Lo que eliges contar en la ficción es diferente de lo que se te permite contar cuando nada se está ficcionalizando, y en este libro no tienes permitido contar lo que mejor cuentas
(Zuckerman)
Los Hechos de Philip Roth es su peor novela. Precisamente porque no es una novela, sino su autobiografía. Autobiografía de la cualquiera que haya leído un par de novelas de Roth ya conoce en sus detalles más generales: tercera generación en una familia de emigrados judíos para los que más que un asunto estrictamente religioso su judeidad es, sobre todo, una seña de identificación comunal, unos progenitores abnegados que quieren que sus hijos, a través de los estudios universitarios, medren en sociedad, un enfrentamiento juvenil con la gentilidad y, como siempre, aventuras eróticas que siempre terminan mal. Y, en los capítulos finales, tal vez los más interesantes, la reacción de los lectores, especialmente de los lectores judíos ante Goodbye, Columbus y El lamento de Portnoy.
Sin embargo, el que probablemente sea uno de los libros menos logrados del L.L.L., “Living Literary Legend” como lo anunció el presentador en uno de los muchos homenajes recibidos el año pasado, tiene dos características que lo hacen resaltar sobre los demás.
Una, que la obra se abre con una carta de Roth a Zuckerman pidiéndole consejo sobre el libro que acba de terminar, el mismo que se leerá diez páginas después. Hasta ahí no habría problema salvo por el detalle de que Zuckerman es uno de los personajes creados por el propio Roth y que, como el autor, es judío, escritor y mujeriego. Y se cierra con la larguísima respuesta del personaje pidiéndole que no la publique, acusándole de fallido, de haber traicionado todo lo que sabe hacer tan bien en sus novelas por querer quedar bien, leyendo la autobiografía como la pauta mal narrada de las experiencias de donde salió él o Portnoy o Tarnopol.
La otra, lección sobre todo más que para lectores para escritores, que no basta con una vida interesante, o contable al menos, para que la ficción se convierta en algo duradero. Para alguien familiarizado con la obra de Philip Roth casi todos los momentos que cuenta son leídos a la sombra de cómo los cuenta en su vasta obra. Sólo en los últimos capítulos de Los Hechos es cuando el autor se sincera y comenta cómo y dónde colocó en su escritura las mismas experiencias por las que está atravesando hasta el grado de llegar a escribir: “estas escenas constituyen una de las pocas ocasiones en que no me he dedicado espontáneamente a mejorar la realidad para ganar en interés. Difícilmente podría haber sido más interesante…, difícilmente podría haber sido tan interesante”.
Zuckerman habla
“En cierto modo, también contamos para no contar, pero se espera que la historia personal presente la máxima resistencia al común impulso de falsificar, distorsionar y negar. ¿Eres ‘tú’ verdaderamente así, o eso es lo que quieres aparentar ante tus lectores a la edad de cincuenta y cinco años?”
“Donde una vez hubo rebeldía satírica, ahora hay un profundo sentido de la identificación; no resentimiento sino más bien gratitud, gratitud incluso hacia la loca Josie, gratitud incluso hacia los judíos rabiosos y la herida que te infringieron”.
Roth es otro
Una de las primeras razones por las que Philip Roth atrapa es por la impresión constante de vida que ofrecen sus personajes, sus cuentos, sus novelas. El lector que entra a la obra de Roth, en cualquiera de sus libros, tiene la sensación de que no está leyendo una obra de ficción sino casi una descripción minuciosa y fotográfica de un pedazo de vida. Pero como esta autobiografía demuestra es esa, precisamente, la habilidad del ¿eterno? candidato al premio Nobel: ser capaz de utilizar lo visto y lo vivido para transformarlo en algo precisamente bigger than life, transformarlo en literatura.
¿Qué leer de Roth?
La respuesta es sencilla: todo, absoluta e imprescindiblemente todo. Aunque dentro de ese todo hay obras que destacan especialmente. El lamento de Portnoy, ahora reeditado y retitulado quién sabe por qué El mal de Portnoy, es un vivido retrato de la adolescencia judía y provinciana y el encuentro de la sexualidad temprana durante el cual el lector no para de reír ante las peripecias del protagonista, burlándose con esa risa que es, al mismo tiempo, comprensiva. La Conjura contra América, escrita a la sombra del “qué hubiera pasado si…”, que narra como sería la vida en los Estados Unidos de América si hubiera ganado las elecciones en los treinta un candidato pro nazi, retratando una sociedad que no resulta en nada tan diferente a la nuestra. Y, como gusto personal, el escalofriante relato de Patrimonio, un homenaje del Roth envejecido a su padre y a esa cercanía de la muerte que, tarde o temprano, acaba por llegar y que contiene uno de los mejores momentos rothianos con él, autor y personaje, en el cementerio meditando sobre que significa un cerebro, un pensamiento, una vida.
Banda sonora
Y diréis de mí que soy / un viejo verde y cascarrabias, / y diréis muy bien, / y cuando digo bien es bien. (“El hombre que casi conoció a Michi Panero”, Nacho Vegas).
