocios que hizo en invierno, M. cogió un fuerte resfriado que lo postró en el lecho del hospital. Una malformación pulmonar que su médico había diagnosticado hacía ya veinte años se hizo notar entonces. M. empeoraba de día en día. Su esposa iba a verlo con discreta compasión. [...]
Una mañana al enfermo de gravedad lo arrancaron de sus sueños febriles unos fuertes gritos. Se estremeció, miró fija y perdidamente a su alrededor y, con voz fatigada, preguntó a la hermana de la caridad qué era aquello. Y, como ésta guardara silencio y le pidiera que se tranquilizara, llamó a su anciano sirviente y le hizo la misma pregunta.
Éste no disimuló, se rascó la cabeza y dijo echando pestes:
–Dios mío, esos tontos andan diciendo que el señor ha muerto, que el diablo se lo quite de la cabeza... –y volvió a salir.
El enfermo le miró boquiabierto.
Luego se tumbó del lado izquierdo y se durmió...
Era todo un carácter.
lunes, 18 de octubre de 2010
Inframundo de Javier Moreno
(Javier Avilés)
Hay dos motivos que deberían impedir la escritura de una reseña elogiosa. El primero, la creencia, todavía, de que literatura, de que lo que vale la pena leer, es algo que sólo se consigue en eso que llamamos libros, con tapas y hojas de las que se pasan a mano. El segundo que haya algún vinculo, la amistad, la hermandad, que pueda unir al autor del texto y el de la reseña. Pero superadas esas dos dificultados, encontrarse con un libro como Inframundo de Javier A. Moreno y no hablar sobre él, sería un descuido imperdonable.
“— Intentémoslo una vez más. / — Está bien. /— Empiece desde el principio. Dígame lo primero que recuerda”. Así, con estas tres líneas, “Bucle”, el cuento dialogado que abre este pequeño volumen, deja claro desde el principio el tema. Inframundo es un libro en que todo se repite con variaciones, que van de lo impreceptible a lo radical entre un cuento y otro, un libro en el que lo importante pasa siempre en el adentro de los personajes aunque jamás se nos explique exactamente si el mismo paciente, nunca mejor usada la expresión al referirse a esos personajes de nombres y acciones, lo sabe o es algo que el narrador, aún en primera persona, intuye. Es Inframundo un título acertado para esos personajes que si no están en el infierno se encuentran, al menos, en una zona que no pertenece para nada a este mundo, aunque todos suceden aquí y ahora. O, como buena literatura, en cualquier lugar y en cualquier momento.
Los protagonistas de los breves cuentos, ninguno pasa de las dos páginas, del libro de Javier Moreno son, sobre todo, solitarios, personajes que pasan junto a otras personas, pero que, precisamente en ese contacto humano es donde toman, quizá no ellos pero sí el lector, de que estar junto a otro no es necesariamente compañía. Inframundo es un libro impregnado de nostalgia por un mundo que se tuvo que abandonar, por una idea que nunca llega a realizarse, por un instante de revelación. Una revelación que cae, de repente, en la mente de quien lee con atención estos cuentos sin importar la cordura ya que, como dice uno de los personajes, hablando por todos, “siempre le he tenido mucho miedo (¿y quién no?) a volverme loco de repente. O progresivamente. En últimas da lo mismo el ritmo. A veces siento que las personas me hablan de una manera especial, o que dicen cosas y no entiendo bien de qué están hablando. Y temo por mí y mis neuronas”.
Y, si en algún momento, Inframundo da la sensación de que es un libro sobre perdedores, sobre enfermos que no tienen más remedio que estar enfermos, desconectados de la realidad, en medio de una guerra o de una exploración que no es la suya pero en la que están inmersos, en una zona fantasmal que les pertenece por, precisamente, no pertenecerle a los demás, en una zona en la que todo es mala suerte contradiciendo la cita de Amundsen que abre uno de los cuentos: “La victoria espera a aquel que tiene todo en orden. A eso que llaman suerte. La derrota es para aquellos que no han tomado las debidas precauciones a tiempo. A eso se le llama mala suerte”. Todo en un libro en que todo, hasta el azar, está más allá de la buena o mala suerte.
(Dos comentarios entre paréntesis: 1) http://www.finiterank.com/inframundo es la dirección desde la que se puede descargar el libro. 2) Aunque el libro es excelente, tal vez haya un cuento, “Odontología” que puede sobrar).
Una minificción de Javier Moreno
“Por lo general preferimos no mencionarlo, pero en el fondo de la casa, en esa habitación pequeña junto a la cocina que mi abuelo usaba de depósito de herramientas y armerillo, hay un armario que nadie abre por temor a que vuelva a aparecer el niño. Cuando aparece, el niño tiene una granada en la mano. Aunque es evidente que habla, el niño no emite sonido alguno. Elige un interlocutor y le habla. A veces es posible reconocer palabras, leerlas en sus labios. Me dice "papá". Se ríe. Sonríe. Muestra su granada nueva y grande. La ostenta. Apenas le cabe en las manos. Se nota que pesa. Luego, de un golpe, saca el seguro y se ríe más con risa y mirada de niño malvado que todavía no sabe en qué consiste su maldad. No hay manera de impedir que esto pase. Una vez el niño aparece, alguien en la casa debe resignarse a verlo explotar.” (“Niño”)
Banda sonora
“Ahora sé en qué nos parecemos / ahora parece que sé que tú y yo somos iguales / aunque sé que no me lo merezco / he venido a pedirte otra oportunidad. // Ahora sé lo mucho que te quiero / y ahora quiero que tú digas que me quieres igual” (“No sé cómo te atreves”, Los Planetas).
lunes, 11 de octubre de 2010
La feria del libro y el Nobel
(Vicente Fox Quesada)
La primera sorpresa, gran sorpresa fue encontrar una mesa repleta de libros de la editorial Paidos, la carísima editorial Paidos, a cuarenta y nueve pesos (con la decepción de que dos días después estaban a cuarenta y sin posibilidad de reclamación de la diferencia). Y allí, sobre la mesa, destaca un título más citado, sobre todo la radicalísima introducción, que leído: la colección de ensayos sobre jazz de, All What Jazz de Philip Larkin y junto a él un sesudo ensayo de William Washabaug titulado, simplemente, Flamenco. Dos joyas para el lector que además sea melómano.
