sábado, 13 de junio de 2009

La India, el manifiesto de la lujuria y Shakespeare en Aguascalientes

Hoy:
Empecemos. Pero antes, señor, una cosa más: la expresión que yo aprendí de la señora Pinky, la ex mujer de mi ex jefe, el difunto señor Ashok, es: “Vaya chiste de mierda”.
(Aravind Adiga)


Tigre Blanco (miscelánea, 2009) de Aravid Ariga, debe decirse desde el principio, tiene tres características que lo hacen atractivo antes de abrirlo. Una portada muy semejante a la de la edición inglesa, un pequeño cintillo en la parte superior que lo anuncia como ganador del Man Booker Prize 2008 y una nota en la solapa que propone que en la novela, que transcurre en la India, “no hay aromas de azafrán o remolinos de saris”. Y es, además, una novela epistolar.
La opera prima de Ariga se propone como siete cartas de un empresario exitoso, alguien que ha pasado de la Oscuridad a la Luz y con un concepto un tanto extraño de lo que es ser exitoso, a un mandatario chino que se dispone a visitar la India. Las cartas son, al mismo tiempo, una autobiografía, una explicación de los eternos misterios de la India con esa genial comparación con una jaula de gallinas (tan semejante al chiste de los cangrejos mexicanos) y una novela picaresca, género con el que comparte tantos rasgos, entre ellos la ironía del ascenso social.
El tigre blanco es el animal que según las leyendas indias el más raro, el que menos aparece, y el protagonista, sin nombre hasta que llega a la escuela, sin fecha de nacimiento hasta que tiene que conseguir un trabajo, que da nombre a la novela gana con la visita de un inspector y unas páginas después convoca en ese mismo animal al lector. “En el zoo de Nueva Delhi, cerca de la jaula del tigre blanco, hay un cartel que dice: ‘Imagínese que estuviera usted en la jaula”. Su llegada a la ciudad se da gracias a los amos que lo contratan como chofer, aunque todavía no sabe conducir, y estando a su servicio no puede evitar preguntarse, preguntar a los indios, preguntar a todos algo fundamental: “¿Aborrecemos a nuestros amos bajo una fachada de amor, o los amamos bajo una fachada de aborrecimiento?”.
Y el propio narrador resume su novela como algo que es “básicamente, la triste historia de cómo me fui corrompiendo: de cómo dejé de ser un dulce e inocente chico de pueblo para convertirme en un urbanita entregado al libertinaje, a la depravación y a la maldad”. Camino que tiene bastante de triste, un mucho de divertido y como en las novelas realistas contemporáneas una explicación de la humanidad, de lo humano común a cada uno, a través de sus peores características, camino que tiene un asesinato que en lugar de ser motivo de culpa lo es de verdad.
“Seguiré”, termina el libro, “diciendo que merecía la pena saber, aunque fuera un solo día, una sola hora, un solo minuto, lo que significa no ser un criado. // Creo que ya estoy preparado para tener hijos, señor primer ministro. // ¡Ja!”. Con una risa.

Una pequeña joya
Tras una portada con un nombre de autora desconocida, un título provocador y una fotografía más que explícita hay apenas treinta y dos páginas en una edición tan limitada, 250 ejemplares, como cuidada. La editorial “Perineos”, aventura editorial exquisita, comienza su andadura con la reedición de un ¿clásico? olvidado, el Manifiesto futurista de la lujuria de Valentine de Saint-Point. El propio editor resume a la autora en la introducción biográfica al tomito: “Valentine de Saint-Point, una perfecta desconocida en español, tiene bastante más méritos que los que su olvido hace suponer”.
Su manifiesto es un breve recordatorio de que “la lujuria es una fuerza, en fin, porque jamás conduce a la insulsez de lo definitivo y de la seguridad que dispensa el reconfortante sentimentalismo” y que, sin ser una obra maestra, nos sumerge en el mundo de las vanguardias y del protofeminismo con un estilo dogmático y liberador al mismo tiempo, cortesía de quien, según la introducción, fue musa de Mucha y Rodin, poeta, novelista, coreógrafa y danzante creadora de la Métachorie, origen del performance, y, concepto por el que debería reivindicar la historia, autora del concepto de supermujer en oposición al superhombre de Nietzsche.

Shakespeare en Aguascalientes
Un grupo no demasiado numeroso de amateurs que se habían reunido bajo una frase de su directora Mariana Torres: “Si está es la única vez que van a pisar un escenario, lo van a hacer con el mejor”. Un Romeo y Julieta cortado y no en la mejor traducción, sin propaganda, y presentado por una única ocasión fue lo deparó la noche del martes en el Centro Universitario. Una demostración, ¿una más?, ¿hacen falta?, de la grandeza del Bardo al que es casi imposible estropear. Ojalá está sea sólo el principio de montajes shakespirianos en la ciudad.

Banda sonora
Lo he matado, no pude evitarlo. / Lo he matado, tengo que confesarlo. / Lo maté y no siento ningún remordimiento, / alguien lo tenía que hacer. (“Yo maté al A&R de Sony”, Los Planetas).

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