No creo que mi carácter le guste a nadie. Quizás haya unos pocos (muy pocos) que me admiren. Pero es muy extraño que guste.
(Haruki Murakami)
La mercadotecnia enseña que cuando un producto está posicionado en el mercado su propio nombre, o las variaciones sobre él, son una inversión siempre segura con la ventaja añadida de que en sí mismo es ya la esencia de lo que se venderá. Esa misma estrategia mercadológica se aplica a los autores, a los consagrados, a los, por usar un término, de raigambre economicista, “valores consagrados”. De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami y Diario de un genio de Salvador Dalí, ambos publicados por Tusquets, son ejemplo de ello.
De qué hablo cuando hablo de correr
Esconde, tras ese titulo tan carveriano que el autor incluso le agradece a la esposa de Raymond Carver, una serie de ensayos, artículos y memorias parciales de los que parecen ser los dos temas más importantes de la cotidianeidad del candidato al Nobel, Haruki Murakami. Es, vaya por delante, un libro, mejor dicho, dos libros, uno sobre la fortaleza y constancia del maratonista, el otro, sobre la fortaleza y constancia del escritor, intercalados por momentos biográficos, siempre relacionados con esos dos temas, del menos japonés de los escritores japoneses. Y el volumen de kilométrico título no llega nunca a convencer. No está mal escrito, se puede leer en un par de sentadas, no exige mayor esfuerzo por parte del lector que se deja atrapar por la historia, historia construida a base de anécdotas; o sea que, en resumen, es un buen libro al que lastra demasiado el nombre de su autor que no alcanza en ninguna de estas páginas (¡y con unas centrales dedicadas al escritor corriendo!) las cotas que ha logrado en otras de sus obras, pero que en esta tiene párrafos tan suyos como “sea como fuere, el calendario señalaba ya octubre. Un mes pasa volando. Y la estación más dura está ya al acecho”.
Pero, en estos tiempos de fake memories y tanta non-fiction, el lector agradece la sinceridad de un autor que sabe que está entregando una obra menor y de la que dice “creo que esta obra aborda unos cuantos aspectos que, aunque no puedan calificarse de ‘filosóficos’, sí son al menos una especie de reglas de experiencia [y aquí Murakami no puede o no quiere evitar sonar a manual de auto-superación]. Tal vez no resulten de mucha utilidad, pero, en cualquier caso, esto soy yo como persona”.
Diario de un genio
Sólo un surrealista buscando epatar o un artista convencido de que en la posmodernidad el exabrupto es la mejor manera de atrapar la cada vez menos constante atención del público hubiera podido titular sus memorias de tal modo. Salvador Dalí era ambas cosas y ambas las explica sin ambages. De lo primero afirma que “me tomé, pues, el surrealismo al pie de la letra (…) un estudiante de los surrealismo tan concienzudo que rápidamente me convertí en el único ‘surrealista integral’. Hasta tal punto que acabaron por expulsarme del grupo por ser excesivamente surrealista”. La afirmación pública del artista se hace explícita en la ‘nota aclaratoria del autor’ que propone que “este libro demostrará que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes de los del resto de la humanidad”, escrito, y vale la pena anotarlo años antes de Warhol y de los performances. Un libro que vale la pena leer, además de por lo divertido, que en algunos momentos roza lo patético, porque cumple su promesa de ser “el primer diario escrito por un genio”. O, para aquellos que no creemos en la genialidad daliniana, por la voluntad de ser genial y querer demostrarlo.
“En mitad de un verso” de Gerardo Diego
“Murió en mitad de un verso, / cantándolo, floreciéndole, / y quedó el verso abierto, disponible / para la eternidad, / mecido por la brisa, / la brisa que jamás concluye, / verso sin terminar, poeta eterno. // Quién muriera así / al aire de una sílaba. / Y al conocer esa muerte de poeta, / recordé otra de mis oraciones. / «Quiero vivir, morir, siempre cantando / y no quiero saber por qué ni cuándo.» / Sí, en el seno del verso, / que le concluya y me concluya Dios”.
Banda sonora
Cuando por la tarde te dije / que en realidad no pasaba nada, / tuve que bajar la cabeza / para evitar tu mirada. / Que las cosas cuando se estropean / es muy difícil arreglarlas, / lo que hoy te trae de cabeza / se habrá pasado mañana. / Tiraste una piedra en el agua / y vi las ondas que se acercaban / pero nunca escucho, nunca atiendo, / nunca me entero de nada. (“Nunca me entero de nada”, Los Planetas).