Y, dentro de los subgéneros, en este caso el de la fantasía cómica, uno de los autores siempre presentes en los cajones de rebajas y siempre valioso en su desternillante lectura: Terry Pratchet que ofrecía al lector, escondido tras horribles portadas, dos aventuras de Mundodisco, Dioses menores, en las que un elegido de los dioses para cambiar el mundo lo único que busca a lo largo de toda la novela es que, precisamente, los dioses le asignen la tarea a otro y Pirómides, una sátira sobre el poder y los cambios radicales que suponen absolutamente nada.
Y Alejandro Dumas, siempre bien representado en las librerías con su mosqueteros y su Montecristo, estaba en un cajoncito de rebajas, en una edición humilde y de pequeño formato ofreciendo una recopilación de sus cuentos de terror bajo el título de uno de ellos, Historia de un muerto explicada por él mismo que, dato curioso, se publicó el mismo año que los primeros cuentos de Edgar Allan Poe. Y, junto a él, una delirante novela postmoderna del siempre recomendable, aunque extraño, Heriberto Yépez, titulada El Matasellos que, como su título indica, trata de asesinatos entre filatelistas y, siendo él, de mil cosas más.
Y, aprovechando las rebajas también en los libros de ensayo, porque no sólo de novelas y poesía (la gran ausente este año) viven el hombre y la mujer, tres autores diferentes entre sí, también en Paidos, que ofrecen tres perspectivas sobre el género humano: Una voz viene de la otra orilla es el recuento de Alain Finkielkraut del conflicto en Kosovo con la lucidez que lo caracteriza y que más que buscar culpables propone zonas de encuentro entre esas voces de orillas enfrentadas, Avatares de la palabra de James O’Donell que, en ensayos sencillos de leer y no muy profundos, propone un viaje histórico por como la palabra se ha ido acomodando a los medios que se le han ido ofreciendo a lo largo de la historia hasta llegar a la cibernética actual y el dificilísimo, aunque ameno, El meme eléctrico de Robert Aunger que propone una nueva teoría sobre el modo en que operan las mentes de los humanos.
Y, para terminar, la siempre feliz sorpresa. Los emigrados, la primera novela de W. G. Sebald, en edición de Debate, o sea, importada, y en tapa dura, o sea cara, a cincuenta pesos. Un placer económico que se combina con el literario en esta biografía-cuentos-ensayo que merece bastantes más palabras que estas y, sobre todo, ser leído.
El premio Nobel de literatura 2010
ha sido otorgado al escritor peruano Mario Vargas Llosa “por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo”. O sea, por la que, probablemente, sea su mejor novela, la más experimental, la menos leída, la que ahora hay que releer: La Guerra del Fin del Mundo.
Y, como siempre, el mercado editorial, ya preparado, (apenas a una hora ya estaba en las librerías suecas el cintillo sobre los libros del peruano) ofreció en los dos periódicos más importantes de España, nación ahora de Vargas Llosa, un adelanto de El sueño del celta que saldrá a la venta el tres de noviembre y cuyo primer párrafo dice: “Cuando abrieron la puerta de la celda, con el chorro de luz y un golpe de viento entró también el ruido de la calle que los muros de piedra apagaban y Roger se despertó, asustado. Pestañeando, confuso todavía, luchando por serenarse, divisó, recostada en el vano de la puerta, la silueta del sheriff. Su cara flácida, de rubios bigotes y ojillos maledicentes, lo contemplaba con la antipatía que nunca había tratado de disimular. He aquí alguien que sufriría si el Gobierno inglés le concedía el pedido de clemencia”.
Banda sonora
viernes, 8 de octubre de 2010
Un poema inédito de Hughes
«¿Qué ocurrió la noche del domingo? ¿Tu última noche? Lo que recuerdo de ella»
«La última vez que te vi viva/echando al fuego la última carta a mí dirigida... con aquella enigmática sonrisa/ como si hubieras querido dar a entender algo (tachón) muy distinto».
lunes, 4 de octubre de 2010
Yaxkin Melchy y José Antonio Labordeta
(Yaxkin Melchy)
El telescopio particular de Yaxkin Melchy
Yaxkin Melchy y Los poemas que vi por un telescopio (Tierra Adentro, 2009) son una de las constaciones más fehacientes de una nueva generación poética mexicana. Con el espaldarazo que supone un premio como el Nacional Elías Nandino, Yaxkin, poeta activo y movido donde los haya, ofrece en este libro una obra a la vez completa, por lo unitario, como incompleta, por hacerse, en proceso, ya que como significativamente escribe en la última página del volumen: “este libro forma parte de El Nuevo Mundo”.
Los poemas de Melchin van de la vanguardia, tanto fonética en, por ejemplo, “Gatitos Estelares” a la gráfica hecha poema, como en la serie de los “sueños, a ya clásico poema en prosa que el autor utiliza para sus momentos de mayor verdad histórica. Y en todo ese tráfago de modos y decires, destaca, en estos tiempos de tanto poemario que no es más que una serie de poemas recopilados, una voz fuerte, prometedora, que une en sí misma todas la verdades cósmicas, cosmogónicas, a las que a veces sólo se da acceso a través de otro, en este caso el telescopio.
Yaxkin Melchin, abandonando el yo protagónico tan central a muchos de sus poemas, alza, a mitad del poemario, una voz que se transforma en un nosotros, convirtiéndose en una propuesta generacional, o al menos de un determinado grupo dentro de esta generación más joven, que ajusta cuentas con sus mayores y también consigo mismo: “ Sabemos que tuvimos maestros / Ellos fueron la libertad de sumar todos los números de la Tierra / La libertad de restar / dividir / exponenciar cada palabra hasta los últimos metros sin aire // Decidimos si somos poetas salvajes o no / O somos los que se dicen poetas salvajes / O somos a los que les dicen poetas salvajes / O somos poetas salvajes indecididos / O somos poetas salvajes incendiados / O somos poetas salvajes truncos de las piernas / Con los ojos volando por las páginas de la poesía”.
José Antonio Labordeta, in memoriam
Víctor Manuel San José, en el obituario de El País, utiliza para despedirse de Labordeta, una referencia al “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca: “Tardará en nacer, si es que nace, alguien más pegado a un territorio, Aragón, más resuelto a cargar sobre sus hombros la historia grande y la intrahistoria; empotrado en su paisaje, hombro con hombro con el paisanaje. Indisolublemente unidos para siempre”. Pocos aragoneses, pero de esos pocos todos grandes, permanecen con más fuerza en la memoria colectiva de un pueblo que desde el momento mismo de su muerte pide que su “Canto a la libertad” (“habrá un día en que todos al levantar la vista veamos una tierra que ponga ‘Libertad’”) sea el himno oficial de la región española.