(Zuckerman)
Los Hechos de Philip Roth es su peor novela. Precisamente porque no es una novela, sino su autobiografía. Autobiografía de la cualquiera que haya leído un par de novelas de Roth ya conoce en sus detalles más generales: tercera generación en una familia de emigrados judíos para los que más que un asunto estrictamente religioso su judeidad es, sobre todo, una seña de identificación comunal, unos progenitores abnegados que quieren que sus hijos, a través de los estudios universitarios, medren en sociedad, un enfrentamiento juvenil con la gentilidad y, como siempre, aventuras eróticas que siempre terminan mal. Y, en los capítulos finales, tal vez los más interesantes, la reacción de los lectores, especialmente de los lectores judíos ante Goodbye, Columbus y El lamento de Portnoy.
Sin embargo, el que probablemente sea uno de los libros menos logrados del L.L.L., “Living Literary Legend” como lo anunció el presentador en uno de los muchos homenajes recibidos el año pasado, tiene dos características que lo hacen resaltar sobre los demás.
Una, que la obra se abre con una carta de Roth a Zuckerman pidiéndole consejo sobre el libro que acba de terminar, el mismo que se leerá diez páginas después. Hasta ahí no habría problema salvo por el detalle de que Zuckerman es uno de los personajes creados por el propio Roth y que, como el autor, es judío, escritor y mujeriego. Y se cierra con la larguísima respuesta del personaje pidiéndole que no la publique, acusándole de fallido, de haber traicionado todo lo que sabe hacer tan bien en sus novelas por querer quedar bien, leyendo la autobiografía como la pauta mal narrada de las experiencias de donde salió él o Portnoy o Tarnopol.
La otra, lección sobre todo más que para lectores para escritores, que no basta con una vida interesante, o contable al menos, para que la ficción se convierta en algo duradero. Para alguien familiarizado con la obra de Philip Roth casi todos los momentos que cuenta son leídos a la sombra de cómo los cuenta en su vasta obra. Sólo en los últimos capítulos de Los Hechos es cuando el autor se sincera y comenta cómo y dónde colocó en su escritura las mismas experiencias por las que está atravesando hasta el grado de llegar a escribir: “estas escenas constituyen una de las pocas ocasiones en que no me he dedicado espontáneamente a mejorar la realidad para ganar en interés. Difícilmente podría haber sido más interesante…, difícilmente podría haber sido tan interesante”.
Zuckerman habla
“En cierto modo, también contamos para no contar, pero se espera que la historia personal presente la máxima resistencia al común impulso de falsificar, distorsionar y negar. ¿Eres ‘tú’ verdaderamente así, o eso es lo que quieres aparentar ante tus lectores a la edad de cincuenta y cinco años?”
“Donde una vez hubo rebeldía satírica, ahora hay un profundo sentido de la identificación; no resentimiento sino más bien gratitud, gratitud incluso hacia la loca Josie, gratitud incluso hacia los judíos rabiosos y la herida que te infringieron”.
Roth es otro
Una de las primeras razones por las que Philip Roth atrapa es por la impresión constante de vida que ofrecen sus personajes, sus cuentos, sus novelas. El lector que entra a la obra de Roth, en cualquiera de sus libros, tiene la sensación de que no está leyendo una obra de ficción sino casi una descripción minuciosa y fotográfica de un pedazo de vida. Pero como esta autobiografía demuestra es esa, precisamente, la habilidad del ¿eterno? candidato al premio Nobel: ser capaz de utilizar lo visto y lo vivido para transformarlo en algo precisamente bigger than life, transformarlo en literatura.
¿Qué leer de Roth?
La respuesta es sencilla: todo, absoluta e imprescindiblemente todo. Aunque dentro de ese todo hay obras que destacan especialmente. El lamento de Portnoy, ahora reeditado y retitulado quién sabe por qué El mal de Portnoy, es un vivido retrato de la adolescencia judía y provinciana y el encuentro de la sexualidad temprana durante el cual el lector no para de reír ante las peripecias del protagonista, burlándose con esa risa que es, al mismo tiempo, comprensiva. La Conjura contra América, escrita a la sombra del “qué hubiera pasado si…”, que narra como sería la vida en los Estados Unidos de América si hubiera ganado las elecciones en los treinta un candidato pro nazi, retratando una sociedad que no resulta en nada tan diferente a la nuestra. Y, como gusto personal, el escalofriante relato de Patrimonio, un homenaje del Roth envejecido a su padre y a esa cercanía de la muerte que, tarde o temprano, acaba por llegar y que contiene uno de los mejores momentos rothianos con él, autor y personaje, en el cementerio meditando sobre que significa un cerebro, un pensamiento, una vida.
Banda sonora
Y diréis de mí que soy / un viejo verde y cascarrabias, / y diréis muy bien, / y cuando digo bien es bien. (“El hombre que casi conoció a Michi Panero”, Nacho Vegas).
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