sábado, 8 de agosto de 2009

Naipaul (y Theroux), Juan Luis Martínez y pájaros

La ficción requiere revelaciones que te inciten a volver la página. A menudo es cuestión de ritmo. Pero en este caso se trata de otro tipo de narrativa… sólo la crónica de una amistad a través de los años
(Mario Vargas Llosa)

La orden de Naipaul, Nobel de literatura en 2001, a Paul Theroux, amigo íntimo del escritor durante más de treinta años, fue bastante clara. “Debes concederme el placer de ver qué aspecto tengo. Sería como escuchar mi propia voz, como verme a mí mismo caminar por la calle. No te cohíbas. Sé, por ejemplo, que alguna vez fui joven y que he cambiado; con el tiempo he perdido y he ganado, y en ocasiones me he extraviado. ¡Muéstramelo!”.
La Sombra de Naipaul (Ediciones B) de Paul Theroux se subtitula “biografía de una amistad”, pero podría ser igual que se llamase, aunque anticipara ese giro final, “retrato de una traición”. El libro comienza totalmente ficcionalizado con un primer capítulo que retrata la incipiente amistad y encuentro entre un escritor ya maduro y un joven aprendiz de escritor hasta que en el siguiente capítulo Theroux confiesa que no vale la pena seguir mintiendo, que lo que se dispone a escribir no es sino su vida junto a Naipaul. Lo que sigue, casi quinientas páginas, son una descripción perfecta de cómo los grandes hombres, de cerca, no lo son tanto.
Lo que convierte a La Sombra de Naipaul en una biografía no autorizada, de hecho repudiada por el laureado autor de Una casa para Mr. Biswas, es el conjunto, es decir todo el libro, de situaciones que, bajo la apariencia de inocentes descripciones, se convierten en uno de los retratos más crueles y despidados de la ambición desmedida por el reconocimiento, el dinero y la ascensión en la clase social. Sobre todo cuando habla de la transformación de Vidiadhar Surajprasad Naipaul, hijo de inmigrantes indios en Trinidad, en caballero de Inglaterra, nombramiento que lleva consigo el tratamiento de Sir, tal vez uno de los momentos más amargos del libro junto con la descripción de la muerte de Pat, esposa del escritor, cuya agonía pasa en brazos de su amante pública, haciendo caso omiso de la enfermedad y los rumores.
Este libro es, puede ser, leído, por supuesto y, sobre todo, para aquellos menos familiarizados con la obra de Naipaul como una novela en la cual el destino único de dos amigos, escritores ambos, conoce momentos de intimidad y ayuda y momentos (esa invitación del New Yorker al Hay Festival en la que Naipaul no dice ni una sola palabra y al terminar recrimina a Theroux todo lo que dijo sobre él) de absoluto alejamiento. Hasta ese momento final, apenas quedan treinta páginas, en que Sir Vidia (como le gustaba que le llamaran y que está en el título original del libro, Sir Vidia’s Shadow) decide cortar toda relación con su ¿amigo?
¿Hubiera escrito este libro, esta crónica de una traición, si todo hubiera marchado mejor? ¿Naipaul nos parecería diferente escritor, releer después de un retrato tan poco halagüeño debe dejar un tiempo de reposo, si no conociéramos sus secretos más íntimos? Son, estas dos y muchas otras, preguntas sin respuesta, pero lo que está claro, la gran lección que aprendemos de esta “biografía de una amistad”, es que no todo gran escritor debe ser un gran hombre y que, por un exagerado deseo de triunfo, lo primero que se traiciona es a los propios amigos. O, como el mismo Theroux propone “un libro celebra un término, un finale. Cuando el amigo, o la amistad, ha muerto. Requiere una conclusión, requiere una muerta. A mí me faltan las dos cosas”.

Juan Luis Martinez
En un poema en prosa, ¿en un ensayo?, titulado “Nota 5: Observaciones sobre el lenguaje de los pájaros” escribe “Cantando al revés los pájaros desencantan el canto hasta caer en el silencio: -lenguaje lenguajeando el lenguaje -, lenguajeando el silencio en el desmigajamiento de un canto ya sin canto. Se diría: (restos de un Logos: migajas de un Logos: migas sin nombre para alimento de pájaros sin nombre: pájaros hambrientos: pájaros hambreados por la hambruna y el silencio).
Desconstruyen en silencio, retroceden de unos árboles a otros: (han perdido el círculo y su centro: quieren cantar en todas partes y no cantan en ninguna): no pueden callar porque no tienen nada que decir y no teniendo nada picotean como último recurso las migajas del nombre del (autor): picotean en su nombre inaudible las sílabas anónimas del indecible Nombre de sí mismos”.
Poco más que añadir. ¿Quién sabe si, a estas alturas del partido, de vuelta ya de casi todo, resulta que Rilke se equivocó y no son ángeles sino apenas pájaros y no nos queda más que pintar la jaula y esperar que entre un ave en ella como en el poema de Jacques Prevert que termina diciendo “Si el pájaro no canta, mala señal, /Señal de que el cuadro es malo,/ Pero si canta es buena señal, / Señal de que podéis firmar./ Entonces arrancadle delicadamente / una pluma al pájaro/ Y escribid vuestro nombre / En un ángulo del cuadro”.

Banda sonora
En el castillo de donde las dan las toman / hay una cama reservada para ti. / En las revistas tan bonitas que te compras / están contando mentiras sobre ti. / No quiero hacer leña del árbol justo ahora / pero de ésta cómo vas a salir. // (...) que yo estaría encantado / si pudiera devolverte la mitad / de lo mismo que me has dado. (“No ardieras”, Los Planetas)

1 comentario:

El guz dijo...

Me causó nostalgia esta columna. Muy triste a mi gusto, muy triste.