Y, aunque no tan gran poeta como su hermano, el malogrado Miguel Labordeta, a quien se le truncaron demasiado joven todas las promesas de los libros por venir, José Antonio Labordeta era ese poema que llama a las cosas por su nombre y con el que tan difícil es no asentir: “Hoy quisiera olvidarme del mar, / del mar en las ventanas, / del dígale usted a todos buenos días, / seguimos por aquí, / así como siempre, muy buenos de salud / y de agonía. // Hoy quisiera no saber las palabras, / olvidarme los ritos, las maneras, / ser tan libre como la mano de una niña, / o el ojo de un pájaro en la niebla. / Hoy quisiera / -queremos siempre y para nada sirve- / decir palabras lentas, / melodías colgadas de la sombra”.
Banda sonora
“En efecto, Odio París recuerdan a los Planetas, y retrocedimos diez o quince años en el tiempo, y por un momento hasta me pude creer la ilusión de tener la misma edad que los que estaban sobre el escenario” (Interaccionismo simbólico)
lunes, 27 de septiembre de 2010
De Rubén Bonifaz Nuño
no es en mi daño. Y sin embargo
me daña en la duda lo que fuiste;
y así me acostumbro, y lo soporto,
y hasta parece que me place.
Ya sin despensas de futuro,
mutilado soy por mis desechos.
Y alegre de no vivir un día
más, me complazco porque ahora
estoy vivo. Me rasco, duermo.
De nada te vale, que, emboscado,
me chupe la hiel, y en copa de oro,
el veneno aquel que me serviste:
se me va olvidando ya el propósito
de recordarte, y ya me extraña
el haber sido quien te quiso.
Pero no sé qué me habrás dado
que me ardo de filos y herrumbres;
que anda curtido y enchilado
por aquí mi corazón, y llora.
Tan exigente en mí, tan áspera
sigues de tiránicos abrojos.
Aunque me emborracho por perderte
o me atiborro de estar hueco
de ti, para encontrar quién eras.
viernes, 24 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
18 años después
2010: El boca a boca ahora es página a página, blog a blog, myspace a myspace. Pero, la misma emoción de entonces, ese “estos sí”: “En efecto, Odio París recuerdan a los Planetas, y retrocedimos diez o quince años en el tiempo, y por un momento hasta me pude creer la ilusión de tener la misma edad que los que estaban sobre el escenario”. Y, en efecto, ha pasado el tiempo.
martes, 21 de septiembre de 2010
Himno y combustión espontánea
II
III
IV
Y no tendría que estar hablando de estas cosas si tú estuvieras esta noche por aquí.
V
VI
VII
(Quiero que sepas que me he acostumbrado a tus putas escenas de "ahora me largo". Lárgate ya de verdad que sería una suerte si no vuelvo a verte en los próximos años.)
VIII
IX
Donde empieza el infinito y acaba la espiral, si te vienes es donde quiero estar.
X
¿Adónde fueron a parar tantas razones?, se preguntan los balcones y terrazas que dominan la ciudad.
Y mientras va pasando el tiempo otro día más...otro día más.
lunes, 20 de septiembre de 2010
(Doris Lessing)
Instrucciones para un descenso al infierno se centra en un hombre al tarda el lector en identificar con Charles Watkins (que se llama a si mismo Simbad o Ulises), que aparece un día, desmemoriado y lleno de recuerdos (¿fantasías?) sobre sus viajes marinos, en una clínica psiquiátrica de Londres, presa de algo que podría ser un caso muy particular de esquizofrenia o de delirio. O, quizá, de otra forma de ver la realidad como afirma la propia autora en una brevísima nota aclaratoria al fin del tomo.
“Mantener una amistad larga y estrecha con una persona que lo vive todo de forma distinta que la gente ‘normal’ me ha llevado a hacerme esa misma pregunta”. La pregunta a la que se refiere es una de Blake “¿Cómo sabes que toda ave que surca el aire / no es un mundo inmenso de placer, / confinado por tus cinco sentidos?”. De aquel primer cuestionamiento surgió un guión de cine que no llegó a concretarse y que Lessing, intrigada, envió a dos doctores pidiéndoles que trataran al protagonista como un paciente y le enviaran su diagnostico. “Así lo hicieron. (…) Sin embargo, sus diagnósticos, aunque compasivos y razonados, diferían el uno del otro. De hecho, no coincidían en un solo punto”. Esa frase es la que alienta, y explica, el modo de lectura de estas enmarañadas Instrucciones.
Lessing siempre ha definido este libro como una especie de “ficción del espacio interior”, como un viaje a lugares extraños pero que no están colocados en ningún planeta extraño ¿, ni en un futuro lejano, sino en el aquí y el ahora, pero un aquí y una hora que ocurren en la mente del paciente que en la primera parte del libro mantiene una conversación coherente dentro de su incoherencia con los doctores X e Y (letra que en inglés se pronuncia exactamente igual que “por qué”) y una enfermera y en la que relata, a ellos o a sí mismo, un viaje por mar que siempre consiste en “vueltas y vueltas y vueltas y vueltas”, sonsonete que aparece en casi todas sus intervenciones. Es en esta parte donde aparecen, perfectamente mezclados, elementos de la ciencia ficción, esos vigilantes del espacio que aparecen en un disco de luz, y referencias más clásicas, encubiertas, a Hesiodo y Platón.
Y, entonces, en un giro en que lo interior entra en conflicto con lo exterior, los encargados de su cuidado y ¿curación?, descubren que su verdadero nombre es Charles Watkins, catedrático de literatura clásica, lo que explica la lógica de las múltiples intertextualidades de su relato. Y, al modo del coro clásico, el paciente es juzgado por sus cercanos, por su esposa, por una de sus amantes, por una admiradora, por un compañero de batalla en Yugoslavia, de tal modo que el lector complementa la realidad de las visiones interiores de Watkins con las “verdaderas” ofrecidas por todos aquellos que participan en esa nueva escritura.
Instrucciones para un descenso al infierno, que reivindica de un modo magistral y “literario” lo que, acaso, podría ser un subgénero, no es un libro fácil, dentro de la obra de una escritura que nunca se ha distinguido por la facilidad, pero cumple perfectamente con ese adagio que define el arte como el único lugar en el que se debe sacar tanto o más placer como el esfuerzo invertido en conseguirlo.
