martes, 25 de agosto de 2009

Siete maneras de decir adiós

I
Pero si se pasan te prometo enviar unas flores caras el día de tu funeral

Te odio. Es la formulación más sencilla que encontré. Y, al mismo tiempo, la más compleja.
Con la mitad del odio que guardo para mí. Eso leí en algún sitio, pero es falso. El odio no tiene mitades; como el amor. Te odio con todas las fuerzas de que soy capaz. Que son pocas. Las perdí todas intentando amarte más allá de ellas.
Se descubre poco a poco. Piensas que la primera vez que descubres que no es sólo ella, que reconoces que necesitas culpar a alguien más, a algo más. Y arremetes con la furia que no deseas contra ella, arremetes con esa furia esperando que a ella no le toque y de repente descubres que se multiplica y así multiplicada puedes dividirla y sigue siendo igual.

II
Todos los libros del último siglo, todos los discos que admiro parecen decir que me olvide de ti

Barrimos los malos deseos hasta sacarlos de la casa el último día de diciembre. Salimos, tras las campanadas, con nuestras maletas vacías al rellano y regresamos. Viajaremos mucho, dijiste. Todavía usabas, convencida ya o todavía acostumbrada el nosotros. Y a mediados de enero, contabas los días, dividimos, como dios y el registro civil mandan, las cosas. Las tuyas, las mías.
Pero el problema llegó con la nuestras.
¿Cuándo pasan las cosas a ser nuestras? ¿Cuándo dejan de serlo?
¿Cómo saber cuál es la mitad exacta de un libro, de un disco, de la memoria de un viaje? ¿Por dónde cortar, qué no recordar? Si tuviera la formula, en lugar de usarla en mí mismo, buscaría patentarla. Me haría rico y entonces, sí, volvería a por ti.

III
Que prefiero estar muerto que volver a tu lado
No hay tanto mérito en alejarse de algo. La teoría más sencilla indica que cuando uno no desea las cosas estas aparecen y al revés. Es una especie de consuelo. Alejarse para volver. El camino hacia arriba y el camino hacia abajo son el mismo. Para llegar a donde quieres estar tienes que ir por el camino hacia donde no quieres estar. Podemos saber la velocidad de una partícula o su posición pero no ambos datos al mismo tiempo. Heráclito, San Juan de la Cruz, Heisselberg. Cada uno a su manera pero todos dicen lo mismo.
Durante un tiempo en lo único que pensaba, olvide escribir la ese y la palabra se convirtió en penaba y el corrector de la computadora lo aceptó, era en regresar en volver a tu lado. Después en estar muerto. Ahora ya sólo pienso en seguir adelante. El camino que sube y el que baja son el mismo y, aún así, dependen de hacía donde se dirija el caminante.
No importa. Ya no importa nada. Hacia adelante siempre aunque la meta sea lo que dejamos atrás. La historia, la filosofía y la física cuántica acabarán por darme la razón.

IV
¿Te has arrepentido alguna vez de haber tenido y de no haberlo dado?
Y aunque no eras rubia, y aunque no hablabas inglés y aunque eras más que estúpida y aunque no sé si eras mujer serías tú mi marilyn particular. Mi marfilina. Mi torre de marfil.
Y acepte, acepamos el riesgo. El de no saber compartir, el de, y eso era más peligroso, no tener nada en común. Tú venías del norte, yo de ninguna parte. A ti te gustaban los viajes, a mí los mapas. Un detalle tan ínfimo como ese debería haberme avisado.
Descubrimos, sin embargo, que lo teníamos todo en común. E ideas diferentes sobre todo. A ti te gustaban las novelas, a mí la poesía. A tí, yo; a mí todas las mujeres. Yo no podía concebir un placer sin apurarlo hasta el fondo, hasta desgastarlo, hasta cansarme de él y buscar otro. Tú eras sobria.
Pero ya nada de eso importa.
Hace unos días vi una fotografía del cadáver de Norma Jean. Hinchada, deforme. Horrible.

V
Lo vi en una de esas películas, de esas que a ti tanto te gustaban
Si quieres hacer llorar a una mujer, llévala al cine, decía. Llévame, decía. Pero llorábamos diferente. Ella de emoción, yo de rabia. Ella de rabia mientras yo me emocionaba.
Y vimos de todo juntos. Pero no sirvió de nada.
Pero aprendimos a cambio sobre la ciudad en la noche. Sobre las noches de invierno tempranas en que el camino a casa es un abrazo eterno que más que amor quiere decir frío. Sobre las noches de verano en que la ropa ya molesta incluso en la sala.
¿Recuerdas aquel día en las primeras filas del cine? Yo también.
Como si no entendiéramos nada. Como si lo que sabemos no sirviera de nada.

VI
Van a hacerme presidente de los estados de ánimo, vamos a manipular los resultados

Nadie aprende nada porque nadie enseña nada. Los golpes, como los poemas, como esa novela que se adopta, la que leemos o la que escribimos con nuestra vida, llegan cuando tienen que llegar. Como en ese cuento triste de Dickens en que el fantasma de un guardavías aparece para avisar a los viajeros del accidente y de nada sirve.
Ahí se queda, parado, moviendo los brazos, alertando a los que lo divisan de que algo grave va a pasar.
Y nadie le hace caso.
Y nadie muere, gracias a la eficiencia de los ferrocarriles británicos.

VII
Para medir las palabras que siempre has malinterpretado
Hace tiempo me regalaste un diccionario, una edición oficial del de nuestra lengua común. De esa que tan poco tiene en común.
La piel, las vísceras, los dientes, la lengua, los colores, los aromas, una simple línea, un adjetivo. Todo es y todo significa. Y buscábamos palabras en esos dos todos que por milagro editorial parecían ajados aunque eran nuevos. Y coincidían. Y cerrábamos el libro y buscábamos la conversación con esa palabra recién aprendida: diáspora. Y poco a poco nos íbamos perdiendo en la circunnavegación alrededor del otro y como el otro no estaba aprendimos a navegar en otras islas, en nuestra propia isla.

4 comentarios:

Dorix dijo...

Me agrada, me agrada.

Melanie dijo...

Es muy bueno. Y a éste no le quedaba un nombre de chica?

Ó S C A R R R R R R R R dijo...

¡Salud!

Unknown dijo...

luego, dices adios y no tienes ganas de hacer algo más, te quedas callado y enciendes un cigarro con la esperanza de que el humo te impida volver a hablar de ella.


Muy bueno ¿tú escribiste este texto?
Saludos Justes