Lo que ahora nos define son los tiempos imperfectos: el pretérito imperfecto, “como entonces”; el futuro imperfecto, “aún”.
(Margaret Atwood)
Desorden Moral de Margaret Atwood puede ser leída como una novela construida con capítulos que podrían ser independientes o como un conjunto de cuentos que mantienen un trasfondo común, pero es, sobre todo, y más allá de su propia forma, una de esas obras del “realismo”, siempre entre comillas como quería el maestro Nabokov, que viene directamente de Chejov y del Joyce cuentista y emparenta a Atwood con otras dos narradoras contemporáneas fundamentales como Alice Munro y Lorrie Moore.
Lo que pasa en los cuentos de Atwood es lo de siempre, lo de todos los días, la cotidianeidad más absoluta, pero, y he ahí su maestría, traspasada por un instante, uno solo, en el que aparentemente no pasa nada nuevo pero que cambia radicalmente el modo de ser de los personajes. Hay un momento en el segundo relato del volumen en que la madre abofetea a su hija, casi esclavizada ante el embarazo y llegada de una nueva hermana. “Mi madre se incorporó y se volvió, todo en el mismo movimiento, y me dio una fuerte bofetada. Nunca lo había hecho, ni eso ni nada remotamente parecido. No abrió la boca. Las dos estábamos sobrecogidas por lo que habíamos hecho y por lo que había hecho la otra”. Con esas sencillas palabras, con ese sencillo acto, se resuelve en un momento el paso a la madurez.
Como ocurre con ciertos autores, contar la trama del cuento en nada afecta al lector porque lo que acontece en realidad va mucho más allá de lo que pasa. Los dos ancianos que reciben las noticias del día, un caballo que llega a la granja, los vagabundeos de una joven de ciudad en ciudad, una cabeza en la noche de Halloween, un viejo poema victoriano que dos novios estudian juntos, el viaje en coche (tan usado en la literatura usamericana), las esperas, esos son los “argumentos” de cuentos en los que, en la mayoría, todo avanza por un objeto que desata un recuerdo que explica el presente y el interior de personajes que aparecen y desaparecen en un cuento y otro.
Desorden Moral, título que Atwood toma prestado, como reconoce en los agradecimientos finales, de alguien que dejó de escribir novelas, es uno de esos libros de los que es imposible salir como entró, tanto por la escritura, seca en la adjetivación, dubitativa en sus afirmaciones como lo es la vida, como y, sobre todo, por ese espejo del reconocimiento que son las grandes obras (Ojo, del reconocimiento, no de la identificación).
El certero habla de la cotidianeidad
Aunque hay algún crítico que habla del “realismo doméstico” de la Atwood, decir doméstico es minusvalorar el gran trabajo de la escritora. El sentido de realidad en la escritora no puede restringirse a cuatro paredes, cocinas y crianza de los hijos. Su sentido de la realidad, una verosimilitud más cercana a nosotros que a sus personajes incluso, se basa sobre todo en lo acertadamente que cada uno de los personajes habla como corresponde. “Mi hermana nació en octubre, un par de semanas después de que yo cumpliera doce años. Tenía todos los dedos de las manos y los pies”. Frases como esas, la preocupación de una jovencita porque su hermanita ha nacido con todos los dedos, son en su fría sencillez el mérito atwoodiano.
El aburrido juego de vivir
“- Estoy cansada de jugar este juego. Este es un mal sitio para mí. // No se refiere a mi casa, se refiere a su cuerpo. Se refiere al planeta tierra. Puedo ver lo mismo que está viendo ella: el borde de un acantilado, un puente del que ha caído una tabla, el fin. Eso es lo que ella quiere: el fin. Como el fin de una historia”. Sencillas y estremecedoras con las que la protagonista de tres de los cuentos reconoce, después de una jornada de reproches mutuos, la dolorosa verdad de lo que pasa dentro de la cabeza de su hermana esquizofrénica.
Dos momentos del discurso de Margaret Atwood al recibir el Premio Principe de Asturias
“Pero los gobiernos que intentan abolir el arte -ya sea con su indiferencia, ya sea con su afán por suprimir las voces independientes- , no lo consiguen jamás, pues incluso si se lo condena a la clandestinidad, si se le cortan los suministros, si se lo oculta, el impulso artístico, a pesar de todo, halla una vía de expresión”.
Banda sonora
Y ahora estoy hablando sin sentido, / la vida pendiente de un hilo. / Me gustará saber de qué ha servido / si nunca nadie ha entendido. // He estado dando vueltas por toda la casa. / He encontrado algunas fotos / que hace tiempo no miraba. / Estos recuerdos parten mi alma. (“Desorden”, Los Planetas).