“No siento en la vida nada más / Que estar hecho de un solo metal / Y que tú estés hecha de tantos metales / No lamento nada más / Que no poder estar contigo / Qué es donde querría estar // Y ahora quiero / Perderte y no encontrarte nunca más / Si volvemos a vernos / Algún día por casualidad / No podrás decir que yo no lo intenté / Que me dejé la piel y la cabeza / Intentando resolver / El enigma / Que impide que te pueda comprender / Qué se interpone / Entre nosotros como una pared” (“Si me diste la espalda”, Los Planetas).
martes, 14 de septiembre de 2010
¡Qué idiota resulta el dolor propio...
De Javier Moreno (un abrazo).
Aquí debería ir
(INSOMNIO
La luna en el espejo
observa una distancia enorme
(y quizá, orgullosa, a ella misma
pero nunca, nunca sonríe),
alejada y más allá del sueño
o quizá es que duerme de día.
Olvidada por el Universo,
mandaría todo al infierno
y habría de encontrarse
un cuerpo de agua,
un espejo en que habitar.
Por eso envuelve el cariño en telarañas
y lo baja hasta el fondo del pozo
a ese mundo invertido
en que la izquierda está a la derecha,
en que las sombras son el cuerpo,
en que estamos despiertos toda la noche,
en que los cielos son vados como el mar
es ahora profundo y me amas.),
pero se me cruzó, mérito de los libritos de poesía de la Library of America, la injustamente poco traducida Muriel Rukeyser:
EL ESFUERZO DE DOS POR CONVERSAR
Háblame. Toma mi mano. ¿Dónde estás ahora?
Te voy a contar todo. No ocultaré nada.
Cuando yo tenía tres, un niño leyó la historia de un conejo
que moría, en la historia, y me escondí bajo la silla:
un conejo rosa: era mi cumpleaños y una vela
me quemó un dedo y me dijeron que fuera feliz.
Oh, crecer para conocerme. No soy feliz. Me abriré:
Ahora pienso en velas blancas contra el cielo como música,
Como cornos orgullosos sonando, y gorjeo de pájaros, un brazo
que me rodea. Hubo uno a quien amé y quería vivir navegando.
Háblame. Toma mi mano. ¿Dónde estás ahora?
A los nueve, era sentimental,
fluida: y mi tía la viuda tocaba a Chopin
y yo apoyaba mi cabeza en la madera y lloraba.
Ahora quiero estar cerca de ti. Querría
Unir, como fuera, las horas de mis días a tus días.
No soy feliz. Me abriré.
Me gustaban las lámparas en los rincones de la noche y los poemas tranquilos.
Siempre he tenido miedo y he especulado
en cuál era, de verdad, la tragedia de su vida.
Toma mi mano. Primero mi mente en tu mano. ¿Dónde estás ahora?
Cuando tenía catorce, soñé con suicidarme,
y me paré en una de las ventanas del piso de arriba,
al anochecer, deseando la muerte:
y si la luz no hubiera fundido hasta la belleza
las nubes con la llanura, si la luz no hubiese transformado el día,
habría saltado.
No soy feliz. Estoy sólo. Háblame.
Me abriré. Creo que nunca me amo:
Amaba las playas resplandecientes, los labios
diminutos de la espuma que cabalgan sobre las olas,
los gritos de las gaviotas: y con voz alegre dijo:
te amo. Crecer para conocerme.
¿Qué eres ahora? Si pudiéramos tocarnos el uno al otro,
si nuestras separadas entidades pudieran enlazarse
como lo hacen las piezas de los rompecabezas chinos
Ayer me paré en una calle repleta de gente
y nadie decía nada y la mañana brillaba.
Todos moviéndose en silencio. Toma mi mano. Háblame.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Dos cartas de amor
(Nick Hornby)
Sam está a punto de cumplir los dieciséis años y su única pasión es el skate (no “skateboard” como se encarga de afirma una vez y otra), tanto que su compañero de secretos es el póster de Tony Hawk. Y, a pesar de la adolescencia, a Sam las cosas no le van del todo mal. Ya ha superado el divorcio de sus padres, no tiene especiales problemas en la escuela y se ha enamorado de Alicia. No van del todo mal hasta que ella queda embarazada y Sam, como todo adolescente que se ha metido en un lío, tiene “la sensación de que estaba jugando a algún tipo de juego cuyas reglas todo el mundo sabía menos yo”.
Sam, como buen personaje de Hornby, es un antihéroe, un perdedor al que su propia desgracia, que considera única y resulta tan común, hace que el lector se encariñe de él, como en la vida uno apoya siempre al amigo al que todo le sale mal. Sam es, puede ser, puede parecer, un cobarde y un egoísta (esa huida de la responsabilidad de la paternidad) pero es una buena persona que no sabe qué hacer y si lo sabe no sabe cómo.
Todo por una chica, frase en que se resume esa idea monomaniaca de la mayoría de los adolescentes masculinos, se convierte a veces en un manual de supervivencia de la adolescencia, con consejos tan, en apariencia sencillos, como “en todo caso, evitad salir con chicas feas que digan que quieren ser modelos. No porque sean feas, sino porque están locas”. O una lista de verdades que, aunque deben aprenderse en la primera juventud, su utilidad ha de ser para la vida en general, para la de verdad: “Te acuestas con alguien porque no te pone enfermo y cuando ese alguien te empieza a poner enfermo dejas de hacerlo” y el realistamente doloroso “Porque si alguien te dice te quiere, te ves obligado a decírselo tú también a quien te lo dice, ¿no? Tienes que ser muy duro para no hacerlo”.
En este libro de Hornby, escrito en ese tipo de escritura para jóvenes que los anglosajones categorizan bajo el generalista “young adult fiction”, se encuentra la raíz de sus otros personajes: un mundo en el que la diferencia –sean la manía de los discos, la soltería despreocupada o la necesidad de buscar otra chica– es siempre causa de angustia y de preocupación, causa de que sea tan difícil encontrar un lugar en el mundo y de conservarlo con todo en contra. Pero, frente a otros personajes adolescentes, el lector no puede evitar sentir lástima por alguien que lo único que quiere, como dice el título de otra de las novelas, es saber “cómo ser bueno”.
