lunes, 7 de junio de 2010

Muriel Barbery y Armando Alanís Pulido

La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.
(Muriel Barbery)

La elegancia del erizo (Planeta, 2010) de Muriel Barbery es una novela cuyas dos protagonistas, que hubieran sido secundarios en cualquier otra novela, son, al mismo tiempo lo más alejado entre sí que se pueda imaginar, Paloma, una niña de doce años y medio, hija de un alto funcionario gubernamental francés, enamorada de lo japonés y que se suicidará el día que cumpla trece años y una portera, Reneé, lectora de Tolstoi y filosofía medieval, pero a las que la cercanía, un mismo edificio, y un excéntrico jubilado oriental acabarán por unir.
“Vivir, morir: no son más que consecuencias de lo que se ha construido. Lo importante es construir bien. Por ello, me he impuesto una nueva obligación: voy a dejar de deshacer, de derribar, y me voy a poner a construir. Hasta de Colombe haré algo positivo. Lo que cuenta es lo que uno hace en el momento de morir y, el próximo 16 de junio, quiero morir construyendo”, escribe la jovencita en su diario harta, a su modo, de su familia, de sus vecinos, del mundo en general contra el que lucha con sus diarios (uno para lo interno, otro para lo que ella llama el movimiento del mundo) y los haikus y tankas que escribe.
“Todas las familias felices se parecen; las familias desdichadas lo son cada una a su manera es la primera frase de Ana Karenina que, como toda portera que se precie, no puedo haber leído, como tampoco se me permite estremecerme al oír la segunda parte de esta frase, en un momento de gracia, in saber que era de Tolstoi, pues si bien las personas humildes son sensibles sin conocer la gran literatura, no pueden aspirar a la alta consideración en la que tiene a las personas instruidas”, uno de los pensamientos de Reneé, poco después de que se haya traicionado a si misma al reconocer, estremecida, una referencia al escritor ruso, en que asume su propia diferencia.
A mitad de camino entre un cuento de superación personal y uno de esos manuales de “lo que hay que leer antes de morir”, entre la novela y una colección de mini escenas unidas por los protagonistas, entre El mundo de Sofía y una Bildungsroman, La elegancia del erizo es uno de esos libros inclasificables que, aunque no logren dejar una impresión en el lector (de hecho, tiene un par de fallos de lógica bastante llamativos) de haber leído una obra maestra, sí logra que uno acabe entristeciéndose con esa frase final, rotunda en su sencillez, “Pues, por usted, a partir de ahora buscaré los siempres en los jamases. / La belleza en este mundo”. Y de laque decir cuál de las dos pronuncia o escribe sería traicionar a una de sus protagonistas.

Ritual del susodicho
Tras el breve, y directo, Aquello que sucede cuando en aliento llegas en la noche, Armando Alanís Pulido entrega en edición bilingüe, español y portugués, Ritual de susodicho / Ritual do dito cujo (Mantis, Selo Sebastião Grifo, UANL). En la introducción de Alfredo Fressia está perfectamente resumido el espíritu que anima este volumen y al propio poeta: “es concentrarse de poetas en un solo hombre”. Y, ya antes, desde esa significativa palabra del título “susodicho”, emparentada en su enigma con ese inicio de los cantos poundianos de “And then”, que nos propone antes de quien s ha hablado antes pero que el lector no tiene manera de saber. ¿Se refiere al propio poeta o a otro, a otros? Y la única manera de descubrir ese enigma es abriendo el libro y leyendo un poemario en que cuarenta poetas (¿o uno sólo que es todos esos?) son retratados en los explícitos subtítulos, poetas que van de ese primer “poeta sin poema” hasta el final “poeta con libro nuevo bajo el brazo” recorriendo un amplio espectro que, con el ritmo tan característico de la escritura de Alanís Pulido, deja una sonrisa, complice a veces, pensativa otras, en el lector.

Dos poemas de Armando Alanís Pulido
Uno que emparenta, exacto, con el final de la novela de Barbery, “La noche invadió las cosas”: “Agitado y oscuro, / no olvido la sentencia: / gotear pausadamente / en rebeldía y sin arrepentimiento / andar, rondar las hemorragias. // Hacer en cautiverio / el balance del siempre y el jamás”.
Y “Sálvese quien pueda”, con el que significativamente termina el poemario: “Para bien o para mal: / insisto, resisto, existo”.

Banda sonora
Muéstrame cómo es, / prometo que esta vez todo va a salir bien. / Ahora tengo una misión, / ven y camina de mi mano, / camina a mi lado, conmigo. / Sólo enséñame para que pueda ver / porque en mi vida he fracasado / una y otra vez, una y otra vez. (“Jesús”, Los Planetas)

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