II.Había una vez una bailarina paseando por las calles de una vieja ciudad colonial, con su pensamiento extendiéndose como los cables eléctricos sobre su cabeza, con sus pies siguiendo los pasos perdidos de algún otro, el aire pesado de humo de carbón. Siempre se preguntaba, con parte de su corazón enloquecido, si alguna vez había de encontrar al compañero perfecto. Algunos de los hombres con los que había bailado eran hermosos, pero no sabían cómo guiarla; algunos eran salvajes, con una energía que la dominaba, pero sin delicadeza, algunos bailaban como caballos bajo el arado, otros como pavos reales, o como inspectores médicos o sacerdotes. ‘¿Dónde, dónde?’, le preguntaba a las columnatas, a los hombres que jugaban dominó, a la tambaleante piedra, a los taxistas somnolientos, ‘¿Dónde está ese hombre?’.
Los jugadores detuvieron por un momento su interminable charla para preguntarle ‘¿qué hombre?’. Y ella les contó.
‘El hombre que no baila muy pegado’, dijo, ‘sólo cuando es necesario, el hombre que no necesita ser el más hermoso, el hombre que tiene las suelas como de crema y el aliento de ángel y los ojos como las luces de Budapest, el hombre con la mezcla perfecta de gravedad y levedad, de sombra y luz’, y ella continuaba y continuaba hasta describir a la pareja perfecta, detalle a detalle, hasta terminar, al fin, con ‘sí, ese hombre con las caderas sinuosas y manos de joyero, esa hombre que es una libélula, ágil y quieto, furiosamente romántico y calmado como Gautama, fuerte y sabio, y quizá ya formado’.
Un anciano la escuchó hasta que terminó, los otros hacía tiempo que habían vuelto a reírse de las fichas de los otros, alardeando de heroicos y pasados juegos de dominó, desinteresados de las quejas de la mujer, pero el viejo seguía vigilándola y le dijo ‘Niña, no eres la primera mujer que busca a ese hombre.’ Eso la sorprendió. Sentía que sólo hacía poco había inventado al hombre. Ella le preguntó que si las otras mujeres lo habían encontrado. ‘Ja, ja, ja’, se rió, ‘por supuesto, todo el tiempo’.
El problema, dijo, es que las mujeres no lo reconocen cuando lo encuentran, no se dan cuenta, pierden ese tren y antes de que puedan darse cuenta ya se han realineado los planetas. El jugador más joven silbó en ese tono sin sentido de los jóvenes cuando intentan parecer inteligentes. ‘Las mujeres siempre están perdiendo el tren’, dijo y los otros se rieron de él y de sí mismos, excepto el viejo que clavó en ella sus ojos formidables y alejó a los muchachos como si fueran moscas. ‘Preguntas dónde, dónde, dónde’, dijo, ‘pero esa es una pregunta equivocada’.
Ella pateó impaciente el suelo. ¿Alcanzaría él a entender su punto? ¿Le gustaría sonar como estaba sonando, paternal y pomposo y sabelotodo? ¡Déjame en paz, anciano! ‘Ahora, supongo, me vas lanzar algún acertijo estúpido, ¿no?’, le dijo, cruzando los brazos, su petulante rostro vacío pues su espíritu ya había comenzado a vagar, dirigiéndose a una pista de baile lejana.
‘Ya lo hice’, le dijo él y regresó a su partida.
Nací. Georges Perec
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Inicialmente todo parece sencillo: quería escribir y he escrito. A fuerza
de escribir me he convertido en escritor, al principio, durante mucho
tiempo,...
Hace 2 días
1 comentario:
Vaya, que es bueno Tom Lutz, dónde lo podemos encontrar?
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