Y en la novela, que no trata tanto de todo lo que hacer por una chica, sino más bien sobre todo lo que se podría llegar a hacer hasta ese final, en la última página, en que el protagonista descubre que irremediablemente ha entrado, o está a punto de entrar, en la edad adulta: “Quedaba mucho trabajo por hacer, y muchas discusiones por entablar, y niños que cuidar, y dinero que conseguir, y horas de sueño que perder”. Y todo sin tener esa esperanza de otro de los personajes de Hornby, Rob Fleming, que para su funeral quiere que “una bella y llorosa mujer insista en que pongan You're The Best Thing That Ever Happened To Me, de Gladys Knight”.
“I loved the words you wrote to me / But that was bloody yesterday / I can't survive on what you send / Every time you need a friend. // I saw two shooting stars last night / I wished on them but they were only satellites / Is it wrong to wish on space hardware / I wish, I wish, I wish you'd care” (“A New England”, Billy Bragg).
(Elizabeth Smart)
Si Enrique Vila-Matas, Morrissey, Michael Ondaatje y Cyril Connolly, personajes disímiles donde los haya, coinciden en algo, lo más probable es que ese algo sea, al menos, susceptible de ojearse. Los cuatro, y el editor y una legión de desconocidos, coinciden en alabar, siempre superlativamente, uno de los pocos libros que publicó Elizabeth Smart, En Gran Central Station me senté y lloré (Periferica, 2009).
La biografía de Elizabeth Smart tiene un momento clave: el día en que ella, canadiense residente en Londres, entra a una librería y descubre un librito de poemas de George Baker al que después de leer considera que era el hombre de su vida, el hombre junto al que envejecería. Pasarían aún tres años antes de que lo conociera y el hecho de que él estuviera casado no le impidió tener una historia de amor completa y plena, repleta de altibajos, de alegrías infinitas y de depresiones infinitas también. Una historia de amor que sólo podría ser descrita como una herida anciana y verde. De esa historia saldría el dolorosamente triste En Grand Central Station. Pero, y vale la pena avisar al lector, nada hay de escabroso en este libro que no retrata ni el adulterio, ni la clase media, que no ofrece ni una sola descripción, ni fechas. En su lugar, una novela autobiográfica que en realidad es un enorme poema en prosa y sin ni un solo dato biográfico externo. Una novela que cumple perfectamente con el precepto de Vila-Matas “me preguntaron si era fácil distinguir entre una buena novela y una que no lo era, y dije que bastaba con examinar cuáles eran sus relaciones con las altas ventanas de la poesía”.
“Estoy en una esquina en Monterrey, de pie, esperando que llegue mi autocar, con todos los músculos de mi voluntad reteniendo el terror de afrontar lo que más deseo en el mundo”. Con una frase tan cotidiana como esa Smart nos introduce en la dicotomía que, acentuada en algunos fragmentos, victoriosa por alguna de las partes en otros, va a regir todo el libro y la escritura casi automática de la escritora: el terror y el deseo. Como una mente que va uniendo una imagen tras otra, encadenadas en cada uno de los diez capítulos temáticamente (el parto, el acantilado, los viajes, la cárcel) los instantes, visuales sobre todo, se amontonan en la mente del lector no dejándole casi lugar a respirar angustiado por la frenética carrera para ganar (o disfrutar o sufrir) el amor que describe En Grand Central Station.
“El amor me posee y no tengo alternativa” podría ser la frase que mejor resumiera el espíritu indómito de Elizabeth Smart. Ha decidido, mejor dicho le ha sido impuesto, amar y a ello debe abocarse. Pero su entrega al amor es sincera. No simplemente rosa o trágica. No es ni de una verborrea fácil ni de imágenes de miel y hojuelas. La autora atraviesa todas las fases del amor y todas con plenitud, un amor que no se niega a nada, como en la vida real de la Smart, un amor que se abalanza y después sufre, pues no las ha medido antes, las consecuencias.
Y todo dentro de una escritura que combina de un modo MAGISTRAL, así con mayúsculas, las imágenes interiores y propias de la autora con una exuberante cultura libresca (la Biblia, Shakespeare, los metafísicos ingleses, ese genial “amor vegetal” de Andrew Marvell) que se combina perfectamente en momentos como este: “Me veo infestada por una horda de deseos: una paloma me picotea el corazón, un gato hurga en la cueva de mi sexo y en mi cabeza ladra una jauría, bajo el látigo de un cazador que ordena a gritos destrucción y estragos, mientras las horas acumulan torturas para poner mi resistencia a prueba. Y si gritase, ¿quién me oiría entre el coro de los ángeles?” (O, para comparar, en la traducción ya inencontrable de Lumen: "Estoy infestada por una marabunta de deseos. Mi corazón es devorado por una paloma, un gato hurga en la cueva de mi sexo; sabuesos obedecen en mi cabeza a un adiestrador que sólo grita cosas confusas, a medida que las horas ponen a prueba mi resistencia con un cúmulo de torturas. ¿Quién, si lloro, me escucharía entre las órdenes angelicales?”).
Leer En Grand Central Station me senté y lloré es, sobre todo, una prueba contra la que comparar el propio amor, el del lector o la lectora, una evidencia de que sólo a algunas almas (no hay que olvidar que, aunque poética y ficcionalizada, es una autobiografía) les es dado sentir con toda su plenitud el amor, un amor que sólo puede terminar en el grito desesperado de la última frase: “Amor mío, cariño, ¿me oyes, desde ahí dónde duermes?”
jueves, 9 de septiembre de 2010
Del diario
martes, 31 de agosto de 2010
viernes, 27 de agosto de 2010
Alejandro Jodorowsky en el Museo Carrillo Gil
jueves, 26 de agosto de 2010
Segundo Premio
Sentado esperando a que llames,
rezando por que des una señal,
los días cada vez van más despacio
y solamente puedo esperar.
Que vengas a explicar que todo ha terminado,
que tengas que decir que no me quieres ver.
Es imposible que hayas olvidado
lo que los dos podíamos hacer.
Y si esto que ha pasado
va a pasarnos otra vez,
y si todo ha sido en vano
no tienes que volver.
Mirando las paredes de este cuarto,
rezando por que vengas otra vez ,
y todo lo que habíamos hablado
es todo lo que vamos a perder.
Si nunca quise ser el único a tu lado,
si tuve miedo fue por que acabara así,
y todo el tiempo que he desperdiciado
se vuelve de nuevo contra mí.
Y si esto te hace daño,
si te puedo hacer sufrir,
ha servido para algo
al menos para mí.
lunes, 9 de agosto de 2010
y un deseo común de eternidad.