(Haruki Murakami)
La mercadotecnia enseña que cuando un producto está posicionado en el mercado su propio nombre, o las variaciones sobre él, son una inversión siempre segura con la ventaja añadida de que en sí mismo es ya la esencia de lo que se venderá. Esa misma estrategia mercadológica se aplica a los autores, a los consagrados, a los, por usar un término, de raigambre economicista, “valores consagrados”. De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami y Diario de un genio de Salvador Dalí, ambos publicados por Tusquets, son ejemplo de ello.
De qué hablo cuando hablo de correr
Esconde, tras ese titulo tan carveriano que el autor incluso le agradece a la esposa de Raymond Carver, una serie de ensayos, artículos y memorias parciales de los que parecen ser los dos temas más importantes de la cotidianeidad del candidato al Nobel, Haruki Murakami. Es, vaya por delante, un libro, mejor dicho, dos libros, uno sobre la fortaleza y constancia del maratonista, el otro, sobre la fortaleza y constancia del escritor, intercalados por momentos biográficos, siempre relacionados con esos dos temas, del menos japonés de los escritores japoneses. Y el volumen de kilométrico título no llega nunca a convencer. No está mal escrito, se puede leer en un par de sentadas, no exige mayor esfuerzo por parte del lector que se deja atrapar por la historia, historia construida a base de anécdotas; o sea que, en resumen, es un buen libro al que lastra demasiado el nombre de su autor que no alcanza en ninguna de estas páginas (¡y con unas centrales dedicadas al escritor corriendo!) las cotas que ha logrado en otras de sus obras, pero que en esta tiene párrafos tan suyos como “sea como fuere, el calendario señalaba ya octubre. Un mes pasa volando. Y la estación más dura está ya al acecho”.
Pero, en estos tiempos de fake memories y tanta non-fiction, el lector agradece la sinceridad de un autor que sabe que está entregando una obra menor y de la que dice “creo que esta obra aborda unos cuantos aspectos que, aunque no puedan calificarse de ‘filosóficos’, sí son al menos una especie de reglas de experiencia [y aquí Murakami no puede o no quiere evitar sonar a manual de auto-superación]. Tal vez no resulten de mucha utilidad, pero, en cualquier caso, esto soy yo como persona”.
Diario de un genio
Sólo un surrealista buscando epatar o un artista convencido de que en la posmodernidad el exabrupto es la mejor manera de atrapar la cada vez menos constante atención del público hubiera podido titular sus memorias de tal modo. Salvador Dalí era ambas cosas y ambas las explica sin ambages. De lo primero afirma que “me tomé, pues, el surrealismo al pie de la letra (…) un estudiante de los surrealismo tan concienzudo que rápidamente me convertí en el único ‘surrealista integral’. Hasta tal punto que acabaron por expulsarme del grupo por ser excesivamente surrealista”. La afirmación pública del artista se hace explícita en la ‘nota aclaratoria del autor’ que propone que “este libro demostrará que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes de los del resto de la humanidad”, escrito, y vale la pena anotarlo años antes de Warhol y de los performances. Un libro que vale la pena leer, además de por lo divertido, que en algunos momentos roza lo patético, porque cumple su promesa de ser “el primer diario escrito por un genio”. O, para aquellos que no creemos en la genialidad daliniana, por la voluntad de ser genial y querer demostrarlo.
“En mitad de un verso” de Gerardo Diego
“Murió en mitad de un verso, / cantándolo, floreciéndole, / y quedó el verso abierto, disponible / para la eternidad, / mecido por la brisa, / la brisa que jamás concluye, / verso sin terminar, poeta eterno. // Quién muriera así / al aire de una sílaba. / Y al conocer esa muerte de poeta, / recordé otra de mis oraciones. / «Quiero vivir, morir, siempre cantando / y no quiero saber por qué ni cuándo.» / Sí, en el seno del verso, / que le concluya y me concluya Dios”.
Banda sonora
Cuando por la tarde te dije / que en realidad no pasaba nada, / tuve que bajar la cabeza / para evitar tu mirada. / Que las cosas cuando se estropean / es muy difícil arreglarlas, / lo que hoy te trae de cabeza / se habrá pasado mañana. / Tiraste una piedra en el agua / y vi las ondas que se acercaban / pero nunca escucho, nunca atiendo, / nunca me entero de nada. (“Nunca me entero de nada”, Los Planetas).
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