jueves, 17 de junio de 2010

Ojalá pudieramos leer algo así sobre Aguascalientes

(sobre todo por las editoriales robables)

El ladrón de libros, ese tipo sobre el que es difícil depositar sospecha, bien vestido, educado, culto y de buen gusto, se ha dejado caer por la Feria . Además hay bandas de manguis organizadas que compilan a petición: este año los títulos más robados son El asedio, de Arturo Pérez-Reverte, El tiempo entre costuras, de María Dueñas o la saga de Stieg Larson. Pero también hay editoriales fetiche, como El Acantilado, que causa furor entre los chorizos bibliófilos, y colecciones clásicas como los títulos de Tusquets y Anagrama.
Robar libros es una mala costumbre que va dejando su halo romántico para convertirse en un negocio. El ladrón de obra literaria delinquía por vicio propio, para puro disfrute personal. "Ahora les pagan para revenderlos en algunas librerías o en puestos", aseguran Boris y Luis, de la librería Antonio Machado.
Todavía varios ejercen por vicio. "Como aquel hombre que volvió un buen día a la librería a devolvernos una maleta con todo lo que nos había robado. Le encantaba la literatura erótica. La devolución se la impuso el médico como terapia para su cleptomanía. Nos dio tanta pena que le dijimos: 'anda, quédate con ello", recuerda Boris.
Al ladrón, los libreros, le tienen catalogado. "Alguno hasta ya te saluda", comenta Luis. El método más habitual es cubrir el muestrario con un periódico y llevárselo de abajo. Otro es echárselo a la mano y colocarle un separador. Algunos llegan a la firma y te salen con el típico: "Lo traía de casa", comenta Chus Visor. "Pero, ¿qué les vas a decir...?", añade.
Suelen caer los volúmenes más esquinados. "En nuestro caso, las canciones de Radio Futura", comentan en la caseta de Pre-Textos. También ellos sufren ese vicio tan extendido de que la poesía no se compra: se roba. Y este año les ha tocado pagar el pato con Del amor, del olvido, del colombiano Darío Jaramillo.
En esas malas artes no se empieza precoz. "Los niños no roban", comentan Belén y David en el puesto de la infantil Kalandraka. "Aquí les dejamos cogerlos y se los llevan sin ser conscientes de que hay que pasar por caja. El problema son los padres. Algunos no vuelven...". O ese señor mayor que con tembleque en la mano se los metía en el bolsillo. Era tan descarado que daba apuro afearle la conducta. Hasta que a la tercera, Belén le advirtió: "Eso está en gallego". El ladrón respondió. "¡Anda...!". Y lo volvió a poner en su sitio.
Robando 'tochos'
En la caseta de Contexto, lo que vuelan son las biografías musicales de Global Rhythm Press, comenta Lola Barroso. Ella tiene buena experiencia con los ladrones por haber trabajado años en la Casa del Libro. "Los pasaban por encima de las barras magnéticas. Robaban tochos de medicina y ciencia y muchos CD de 130 euros". Alguno era habitual: "Había un señor al que llamábamos el de la camisa granate. Un día se la cambió de color y le pillamos".
Ninguno de los conocidos es bienvenido. Su presencia provoca tensión. Alerta. Los guardias de seguridad que este año se pasean por la feria están más pendientes de los tirones. Son los libreros quienes deben andar más atentos. Aunque todavía no han hecho los recuentos totales, sospechan que vuelven a estar en boga los más vendidos de las listas.
Pero quedan los fetiches también: "Cualquier cosa de El Acantilado. Luego los puedes encontrar en un puesto callejero que hay en la calle Génova. Y entre los del sello catalán del editor Jaume Vallcorba destacan los títulos del vienés Stefan Zweig. Con un protagonismo especial para el clásico 24 horas en la vida de una mujer, comentan en la caseta de la editorial.
También Tusquets y Anagrama quedan entre los más robados. Este año se ha notado algún agujero de más en el último de Murakami, 'De qué hablo cuando hablo de correr'. En cuanto al sello de Jorge Herralde, según dicen ellos mismos: "En cualquier feria solemos sufrir un saqueo general".

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