Para Alciato, chestertoniano cabal, en lejanía.
La obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad.
(Jorge Luis Borges)
Chesterton, otra de las figuras prominentes, es, antes que inglés y católico, o quizá como consecuencia de esas dos, un polígrafo, un prolífico polígrafo. En su enorme obra caben desde el cuento policiaco a la biografía de su conversión, de los artículos periodísticos, miles, a las novelas, de la poesía, probablemente lo peor en calidad de su obra, a teatro, poco. Tanta es su influencia y la devoción que sienten sus lectores por él que la serie de autores que hablan elogiosamente de él, comenzando por Borges, sería interminable, aunque alguien admirado por extremos tan dispares como Iron Maiden, que lo cita en una canción, o Bergman que se inspiró, según sus propias palabras en una obra de teatro de él para su película Magic, algo debe tener.
Herejes, reeditado por Acantilado en el 2007, es uno de esos libros, al modo de los verdaderamente grandes, que de tan localista, el ambiente intelectual inglés de principios del siglo XX, resulta universal. Sus comentarios, a los que no les caería mal ser denominados directamente ataques, cambiando apenas unos cuantos nombres y títulos, son tan de nuestros días como de la época en la que se escribieron.
Escribe apenas en la primera página de este volumen “todo esto puede significar una cosa, y solamente una: que a la gente no le preocupa tanto estar en lo correcto”, es decir, lo que importa no es la verdad sino opinar sobre ella. Durante un poco más de doscientas páginas, Chesterton se dedica a revisar, con afán crítico nunca exento de humor y paradójica lógica, todos aquellos errores que descubre en su tiempo: el cientifismo a ultranza, el periodismo amarillista, el relativismo permisivo, la idea de una eternidad laica o, entre los veinte capítulos del libro, la necesidad de una ortodoxia. Y avisa también de un peligro del que ningún intelectual está exento, el peligro del egocentrismo del que afirma que “mete su “Yo” con mayúscula incluso donde no es necesario, incluso donde debilita la fuerza de una simple afirmación. Cuando otro hombre diría, “Es un lindo día”, el señor Moore dice: “Visto a través de mi temperamento, el día parece ser lindo””. Y, de entre los miles de ejemplos que podrían seguir entresacando de este libro que cumple el adagio borgeano, hay uno que resulta totalmente acertado para nuestros días y en nuestra ciudad: “el criminal peligroso es el criminal culto”.
Intentando escribir
“¿Por qué tengo tanto miedo / de decir soy yo / y reconocer públicamente / mi humilde maestría? / Ya van setenta los años que espero / a que ensillen los caballos / y me lleven al teatro / con voces de triunfo. / Sé que eso no ha de pasar / hasta que ya sea tarde / y puede que suceda (o que no). / Es por eso que prevarico, / avergonzándolos pero con las puertas / abierta por si acaso. / ¡Ánimo! ¡Ánimo y ponte / en mi lugar! / Dando amor para tenerlo / (solo así me puedo comportar) / pero odiada y desnuda / debería levantarme y decir / “Qué te jodan” o “Sé mi esclavo”. / Estar ese estado nada femenino / y nada amoroso / es la necesidad desesperada / de cualquiera que intenta escribir”. (de Elizabeth Smart, autora de esa deliciosa autobiografía En Grand Central Station me senté y lloré).
Banda sonora
“Para remontarte angélico un poco de psiquedélico. / Ahora puedo entretenerme recorriendo todo cuanto sientes / me encanta conocerte. / Ahora puedo introducirme por los pasadizos de tu mente.” (“Doctor Osmond (para remontarse angélico)”, Los Planetas).
sábado, 31 de julio de 2010
Judas, Shakespeare y el Premio Anagram de Ensayo
(Juan Bosch)
“La sentencia que decidiría la suerte de Judas Iscariote no sería necesariamente condenatoria para él. Probablemente, la carencia de pruebas solidas llevaría su absolución”, escribe Garzón. Y a eso, a revisar pruebas y testimonios, a releer las versiones de los testigos y sus contradicciones, es a lo que dedica precisamente Juan Bosch en este volumen en el que casi al final, reunidas las pruebas o, mejor dicho, la falta de ellas, aplica las mismas palabras a Jesucristo y a Judas: “La Ley manda que no se enjuicie a un hombre sin oírle y por lo menos se requieren dos testigos para acusarle”.
A mitad de camino entre la exegesis bíblica y la novela detectivesca, Juan Bosch reúne todas las referencias a Judas en los cuatro evangelios y en los Hechos de los Apóstoles (sólo textos canónicos para no ser acusado de parcialidad), y procede a leerlas como si fueran pruebas presentadas por los testigos en un juicio. Sin forzar ninguno de los testimonios Bosch, respetuosísimo con los personajes con los que trata, se limita a señalar contradicciones, declaraciones difíciles de aceptar, argumentando la causa de su incredulidad, y propone lecturas diferentes de los testimonios sin proponer culpabilidad o inocencia salvo por, precisamente, la falta de pruebas y las diferencias entre los diferentes testimonios.
Judas Iscariote, el calumniado puede leerse de muy diversos modos. Hay quienes abrirán el libro como un acercamiento forense a un caso cerrado hace tiempo que vuelve a reabrirse, interesante, sobre todo, por el polémico tema tratado. Otros, simplemente como una novela sobre otra novela, escrita a cuatro manos, en la que no todos los escribanos coincidieron al narrar los hechos. Otros, simplemente, como una curiosidad ligera. Pero, sea cual sea el modo, siempre queda en el lector ese regusto agridulce de que la verdad, al fin, no está en ninguna palabra.
“Jamás dramaturgo alguno hubiera podido concebir y realizar drama parecido al de la Pasión. (…) Sin embargo, en tan grandioso drama el contorno de Judas resulta falso. ¿Por qué? No hay sino una respuesta: Porque Judas no actuó como se nos ha dicho”.