(Margaret Atwood)
Desorden Moral de Margaret Atwood puede ser leída como una novela construida con capítulos que podrían ser independientes o como un conjunto de cuentos que mantienen un trasfondo común, pero es, sobre todo, y más allá de su propia forma, una de esas obras del “realismo”, siempre entre comillas como quería el maestro Nabokov, que viene directamente de Chejov y del Joyce cuentista y emparenta a Atwood con otras dos narradoras contemporáneas fundamentales como Alice Munro y Lorrie Moore.
Lo que pasa en los cuentos de Atwood es lo de siempre, lo de todos los días, la cotidianeidad más absoluta, pero, y he ahí su maestría, traspasada por un instante, uno solo, en el que aparentemente no pasa nada nuevo pero que cambia radicalmente el modo de ser de los personajes. Hay un momento en el segundo relato del volumen en que la madre abofetea a su hija, casi esclavizada ante el embarazo y llegada de una nueva hermana. “Mi madre se incorporó y se volvió, todo en el mismo movimiento, y me dio una fuerte bofetada. Nunca lo había hecho, ni eso ni nada remotamente parecido. No abrió la boca. Las dos estábamos sobrecogidas por lo que habíamos hecho y por lo que había hecho la otra”. Con esas sencillas palabras, con ese sencillo acto, se resuelve en un momento el paso a la madurez.
Como ocurre con ciertos autores, contar la trama del cuento en nada afecta al lector porque lo que acontece en realidad va mucho más allá de lo que pasa. Los dos ancianos que reciben las noticias del día, un caballo que llega a la granja, los vagabundeos de una joven de ciudad en ciudad, una cabeza en la noche de Halloween, un viejo poema victoriano que dos novios estudian juntos, el viaje en coche (tan usado en la literatura usamericana), las esperas, esos son los “argumentos” de cuentos en los que, en la mayoría, todo avanza por un objeto que desata un recuerdo que explica el presente y el interior de personajes que aparecen y desaparecen en un cuento y otro.
Desorden Moral, título que Atwood toma prestado, como reconoce en los agradecimientos finales, de alguien que dejó de escribir novelas, es uno de esos libros de los que es imposible salir como entró, tanto por la escritura, seca en la adjetivación, dubitativa en sus afirmaciones como lo es la vida, como y, sobre todo, por ese espejo del reconocimiento que son las grandes obras (Ojo, del reconocimiento, no de la identificación).
El certero habla de la cotidianeidad
Aunque hay algún crítico que habla del “realismo doméstico” de la Atwood, decir doméstico es minusvalorar el gran trabajo de la escritora. El sentido de realidad en la escritora no puede restringirse a cuatro paredes, cocinas y crianza de los hijos. Su sentido de la realidad, una verosimilitud más cercana a nosotros que a sus personajes incluso, se basa sobre todo en lo acertadamente que cada uno de los personajes habla como corresponde. “Mi hermana nació en octubre, un par de semanas después de que yo cumpliera doce años. Tenía todos los dedos de las manos y los pies”. Frases como esas, la preocupación de una jovencita porque su hermanita ha nacido con todos los dedos, son en su fría sencillez el mérito atwoodiano.
El aburrido juego de vivir
“- Estoy cansada de jugar este juego. Este es un mal sitio para mí. // No se refiere a mi casa, se refiere a su cuerpo. Se refiere al planeta tierra. Puedo ver lo mismo que está viendo ella: el borde de un acantilado, un puente del que ha caído una tabla, el fin. Eso es lo que ella quiere: el fin. Como el fin de una historia”. Sencillas y estremecedoras con las que la protagonista de tres de los cuentos reconoce, después de una jornada de reproches mutuos, la dolorosa verdad de lo que pasa dentro de la cabeza de su hermana esquizofrénica.
Dos momentos del discurso de Margaret Atwood al recibir el Premio Principe de Asturias
“Pero los gobiernos que intentan abolir el arte -ya sea con su indiferencia, ya sea con su afán por suprimir las voces independientes- , no lo consiguen jamás, pues incluso si se lo condena a la clandestinidad, si se le cortan los suministros, si se lo oculta, el impulso artístico, a pesar de todo, halla una vía de expresión”.
Banda sonora
Y ahora estoy hablando sin sentido, / la vida pendiente de un hilo. / Me gustará saber de qué ha servido / si nunca nadie ha entendido. // He estado dando vueltas por toda la casa. / He encontrado algunas fotos / que hace tiempo no miraba. / Estos recuerdos parten mi alma. (“Desorden”, Los Planetas).
1 comentario:
Esta tarde, esa banda sonora me viene bien.
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