Shakespeare sobre la ley Arizona
"¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado." (“El Mercader de Venecia”)
Banda sonora
“La situación dramática de la ‘llamada desesperada a la puerta’ puede verse de manera literal en algunos poemas de Propercio o Tibulo, pero en buena parte de los casos esa puerta es sólo una metáfora y la lamentación resuena en otro lugar. Así en Los planetas: a veces el amante acude donde la pareja perdida, como en ‘Qué puedo hacer (‘he pasado por tu casa veinte veces’); otras, recorre los lugares de la memoria emocional compartida (‘siempre voy al Amador por si apareces / pero nunca vas’, en la misma canción; ‘los bares de siempre / donde quedaba contigo’, en ‘Un buen día’). Siempre es el hombre abandonado quien toma la voz cantante y cuenta el tiempo a partir de oposiciones tajantes: santos y demonios, parque y pesadilla, valles y desiertos. El discurso es extremista, es un sostenido sollozo narcisista donde no hay lugar para las razones del otro, pero así era la poesía latina y así es el rock: una energía incontenible, santa indignación por el dolor penetrante del amor despreciado” (Eloy Fernández Porta, €®O$. La superproducción de los afectos, Premio Anagrama de ensayo 2010).
jueves, 22 de julio de 2010
miércoles, 14 de julio de 2010
Libertad de expresión y blogs(II)
Para lo que "no hay cojones" es para decir que por fin un grupo 'indie' se ha colado en la memoria colectiva de un país (ya era hora) donde, durante la última década, el 'pastel musical' se lo han repartido entre Operación Triunfo y sucedáneos, dos grupos de masas (La Oreja de Van Gogh y El Canto del Loco) y el eterno revival de la Movida.+Si busco "creatividad musical", desde luego entre mis prioridades no estaría el último disco de Los Planetas.+El problema de hacer "crítica musical" en España es que deshecharías casi todo que no tenga que ver con el flamenco. Y la crítica es en casos contados rigurosa. Lo demás es una 'opinión adelantada' de alguien al que sí le gusta la música, como al Sr. Quico Alsedo, y que se ha molestado en conocer y reconocer su Historia a través de discos y grupos.Por eso, no creo que sea valiente decir que Los Planetas llevan 10 años cantando lo mismo. Eso ya lo sabemos todos, ellos y nosotros.Fdo. Una compañera del gremio periodístico-musical.
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A mí lo que más me llena de pena y tristeza es que todavía exista gente como tú, Quico... Y no es porque hayas dicho todo eso de Los Planetas, de haberlo dicho de cualquier otro grupo pensaría igual. Es por la manera de decirlo. Una crítica puede ser buena o puede ser mala, pero siempre debe ser desde el respeto. En este comentario podría haberme limitado a insultar, como tú haces. Pero de ser así me estaría pareciendo a ti y eso me aterra.
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Este blog es una maravilla. Me encanta leer a alguien "independiente de lo independiente" Ya está bien de vender mierdas refugiados en la capullada de que "es indie" o "alternativo" o que es "de autor"El bien y el mal no están subordinados a epítetos de ese tipo.Gracias por todo.
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Eres bastante triste amigo Quico, seguro que no tienes ni puta idea de música, como periodista ya vemos que eres nefasto, lo mas triste es que seguro que has echo esto para darte a conocer y lo has conseguido, has optado por el camino mas corto , aunque esto tiene una desventaja ahora tienes a cientos de personas en contra y eso no mola, te deseo mucha suerte y espero que mueras pronto.
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no tengo la culpa de que te duela el alma, no tengo culpa ninguna de que te fumes plata..... A veces me pregunto de quien será el fantasma, que te ha tapado los ojos para que no veas nada... para que no veas nada.
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Si un grupo no evoluciona y no cambia, se le machaca por hacer siempre los mismos discos. Si un grupo intenta abrir su abanico y experimentar con nuevas vías para su música, se le recrimina que no haga canciones como en el pasado. Si se le añade una voz femenina, se convierte en Pimpinela. Si no, no se le entiende. Que los Planetas nunca fueron fáciles de escuchar? Nunca, ni al principio ni ahora. Que cuanto más los escuchas, más te gustan, siempre, al principio y ahora. Menos mal que Jota sigue tomando las sustancias que sean y que le hacen escribir esas canciones. Más le valdría a algún crítico dejar de tomar tanto Gatorade que revoluciona demasiado a su neurona provocándole una hiperactividad que se traduce en verborrea barata
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Por fin encuentro un artículo donde se resume toda la mierda que rodea a este grupillo de pop. Gracias, de verdad.
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Calvorota, tu madre sigue haciéndolo gratis a quien presenta la cartilla del paro?Con 4.500.000 parados se la va a escocer un poco.
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No sé que està peor en España, la música o el periodismo musical tipo Chinchan (me aburre/no me aburre, me gusta/no me gusta
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Tranquilos indies militantes, no pasa nada, peor sería si subieran el precio de las converse o las gafas de pasta, ¿no?
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Lo primero de todo me gustaría escribir esta respuesta como usuario NO ANÓNIMO, pero no tengo muchas ganas de registrarme para contestar simplemente a un maleducado, inculto-musical y por que no decirlo amargado redactor... Se nota desde tu primera palabra que jamás has entendido la esencia de los planetas y claro como buen oveja de rebaño lo primordial es destrozar y menospreciar lo que no entiendes y lo que nunca vas a entender ¿no?, perfecto... demuestras toda tu inteligencia en este absurdo escrito...Supongo que lo único que buscas es un poco de fama y polémica por que tu cerebro no te da para conseguirlo con méritos propios y con buenos artículos... en fin... no voy a dedicarme a realzar a los planetas por que no es necesario... solo pido un poco de respeto y educación, en fin.
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Nunca me gustaron los Planetas. Pero cuando escuché La leyenda del Espacio me fascinaron. Me considero un gran aficionado al flamenco. Y cuando me refiero a flamenco me refiero a ese arte del que la gran mayoría de la gente no tiene ni puta idea y opina. Su último disco es malo de solemnidad. Sin embargo, Sr. Salcedo, usted no tiene ni idea de lo que es creación. Sugiriendo que Los Planetas cambien de camello, no dice absolutamente nada. Critique bien, por favor. Vaya directamente a la música y no relacione a los artistas con drogas varias. Usted no es artista. Es un crítico. No más. La leyenda del espacio es un disco del que quizás se hable dentro de muchos años como un fabuloso experimento. Le recuerdo que La leyenda del tiempo de Camarón fue denostado y machado por colegas suyos y mire. Creo que ha estado muy acertado en el concepto rebaño lector-oveja. Todo se vende. Como dijo Luis Buñuel a un periodista-crítico una vez: Yo lo he hecho. ¿Y usted?
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Ole tus huevos campeón, nunca había visto una critica tan crítica, igual no es lo que piensa la gente pero dices las cosas como te parecen , de nuevo te digo que ole tus huevos , así deben ser los periodistas honestos y decir las cosas sin tapujos
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Genial Quico, las cositas claras, así da gusto leer una crítica
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Quico, como mínimo, un poco de respeto tanto a este grupo como al cualquier otro. Se nota cierto resentimiento por tu parte hacía ellos.El día que TÚ seas capaz de hacer lo que ellos han hecho podrás criticarles, por el momento, como no has demostrado nada, ten respeto.
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Algunos piden respeto porque les gusta Los Planetas pero bien que se rién cuando critican ferozmente a otros a los que detestan y ahí , ¿donde esta el respeto? Como se nota cuando a uno le tocan su corazoncito, ¿eh? +Cierto que este disco suena como los otros, que las letras siempre parecen las mismas, que las guitarras suenan igual, que Jota no sabe cantar pero aún así... me gusta este disco.
UUUUUUFFF, menos mal!! Por un momento pensé que LOS PLANETAS iban a ser mainstream... Me los quedo "pa mi" solito, que no mola que te guste a ti y cuatro millones de plastas más!!
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Independientemente de que esté más o menos de acuerdo con esto, me gustaría decirle al señor Quico Alsedo que Los Planetas son un grupo de música que se gana la vida honradamente cantando, y que por lo tanto merecen un respeto y que las críticas se centren en el "campo musical". Todos esos chascarrillos hacia el derretimiento del cerebro de J, los millones de rayas (a los que saca mucho partido), los lectores-oveja... solo son ocurrencias fuera de sitio y de mal gusto, para llamar la atención. Por cierto, semejantes gracietas se me ocurren a mí también, realmente este es un oficio más fácil que el de compositor de canciones. Te sentirás un gran tío por meterte con Los Planetas.
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Yo llevo escuchando a los planetas desde que iba a la facultad.. y tengo 33 años, he ido a prácticamente todos los conciertos que han dado en Madrid, y recuerdo cuando en la Riviera éramos 4 los que les conocíamos y nos desgañitabamos con la Copa de Europa...
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Encuentros con entidades es el último disco de Los Planetas que tiene algo (2 canciones) a parti de ahi.. sequía. Y aunque la sombra de los granadinos es larga en el panorama indie nacional cabía esperar más de ellos, más que nada porque ya tocaron el flamenco en su anterior disco con sus Alegrías del incencio. Yo no me atrevo a culpar a las malas drogas, ni al vino peleón... eso son excusas para cuando te levantas al lado de un troll que la noche anterior te parecía la "Chiffer". Me parece, y es una humilde opinión de seguidor incondicional de muchos años, que lo único que ha pasado es el tiempo. Estáis viejunos chicos.
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Fantástica la crítica, me ha parecido muy valiente el decir las cosas claritas ya que seguro que vas a tener montones de "fanboys" atacándote. Ánimo frente a ellos porque tu opinión a mi me ha parecido sincera y verídica. Hace ya muchos años mi entonces novio me ponía Los Planetas emocionado perdido y yo pensando "pero si esto es una mierda, que leches está diciendo ese tipo? Que se saque el chicle de la boca por favor". Claro, resultó que el novio valía tan poco como el grupo en cuestión. Afortunadamente la patada se la di a tiempo y creo que eso es lo que le ha faltado a este grupo, que le demos la patada fuera del panorama musical ya de una vez y pongamos a artistas que realmente se lo merezcan.
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Estimado Quico. Nunca he sido fan de Los Planetas, pero de entre sus canciones tengo 5 favoritas y te puedo asegurar que no son la misma. No conozco tu nivel de estudios en crítica, del mismo modo te recomiendo que no es necesario el empleo de palabras mal sonantes para dar credibilidad y fuerza a tus palabras. Tu artículo, lejos de decirme algo que ya se hace años, te reafirma como seguidor herido de éste grupo.
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Después de leer esta crítica he vuelto a escuchar algunas canciones online y son horrorosas. Es solo mi opinión, pero son una especie de villancicos arrastraos con una voz que aburre a los muertos. Y no es que haga falta que los títulos y portadas tengan ningún sentido, pero el sinsentido de esta "opera egipcia" va más allá de lo normal. Porque opera y porque egipcia? Que despropósito.
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anodino y previsible, supongo que has leído lo que escribes, y supongo que sabrás las veces que has escrito algo así.... cuantos discos iguales tienen ac/dc, sonic youth, mark lanegan, cuantas veces hace messi la misma jugada.... cuantos pinchos de tortilla te has tomado en el mismo bar.... lo mas triste es q no te das cuenta y caíste en la trampa, otra vez más los del sacromonte lo consiguen gracias a gente como tu!!! tómate un respiro....a poder ser que sea anodino!!
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Me parece un artículo sensacionalista digno de un blog de poca monta, no he escuchado el disco de los planetas, pero cada vez que voy a leer algo en este blog me encuentro un crítica pésima sobre un grupo (ni si quiera un disco), cuando tengas un buen grupo que alabar, por favor dínoslo, estoy harto de saber lo malos que son los grupos que escuchas.
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joder por fin alguien que coincide con mi opinión de que este grupo es un coñazo infumable
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Pues a mi me gustaban en el 98 y me siguen gustando ahora, La leyenda del Espacio me pareció acojonantemente distinto a todo lo que habían hecho hasta entonces, soy ya mayorcito y siempre tienen un hueco en mi mp3. Que a veces han repetido formatos?, seguro, como todos los grupos, pero seguro que aburren menos que tu. Sal un poco mas, empápate de cultura musical y a lo mejor resulta que descubres un mundo nuevo, puede que hasta mejore la calidad de tus críticas, quien sabe.
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Joder, ahí le has dao! Creo que Los Planetas son patéticos, así que estoy de acuerdo 100%. Por cierto, abre el paraguas porque te van a caer chuzos por todos lados macho, este es el típico grupo de fan-áticos que no aceptan una crítica a su grupito.
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Me parece muy irresponsable la alusión tan frívola a las drogas. En un artículo de opinión, en un blog y en cualquier parte.
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Joder con el calvorota, como se sobra. Porque si les llamas drogadictos con tanta libertad a ti se te puede llamar calvorota ¿no? y no es un insulto, me remito a lo obvio.
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Tu crítica hubiese estado aceptable (se puede estar o no de acuerdo con ella) de no ser por lo que comenta uno de los lectores con el que estoy en total acuerdo "algo de saña muy poco profesional que desmerece lo arriesgado de la opinión". Podrías haber dicho lo mismo sin parecer que te han quitado a la novia. Una crítica nada elegante
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